Los libros existen porque los escriben personas. En el nuestro, una treintena de autores nos han prestado su tiempo para hacer que esto fueran verdaderas páginas escritas, y no retales de sueños. A todos ellos, gracias.
A Mari Ángeles Guerrero Fernández, por recordarme algunas cosas que realmente son importantes en la vida… Gracias.
A los niños de La Hornacina, que este año me dieron uno de los privilegios más importantes de mi vida, con el que tanto había soñado y, sin saberlo, han contribuido a que me haga grande. Gracias.
A Pepi Leiva, que cree en mí, y en mi supervivencia en estos lares, y además lo hace ciegamente, desde el convencimiento. Gracias.
A Pedro, que es el mejor amigo que un investigador puede tener. Gracias.
A Ana Sonia, que sigue creyendo en mí. Gracias.
A Royan, Juanje y Raúl, con los que comparto muchas cosas y me regalan cafés y procesiones. Gracias.
A Juan Antonio Sánchez López. Me he hecho grande, y todavía sigo soñando con ser el tipo de investigador que es él. Gracias.
A Alberto Ortiz Carmona, a ti simplemente gracias, gracias por estar.
A Juande, que me hizo ser mejor persona.
Antonio F. Paradas
En Málaga/Antequera, a 5 de mayo de 2016
Prólogo
Mucho ha llovido en la Historia del Arte español desde que, en 1983, el profesor Juan José Martín González publicase Escultura barroca en España. Desde su aparición, y sin menoscabo de su indudable mérito, esta obra vino a ser el manual de referencia y, prácticamente, el libro de cabecera para cuantos estudiantes y personas interesadas en el tema han querido acercarse a una visión generalista de uno de los más importantes capítulos en la intensa trayectoria histórica de este país. Además de apostar por una inteligente estructura basada en los variopintos núcleos territoriales que abastecieron de obra escultórica a la no menos heterogénea clientela del momento, aquel libro ofrecía una incipiente perspectiva panorámica en torno a aspectos colaterales, no menos interesantes que el estudio artístico-productivo, como la dimensión social del artista, las técnicas y materiales o las tipologías y géneros escultóricos, entre otros.
Si en más de una ocasión la cultura del Barroco y sus manifestaciones visibles son susceptibles de compararse a un prisma con versátiles e insólitas caras, la escultura española de los Siglos de Oro encarna, como pocas, esa metáfora de la piedra preciosa proclive a las iridiscencias caleidoscópicas capaces de convertir lo único en múltiple y lo múltiple en único. De hecho —y a raíz de la positiva evolución que los planteamientos historiográficos en torno al tema han experimentado a lo largo de los últimos años—, a nadie escapa que además de situarnos ante un fenómeno estrictamente artístico, estético e iconográfico, un análisis de la escultura barroca española que pretenda ser exhaustivo y verdaderamente científico nunca podrá serlo sin tener en cuenta un mosaico de posibilidades heurísticas, metodológicas y analíticas que suponen otros tantos enfoques ligados a la vertiente histórica, social, literaria, sociológica, antropológica o religiosa que, por lo demás, rebasan los propios límites cronológicos impuestos por el concepto histórico de barroco.
En última instancia, todos ellos y muchos más serán responsables de la aludida visión poliédrica exigida por la escultura que protagoniza los argumentos del presente libro. Una obra que, por lo demás, nace con una dimensión totalizadora sin precedentes, ya sea por recoger en sus páginas cuantos focos productivos, artistas, iconografías e incidencias jalonaron la trayectoria secular de la escultura española a lo largo de los Siglos de Oro, como de las renovadas —a veces insólitas— miradas que sus páginas proyectan hacia la cultura moderna a través de apasionantes aproximaciones al mercado del arte, la conservación-restauración, el desarrollo y multiplicación de los autómatas, la propia escenografía barroca, la dimensión social del artista, la iconografía, las redes sociales, la gestión patrimonial, la cuestión de género, las potencialidades didácticas o, incluso, los reflejos identitarios.
En su aplicación concreta al ámbito de este género de creaciones y su secular trayectoria en España, la asunción de esta premisa nos insta a considerar a lo largo de las líneas que prosiguen no solo la construcción de un discurso crítico en torno a las aportaciones historiográficas sobre el tema, sino el establecimiento de un discurso integrador que, con visión totalizadora, aúna a lo anterior cuantos referentes específicos vienen, asimismo, sugeridos desde la más rigurosa y reciente investigación científica como desde el campo de las fuentes literarias y documentales. Y, todo ello, sin olvidarnos que por estas últimas se entienden no solo las de carácter escrito, sino aquellas otras cuya naturaleza neta y literalmente iconográfica —ya sea bajo la forma de pintura, grabado, litografía, modelino u otras— las convierte en testimonios consustanciales a la propia esencia de la escultura como objeto fenomenológico, material y plásticamente considerado.
No puede olvidarse cómo la escultura siempre ocupó un lugar privilegiado entre las creaciones plásticas del último Renacimiento y, singularmente, del Barroco hispano. La causa de esta posición de privilegio radica en el hecho de estarle reservado un especial carácter emblemático, claramente conectado con los principios básicos de una cultura de masas dirigida por los poderes eclesiásticos y estatales. Sin embargo, no es menos cierto que la profunda relación ritual y afectiva que la base popular estableció de inmediato con dichas creaciones artísticas acabaría por hacer de ellas unos elementos de identificación e integración simbólicas que sirvieron de aglutinante para numerosos colectivos, comunidades y variopintas fórmulas de asociacionismo o agrupación social, desde las células más primarias —llámese collación, casa de vecinos, calle, parroquia o barrio— hasta las más complejas, en el supuesto de un pueblo, una ciudad o una demarcación regional. Todavía hoy sigue vigente en muchos lugares esta situación, lo cual implica que sigan esculpiéndose obras con las técnicas tradicionales de ayer, pero inteligentemente reinventadas por mor de las exigencias culturales y el sustrato socio-antropológico de hoy mismo.
El universo barroco es simplemente ilimitado y se amplía de manera natural, en cuanto fenómeno vivo, orgánicamente considerado en nuestro caso gracias a la escultura. Hablamos de barroco en el sentido de un estilo artístico, pero no debemos olvidar que también existió una sociedad barroca, que se relacionaba y persiste en relacionarse con sus obras escultóricas de una manera muy particular, como hoy mismo pudiera hacerlo nuestra era neobarroca, situada ya más allá de la posmodernidad. Por supuesto que tampoco podemos dejar de reconocer en el respaldo popular a la escultura barroca, sin distingo de clases sociales, niveles adquisitivos, jerarquías o situaciones y en la entrega incondicional del público a sus heterodoxias, otras claves categóricas de su éxito, generando un efecto unificador en lo estético y lo cultural que no deberíamos reparar en calificar de inequívocamente globalizador, sin que ello suponga contradecir el sentido de lo poliédrico que, justo es decir, también impulsa a libres y casi infinitas interpretaciones de las constantes vitales barrocas, sin dejar de generar relecturas subjetivas del mismo, con personalidad propia y capacidad de perpetuarse en el tiempo más allá de los controvertidos Siglos de Oro, incidiendo con irrefrenable ímpetu en pleno siglo XXI.
Quienes confluyan en el universo barroco ampliado por la escultura española, no solamente protagonizarán una fascinante inmersión en la comprensión y la vida de las imágenes, sino que tomarán conciencia de la complejidad de una sociedad y de sus testimonios artísticos, que fueron capaces de transformar la noción de las cosas y convertirse, por sí mismos, en el epicentro de una particular visión del mundo. Esta vino reflejándose en una pluralidad de soportes y manifestaciones que, hoy en día, y a casi tres lustros discurridos del siglo XXI, nos demuestran que ese universo barroco ampliado no solamente sigue estando vivo, sino que goza, y hay que decir que por fortuna, de un perfectísimo estado de salud. Y aquí está este libro para demostrarlo, para demostrárnoslo…