En 1830 se convirtió en leprosería o lazareto. En la isla de San Antón estaban los enfermos sin cura, y en la de San Simón el resto. Dadas las frecuentes cuarentenas a las que estaban sometidos los navíos de la ruta americana, tener un lugar de cuarentena era un elemento indispensable para todo puerto que quisiese entrar en las vías marítimas de recorrido largo, lo que fue un hecho vital para la expansión del de Vigo. Así, las numerosas epidemias de cólera y lepra procedentes del exterior eran eliminadas. La leprosería se clausuró en 1927, y se construyó también el puente que une la isla de San Antón, ya que hasta entonces el único medio de comunicación entre las dos islas era el marítimo.
En la Guerra Civil española los edificios de la isla fueron empleados como campo de concentración para los presos políticos contrarios al franquismo. La antigua leprosería fue el albergue de los militares que vigilaban la isla y otro personal, construyéndose torres de vigilancia y mejorándose los muros y los accesos. No eran infrecuentes los fusilamientos y la isla era considerada una de los centros penitenciarios más temibles del franquismo. Fue cárcel hasta 1943 y después sufrió un paulatino abandono solo interrumpido en verano por los miembros de la Guardia de Franco que, con el nombre de Colonia de Educación y Descanso, pasaban allí sus vacaciones. En 1950, la embarcación que transportaba a tierra un grupo de guardias naufragó, cuarenta y tres tripulantes perdieron la vida. Debido a esta tragedia la isla fue clausurada, pero se reabrió como Hogar Méndez Núñez para la Formación de Huérfanos de Marineros entre 1955 y 1963. En 1999 fue declarada Centro de Recuperación de la Memoria Histórica, regenerándose los jardines y los edificios para darles una función cultural (auditorio, biblioteca, escuela de mar, hotel y restaurante).
Como hacía muy mal tiempo decidimos acercarnos al fondo de la ría por carretera, y utilizar el catamarán que sale del muelle de Cesantes y que permite la visita gratuita a la isla. No sabemos si por ser temporada baja o por la gran bajamar del día que impedía el desembarco, el caso es que el catamarán ese día no salió, a pesar de que nadie nos lo había avisado en la oficina de turismo. Teníamos tantas ganas de conocer el islote que decidimos visitarlo en la pleamar de la tarde con nuestro propio barco, a pesar de estar el cielo podrido y amenazando lluvia. Total, eran solo 13 millas entre ida y vuelta. Salimos a las 16:15 con viento fuerte del Oeste que además se encajonaba en las estrecheces de la ría y levantaba borreguitos. Nos fue fenomenal para la ida, haciendo picos de 6 nudos solo con el génova, aunque nos cayeron encima varios chubascos. A mitad de camino pasamos bajo el puente de la autopista de Rande, con una altura de 38 metros sobre el agua por lo que no hay problema para los veleros. Es impresionante pasar bajo él, a pesar de su gran altura la perspectiva engaña y, hasta el último momento, parece que vas a tocarle con el palo. Tiene dos naufragios pero a 17-18 metros de fondo, por lo que no afectan a la navegación. Pasamos entre varios parques de mejilloneras y, en aproximadamente una hora, estábamos en las inmediaciones de la Isla de San Simón.
La isla tiene un muelle de poco más de 50 metros en su costa Oeste, justo la que daba al viento dominante esa tarde. Eso quiere decir que estaba a sotavento y, al meter punto muerto, el viento nos empujaba con furia contra él, por lo que había que alcanzarle con la marcha atrás metida y el barco casi parado. En el Corto Maltés eso significa que la popa abate hacia babor y debíamos amarrar por estribor. Además, los alrededores estaban llenos de nasas de pesca con pequeños flotadores de porespán, y un pescador en su barquita trajinando entre aquel cafarnaún. El amarre nos costó tres intentos y llevarnos por delante una de las nasas con la hélice, que por suerte no se bloqueó al trabar el sedal. Cuando al final Luis consiguió saltar a tierra y afirmar la amarra de popa, se nos acercó el guarda de seguridad que vigila los edificios (que había contemplado todo desde el principio y podía habernos hecho un gesto antes) a decirnos que estaba prohibido amarrar y desembarcar. Nos sorprendió porque la isla no forma parte de ninguna de las reservas naturales de las Islas Atlánticas, esta información no figuraba en ninguna de las guías que habíamos consultado, y tampoco es una isla privada, pero ante un uniformado no nos quedó más remedio que volver a Vigo con la miel en los labios. Como ya os imagináis, a la vuelta el viento nos cogió de cara y nos tocó dar bordos de orilla a orilla, con el génova y el apoyo del motor, y recibiendo algún que otro chubasco, costándonos dos horas las 6 millas para volver a Vigo. Llegamos casi de noche y empapados. Una tarde pasada por agua, pero que se compensó con la comodidad de poder cenar a resguardo en el apartamento de nuestros amigos en lugar de en el barco.
El último día de estancia en la ría de Vigo lo dedicamos a recorrerla en todo su perímetro en coche para conocer los sitios que no habíamos podido visitar en barco por el mal tiempo. Finalmente el sábado y el domingo la mayoría del grupo se desplazó por carretera a Oviedo para asistir a la graduación de mi hijo Lucas, que terminaba Psicología. Así pues, las despedidas fueron en Oviedo, yo volví a Vigo en autobús y los demás a Santander. La vuelta a España entraba en una etapa nueva al cambiar de país y afrontar las largas y difíciles etapas de la costa atlántica de Portugal, deshabitadas y con pocos puertos de abrigo. Pero esto es la materia del siguiente capítulo.
Capítulo 8
El descubrimiento de Portugal
La costa Oeste de Portugal siempre ha tenido mala fama entre los navegantes. Dispone de pocos puertos y algunos se cierran cuando hay vientos fuertes del Oeste o mar de fondo del mismo sector, por lo que no se puede tener la seguridad de poder entrar en el que has elegido y hay que salir dispuesto a navegar el doble o el triple. El oleaje suele ser enorme (muchos días navegamos con mar gruesa: olas de 2,5 a 4 metros) pero lo que es peor, suele infravalorarse su magnitud en alta mar y al acercarse a la costa o al puerto es cuando se comprueba su magnitud y su fuerza. Casi siempre las olas proceden del Noroeste. Respecto al viento, a partir de abril entra la “nortada” o vientos “alisios portugueses”, que soplan del Noroeste y alcanzan con facilidad la fuerza 4-6, y se llaman así por su regularidad. A ellos se añade la brisa térmica de la tarde, que sopla en la misma dirección, haciendo que entre ambos vientos se alcance la fuerza 6 o 7 (más de 30 nudos). Los vientos aún se incrementan más en la desembocadura de los ríos y a sotavento de los promontorios. Además, en verano se forman nieblas con visibilidad inferior a 2 millas, lo que ocurre entre el 3 y el 10% de los días. A todo eso se añade el poco tráfico de la zona, pues las rutas de mercantes se alejan de la costa y la náutica deportiva no está muy desarrollada. Eso significa que en caso de apuro es poco probable que alguien te socorra. Muchos días navegábamos 10 o 12 horas completamente solos en el mar y sin escuchar a ningún otro barco por la radio.
Respecto a la corriente, por suerte es favorable ya que discurre en dirección Sur, con una intensidad media de 0,5 nudos. Es una rama de la corriente del golfo, el flujo de agua cálida que procede de Centroamérica, atraviesa el Atlántico, y a nivel de las islas Británicas se divide en dos: una rama va hacia Noruega y la otra se recurva hacia el Sur barriendo la costa Oeste de la península.
El 11 de junio íbamos a empezar la etapa portuguesa de la vuelta a España. Para nuestra familias, además de la preocupación por la zona de navegación descrita y que desconocíamos, aumentaba el disgusto porque mientras estuviéramos en aguas de Portugal no iba a funcionar el localizador en tiempo real debido a la tarifa que teníamos de Internet, que no cubría Portugal (tampoco Francia, pero el canal de Midi no nos preocupaba). Nuestra intención era enviar la posición de recalada en cada puerto al final del día, eso si encontrábamos un local con wifi desde donde hacerlo. Además, teníamos la intención de aprovechar los vientos portantes tanto como nos fuera posible, navegando de noche para aprovechar cuando fuesen favorables. Por supuesto, las noches que navegásemos tampoco mandaríamos nuestra