La pretensión biocéntrica de jerarquizar cada organismo por su nivel de complejidad, funcional o psicológica, y por sus intereses vitales puede contribuir, en algunos casos, a tomar decisiones cuando se da la intervención humana en un hábitat. Este criterio de jerarquización no funciona cuando se sopesa entre reducir la población de un grupo de organismos y favorecer una especie en vía de extinción. En estas situaciones le resulta difícil al biocentrismo precisar el tipo de interés a favorecer y el criterio de la subordinación (Callicott, 1998, p. 134), pues cada individuo cuenta.
Callicott critica las perspectivas biocéntricas por carecer teóricamente de criterios de aplicabilidad y adecuación para afrontar crisis ambientales24. Contrasta las propuestas de Goodpaster y Rolston basadas en la atención de seres vivientes individuales, con los intereses ambientalistas centrados en las poblaciones, las especies y los ecosistemas. Lo moralmente relevante es la comunidad vital, el conjunto de los ecosistemas, la biosfera. En bosques, montañas, lagos, valles, llanuras y mares existen relaciones de dependencia entre multiplicidad de especies de fauna y flora, las cuales en su conjunto merecen consideración moral.
Los biocentrismos aceptan el valor de especies y ecosistemas en función del despliegue de vida de los organismos que los configuran. Para Callicott, estas perspectivas resultan inapropiadas para una concepción ético-ambientalista y propone por ende un enfoque ético-ecosistémico que se centra en el valor de las especies y los ecosistemas por sí mismos y asume un paradigma ecocéntrico heredero, a su parecer, de la ética de la tierra. Parte de preguntar por la pertinencia del legado de Leopold, en tanto este responde a los retos del contexto en el cual se desarrolló (Callicott, 2004a), y analiza si continúa siendo una concepción normativa adecuada para hacer frente a las crisis ambientales actuales. Su balance de la ética de la tierra es positivo por asumirla como un enfoque teórico apropiado al introducir las nociones de interdependencia y comunidad ecológica para dar cuenta de la consideración moral hacia organismos, especies y la biota. No obstante, Callicott interpreta esta mirada en términos de un holismo subordinante respecto a los intereses de cada organismo y presenta su ecocentrismo sistémico como un desarrollo de la perspectiva de Leopold.
Callicott busca asumir de forma holista la ética ambiental, expone una tensión entre el reconocimiento del valor de cada individuo y el intento de bosquejar una ética no antropocéntica, para centrarse finalmente en una teoría del valor ecocéntrica. Propone una ética ambiental moldeada por la ecología y basada en la estructura y organización de la comunidad biótica, con ello busca desprenderse de los criterios de una ética para la comunidad humana, en donde la relación con otros seres se da asumiendo una mera extensión del interés humano (Callicott, 1998, pp. 137-138). Desde su propuesta reconoce estatus moral tanto a los individuos como a la naturaleza en su totalidad, ya que si bien el ser humano es quien valora moralmente, eso no implica que solo él tenga valor moral. Si el planeta Tierra es una comunidad ecológica conformada por todos sus habitantes, le corresponde al animal humano conservarlo atendiendo a los intereses de todas las especies y ecosistemas. La mirada del valor moral de la totalidad de los seres conformadores de la biosfera conduce a un holismo ecológico en tanto son moralmente relevantes los grandes ecosistemas y la expresión integrada de la vida en el planeta. La ética ecocéntrica se debate entre el holismo ambiental, reconocedor del valor intrínseco de organismos y ecosistemas, y la importancia de definir criterios éticos para el uso diferenciado de las aguas, los suelos, las plantas y los animales. Por consiguiente, el holismo ambiental de Callicott acoge una ética de restricciones y deberes al preguntarse por las normas reguladoras de la relación cultura-naturaleza:
Una ética ambiental ecosistémica no prohíbe el uso humano del entorno; antes bien, dispone que tal uso se sujete a dos restricciones éticas: que sea, en primer lugar, holista y, en segundo lugar, individualista. Lo primero exige que el uso humano del entorno, en la medida de lo posible, acreciente la diversidad, integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biótica. […] La segunda restricción ética (la individualista) al uso humano del entorno demanda que los árboles que se cortan para construir casas o crear tierras laborables, el sacrificio de animales para obtener alimento o vestido, etc., se seleccionen con sumo cuidado, se maten con pericia y humanitarismo, y se usen con prudencia a modo de no exterminarlos ni degradarlos. Las plantas, animales, y aun las piedras y ríos individuales que los humanos consumen o transforman merecen ser usados con respeto. (Callicott, 1998, p. 152)
Se reconoce aquí la distinción entre el orden ecosistémico y el mundo de las necesidades e intereses humanos, aunque ello no implica la legitimación de abusos y de toda suerte de relaciones impropias con la naturaleza. En otras palabras, una ética ambiental debería pensar en valores e ideales para saber transformar la naturaleza, en vez de centrarlos únicamente en la conservación (Ángel-Maya, 2001, pp. 244-245).
Una ética ecosistémica que pretende retomar las nociones morales clásicas del deber y el respeto aceptando su uso hacia organismos no humanos, ecosistemas y la comunidad biótica, postula que la naturaleza responde con reciprocidad25 a la forma como se la trata y deja de explicar la manera de incluir las nociones de respeto, deber y reciprocidad en un escenario de relaciones asimétricas mediadas por el dominio de unas especies sobre otras.
La concepción de Callicott resulta ambigua al aceptar valores intrínsecos en la naturaleza y, a la vez, adoptar una posición alejada del igualitarismo biótico26. Al aceptar compromisos morales diferenciados enmarcados en el valor de la tierra en cuanto organismo ecosistémico, reconoce variados tipos de organización y de cercanía respecto a la responsabilidad humana:
[…] en vez de anular las éticas sociales familiares, la ética de la tierra crea nuevas y menos urgentes obligaciones con nuevos seres que guardan con nosotros una relación menos estrecha. En consecuencia, están en primer lugar las obligaciones que tenemos con nuestra familia y nuestros amigos (así como los derechos humanos y el bienestar humano en general); nada de esto se ve cuestionado ni socavado por una ética ambiental ecocéntrica. La ética de la tierra nos obliga a vigilar la salud y la integridad, la diversidad y estabilidad de la naturaleza en una forma consonante con estos deberes previos para con los seres humanos y las aspiraciones humanas. (Callicott, 1998, p. 158)
Callicott propone superar el antropocentrismo y, sin embargo, reconoce la prioridad de las obligaciones morales inherentes a la interacción humana y, a la vez, indica cómo “[…] una ética ecosistémica, una ética de la tierra, no solo debería abarcar a toda la comunidad biótica, sino que sus preceptos morales también tendrían que reflejar y promover la peculiar estructura o forma de organización de la comunidad biótica.” (Callicott, 1998, p. 149). Callicott pretende una ética naturalista desconociendo conflictos morales ineludibles entre la autonomía humana, las dinámicas productivas propias de la cultura y las leyes del orden ecológico sustentadoras del equilibrio y desarrollo de organismos carentes de autoconsciencia.
La perspectiva de una ética naturalista identifica el bien de la comunidad humana con el de la naturaleza. Se trata de una racionalidad holista basada en la conservación ecológica: “[…] las propiedades formales de los sistemas naturales –orden, parsimonia, armonía y variedad- son valores objetivos e intrínsecos […]” (Callicott, 2004, p. 110), frente a los cuales toda actividad humana debiera adaptarse27. Pero una ética centrada en la adaptación socava el valor de la cultura, la creatividad y las virtudes del carácter autónomo. La insistencia de Callicott por intentar concebir valores no determinados por la condición humana, deriva en una teoría moral no antropocéntrica. Una ética fundamentada en una intuición básica: reconocer en la naturaleza un valor más allá de los intereses o gustos humanos, un valor intrínseco en todos los organismos y especies incluyendo a la humanidad (Callicott, 2004, p. 112).
Mientras la ética de la tierra concibe una pirámide biótica de dependencias para regular la consideración moral hacia individuos y especies en cada nivel, la ética ambiental ecosistémica se debate en la paradoja