–Las adopciones no fueron legales –dijo Rebecca extrayendo un documento de la carpeta, que colocó junto al artículo–. Un abogado llamado Leon Waters lo preparó todo. Todos los padres adoptivos le pagaron a Waters una importante suma de dinero en efectivo.
–Tuvo que haber gente en el lugar del accidente –dijo Dillon negando con la cabeza–. No es posible que tres niños que se suponen muertos pudieran ser adoptados y nadie lo supiera.
–No he dicho que nadie lo supiera.
Él se quedó mirándola durante un rato y luego dijo:
–¿Tu madre?
–Murió hace ocho meses de cáncer de pulmón –dijo Rebecca mientras sacaba un pequeño diario, que depositó sobre la mesa–. Encontré esto en una caja en su armario dos meses después de su funeral. Escribió todo lo que sucedió aquella noche y durante los tres años siguientes. Cada detalle.
–¿Me estás diciendo que tu madre lo sabía y no dijo nada?
–Más que eso –dijo ella, pero decirlo en voz alta nunca era fácil. Incluso hacía las cosas más difíciles–. No sólo lo sabía, sino que formó parte de ello.
–¿Qué quieres decir?
–Tú mismo lo has dicho, Dillon –respondió Rebecca cerrando los ojos–. Siempre se trata del dinero. A ella le pagaron para que se llevara a Rand aquella noche.
–¿Le pagaron? ¿Quién le pagó?
Rebecca abrió los ojos y se encontró con la fría mirada de Dillon.
–Tu padre.
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