Mi hijo bien amado. Soy tu padre y quiero cuidarte cada día más. Quiero pedirte de todo corazón, de padre a hijo, que me dejes actuar más en tu vida. Que me permitas demostrarte todo mi amor. Quiero pedirte que te abras a los milagros. Que confíes en mí. Yo voy a resolver tus problemas y vos vas a ser feliz. Te amo, hijo mío. No es necesario que te crucifiques. La crucifixión ya ocurrió y no se necesita que vuelva a ocurrir. Ya no tienes que morir para resucitar, porque la muerte ya fue abolida por mí. Ya no es necesario seguir sufriendo más.
Hijo mío, estás viviendo en los tiempos de la resurrección. Quédate en mi corazón, no te apartes de él. Estoy aquí donde tú estás. Recuerda una vez más que ese problema que tanto te preocupa, hijo mío, lo voy a resolver para ti. Ese miedo que te está paralizando no tiene razón de ser. Lo que crees que ocurrirá no va a suceder. Más bien verás ahí la benevolencia de la creación para contigo.
Amado mío, yo pasé por el monte de los olivos, también por la vía dolorosa hasta la muerte en cruz, y luego me dirigí hacia la resurrección. Lo hice para que el dolor, y todo lo que no formaba parte del amor quede unido a la luz de la santidad y sea transmutado. Todo esto con un solo fin, que seas feliz.
Hijito de mi corazón, confía plenamente en mí.
Soy tu Padre y te amo. Confía en mí.
Ahora decimos amén y nos quedamos en silencio, recibiendo al amor.
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