I. El propósito de ser
Escúchame, ser de mi ser. Escúchenme todos los que reciben estas palabras de sabiduría y amor. Yo no soy un ser amorfo e irresoluto. Si bien mi espíritu es ilimitado y lo abarca todo, porque soy el todo de todo. Si bien es cierto que soy la eterna amorfía del amor, también es cierto que el amor in-atribuible que soy, ha tomado forma y le ha dado un rostro al amor. Este rostro que por primera vez se mostró en el mundo, en el de lo femenino y lo masculino en la figura de María y Jesús de Nazaret, hoy se muestra al mundo en ti.
Tú eres el rostro del amor en la tierra. Ese es tu propósito. Tu propósito y lo que eres es lo mismo. Tu propósito no es una función, tampoco es un trabajo, o algo que haces. Tu propósito es lo que eres. Dado que eres amor, tu propósito es ser amor.
En la medida en que permites que tu consciencia viva plenamente en la verdad de lo que eres, el amor que eres en verdad, en esa medida cumples el propósito de tu existencia.
El propósito del árbol es ser un árbol. El propósito del agua es ser agua. El propósito del viento es ser viento. El árbol, conforme a su naturaleza hará, es decir, manifestará, lo que un árbol es. Dará frutos, sombra, alabará a Dios extendiendo sus ramas como si fueran brazos abiertos en señal de alabanza al Padre, en son de gratitud. Algunos darán un tipo de fruto, otros, otros diferentes. Todos tendrán una raíz, un tronco, ramas, y expresarán belleza, porque son árboles.
El agua de un río fluye y crea las condiciones necesarias para la vida acuática. Dentro de ese río, gracias a la existencia del agua, podrá haber peces, algas y un sinnúmero de seres que viven dentro del ecosistema que crea el agua. Sin el agua no podrían existir. Esta a su vez riega todo lo que atraviesa en su paso, porque es agua.
El viento hace o deja de hacer lo que es propio de él. Estamos recordando que el propósito de la existencia es ser. Esta es la razón por la que hemos dedicado tanto tiempo en hacerte consciente de lo que eres en verdad.
Ser consciente de lo que eres en verdad es lo que te permite vivir como en verdad eres. Esta cuestión de la identidad es lo que he venido a demostrar en el tiempo de la cuaresma. Tu función no es hacer algo. Tu función es ser lo que eres, por lo tanto, ser amor.
Ser amor es un modo de ser. Fuiste creado por el amor para ser amor y expresar el amor divino con tu existencia. Del mismo modo en que un árbol expresa el amor divino a su modo, o el viento a su manera, todos forman parte de las infinitas formas en que se manifiesta el amor, incluyéndote a ti.
Quizá pienses que esta cuestión de la identidad no tenga relación con las enseñanzas de la cuaresma. Sin embargo, déjame recordarte que la cuaresma es la forma extrema de expresión de esta verdad. Toda mi vida fue una vida dedicada a demostrar la verdad acerca de la identidad del hijo de Dios. Este es el motivo por el que he hablado tanto acerca de quién soy.
Esta pregunta de la identidad es la que una y otra vez se va desarrollando a lo largo de la cuaresma, no solo como pregunta teórica para ser respondida desde la metafísica, sino que en los cuarenta días hasta la resurrección a la vida eterna he demostrado de manera particular, y ciertamente extrema, qué soy.
La cuaresma no cumplió ningún otro propósito que el de mostrar de modo claramente visible y e irrefutable, en la forma humana, mi divinidad y la unión de mi naturaleza humana con la naturaleza divina. En otras palabras, podría decir en verdad que he demostrado de manera clara qué es lo que eres tú. Esta es la esencia de la sabiduría cuaresmal. Esta es la razón por la que la cuaresma es algo universal.
He dicho que el tiempo cuaresmal no es un tiempo propio de ciertos rituales o religiones, tal como tampoco lo es la navidad. Cristo no nació de una vez y para siempre y dejó el conocimiento de su encarnación a un grupo de personas para que solo ellos conozcan esta verdad divina y los demás no. De la misma manera, la clara demostración de ser el hombre-dios tampoco fue una demostración de la cual pudieron participar unos pocos, los cuales pasaron a ser dueños de un conocimiento eterno que los demás no pueden conocer.
II. Amor, certeza y realidad
Hijos de todos los tiempos, lugares y creencias: escuchad la voz del amor. Escuchadla porque el amor es sabiduría y en ella es donde encontrarán certeza. En la sabiduría del amor es donde vosotros vais a recibir el amor que están esperando, recibir la certeza que están buscando, la paz que están anhelando, el abrazo que necesitan vuestros corazones. Es en el amor donde todo lo que se necesita es dado.
No he venido a deciros que solo necesitáis el amor y que os quedéis tranquilos con una idea abstracta o metafísica desconectada de vuestra realidad como seres humanos, que vivís en el tiempo y la materia. No, porque si esa fuera la única solución, entonces no habría muchas diferencias con lo que el ego un día les propuso con la idea de separación. El amor no es una idea. El amor no es una abstracción. El amor eres tú. El amor es lo que eres.
Todos vuestros dolores proceden de no estar siendo plenamente vosotros mismos. Siempre que sufres, lo haces porque de alguna manera no estás siendo plenamente tú. Siempre que tienes miedo, es porque de alguna manera percibes que una situación, o una persona, o una cosa, o un algo, o un alguien, pueden hacer que no seas tú. Dicho llanamente, siempre que dejaste de ser tú, sufriste. Siempre que fuiste plenamente tú, fuiste plenamente feliz.
Si el mundo te dio miedo, es porque sentías que no te permitía ser tú mismo. Si no quieres unirte al mundo, es porque de alguna manera crees que tiene el poder de hacer que no seas tú. Piensas eso cada vez que experimentas el hecho de que no haces lo que verdaderamente deseas hacer. Tú sabes quién eres y lo sabes muy bien, porque fuiste creado en la certeza de tu ser. Solo de eso se puede tener certeza.
La verdadera certeza, que es lo que te lleva a sentirte seguro y por lo tanto en paz, procede de la certeza de saber quién eres en verdad. Intentar sustituir esa certeza por otro tipo de certezas, tratando de que el dinero, las relaciones humanas, o muchas otras cosas terminen transformándose en certeza, es lo que ha hecho que vivas en un estado de incertidumbre permanente.
Ciertamente lo que estás buscando es seguridad, para poder vivir sin miedo. Donde no hay seguridad no hay certeza y, por ende, hay duda. Donde hay duda hay incertidumbre acerca de tu propia identidad. Si bien la crisis de identidad ya pasó, aún quedan los recuerdos de los patrones de pensamiento y respuesta emocional respecto de la duda y la certeza.
Fuiste creado en la plena certeza de Dios. Él no dudó acerca de ti ni duda de ninguna manera. Podemos sintetizar, diciendo que si tienes miedo hay duda y eso se debe a que no recuerdas quién eres. Por lo tanto, tu problema ya no es de identidad, sino de memoria. Este es el motivo por el que hemos concebido esta obra que va dirigida a la sanación de la memoria de quién eres en verdad. Nunca será demasiado el recordar una y otra vez que eres el hijo de Dios, que eres invulnerable, que tienes un Padre que piensa, actúa, ama e interviene en tu vida en forma directa. Quizá lo llames milagros, o leyes de la naturaleza. No importa el nombre que le des. Lo que importa es el hecho de que aceptes que Dios no es solamente la pura abstracción, sino que es uno contigo y actúa plenamente en ti.
Si hay algo que he querido demostrar en la cuaresma es precisamente que no existe tal cosa como dos voluntades. Ya hemos hablado acerca de esto. La voluntad de Dios para ti es que seas feliz, al igual que la tuya. Por lo tanto, no hay diferencias en la esencia de lo que dispone el hombre y Dios. Que deseas ser feliz está fuera de toda discusión, pero que no sabes cómo alcanzarla o, mejor dicho, que buscabas alcanzarla de un modo ajeno a la verdad, tampoco hay dudas.
De cómo ser feliz es de lo que estamos hablando. En última instancia esta es la meta, puesto que el pecado, o lo que es contrario al amor, es todo lo que de un modo u otro te priva de felicidad.
III. La seguridad del amor
Hijo mío, quiero cerrar es a sesión pidiéndote que tomes asiento allí donde estés recibiendo estas palabras y te olvides del mundo. Que sueltes todas tus creencias acerca de lo que yo soy. Quiero que hagas silencio y en ese silencio empieces