–No… no quiero que pares –gimió ella–. Pero, sin embargo…
–Calla –dijo él, besándola en los labios para ahogar así más eficazmente las protestas de ella.
Un suave gemido salió de la garganta de ella, mientras se dejaba dominar por aquel beso. Y entonces supo que estaba perdida, en las manos del deseo más básico y primitivo. No había lugar para la vergüenza o las lamentaciones mientras iba recorriendo los contornos del cuerpo de Matt con las yemas de los dedos. La pasión, cruda y salvaje que había estado reprimida durante tanto tiempo, explotó apasionadamente entre ellos, y sus cuerpos se fundieron en una necesidad, salvaje y poderosa.
Más tarde, tumbados uno en brazos del otro en la alfombra, repletos y plenos, Samantha sintió que los dedos de él subían lentamente por su cuerpo para obligarle a que le mirara.
–Cariño…
–¿Mmm?
Todavía aturdida por la pasión que había experimentado, Samantha era incapaz de asimilar la fuerza que había tomado posesión de su cuerpo y su mente, prendiendo un fuego en sus venas que escapaba totalmente de su control. Pero al oír aquellas palabras, Samantha empezó a sentirse intranquila.
–Querida Samantha –dijo él suavemente, apartándole el pelo de la cara–. Espero que no estés esperando que me disculpe por lo que acaba de ocurrir entre nosotros. ¡Pero que me parta un rayo si me disculpo!
Fue algo glorioso, maravilloso, y completamente inevitable.
Samantha se echó a temblar al sentir la posesión con la que él la abrazaba. Parecía que las defensas que ella había edificado a lo largo de los años estaban a punto de ser destruidas. Y con ellas, la sensación de ser dueña de su propio destino. Le daba miedo darse cuenta de que estaba tan indefensa.
Ella había estado desesperadamente enamorada de Matt hacía todos aquellos años. Pero, ¿era lo que sentía en aquellos momentos un resurgir de sus sentimientos del pasado o era sólo deseo? Mientras Matt le estuviera acariciando, le resultaba imposible poner sus pensamientos en orden. Antes de que se diera cuenta, se vio entre los brazos de Matt, mientras él la transportaba a la habitación.
–Creo que estaremos mucho más cómodos aquí –le dijo él, mientras la depositaba en la cama–. Y no quiero discusiones –añadió mientras se metía en la cama a su lado–. Ya tendremos todo el tiempo del mundo para hablar más tarde, ¿de acuerdo?
Pero «hablar» no parecía estar dentro de la agenda cuando Samantha se despertó unas horas más tarde. Mirando la habitación a través de los ojos somnolientos, ella notó que Matt entraba en la habitación y parecía que acababa de darse una ducha.
Tomándola cuidadosamente entre sus brazos, como si ella fuera su objeto más preciado, la besó en los labios, abriéndose camino luego hasta la base de la garganta. Ella sentía que la acariciaba, tan lenta y sensualmente que le generaba temblores de íntimo placer, haciéndole sentir la necesidad de que él volviera a poseerla.
–¡Cariño mío! –le susurraba él–. Desde el primer momento que te vi esta tarde, tan nerviosa, supe que había sido un estúpido. Me sentí como si me hubiera atropellado un camión…
–¿Un camión? –preguntó ella, que casi no podía concentrarse en hablar, pendiente sólo del aterciopelado roce de los dedos de Matt.
–De repente me di cuenta de lo idiota que había sido. Siempre estuvimos hechos el uno para el otro, tanto mental como físicamente. Las dos mitades de un todo. Pero entonces, hace años, era imposible que funcionara… tú eras tan joven… con el mundo entero delante de ti.
–¡Oh, Matt…!
–Estoy completamente loco por ti, Sam –le susurró ella–. Siempre lo estuve, pero ahora… ahora podemos hacerlo funcionar. De hecho, pienso encargarme de que así sea, porque no estoy dispuesto a dejarte escapar de nuevo –le prometió, mientras enterraba la cabeza entre los senos de ella.
Ante aquellas palabras, Samantha casi sintió que las palabras y la sensación de duda desaparecían, quitándole un gran peso de los hombros.
Mientras Matt la acariciaba, ella se sintió invadida por la sensación de que efectivamente, todo parecía encajar, de lo bien que sus cuerpos parecían estar juntos.
La piel de él estaba suave y húmeda y los músculos, fuertes y bronceados mandaban rápidos temblores bajo las caricias de Samantha que servían para acrecentar el deseo que ella sentía.
De repente, se dio cuenta de que hacer el amor con Matt era como volver a los orígenes después de un viaje muy largo, era redescubrir una dicha familiar e íntima.
En contra de lo que había sido su primer contacto, frenético, como dos personas perdidas en el desierto que encuentran un oasis, Matt saboreaba lentamente los senos henchidos y los pezones de Samantha, explorando todos los rincones del tembloroso cuerpo de ella. La piel de ella tembló al contacto con la de él como una flor bajo el sol. Parecía que él se movía en el terreno del amor igual que lo hacía en el resto de los campos, suave y lentamente, midiendo los movimientos hasta acoplarse al ritmo de ella y hacer que Samantha perdiera todo el sentimiento de realidad. Toda la existencia de ella parecía concentrarse en aquella poderosa y deliciosa fricción, dejando paso a una sensación de plenitud tan salvaje que todo el mundo pareció explotar y desintegrarse a su alrededor, roto en fragmentos de luz y color.
Cuando Samantha abrió los ojos, fue para descubrir que la luz del sol entraba a raudales por la ventana de la habitación. Matt seguía dormido, con la oscura cabeza apoyada en la almohada, a su lado.
Con cuidado de no despertarlo, ella se levantó de la cama y se dirigió con mucho cuidado al cuarto de baño. Tal y como había esperado, había un albornoz colgado de la puerta del baño. Le estaba muy grande, pero con eso, y después de cepillarse los dientes con un cepillo nuevo que encontró en el armario, Samantha se encontró con las fuerzas suficientes para afrontar el día.
Encontrar la cocina fue una tarea bastante difícil. Era un piso verdaderamente grande. Aparte del horrible salón, parecía haber otras dos habitaciones y un enorme estudio-biblioteca.
Afortunadamente, parecía que la antigua novia de Matt, la chiflada diseñadora de interiores, había decorado al menos una habitación con gusto. Desde la puerta, Samantha contempló las paredes, alineadas con libros y el escritorio de caoba, cubierto con piel verde, a juego con la alfombra y las sillas.
Aquella era una habitación dedicada a la paz y a la contemplación, para leer o trabajar. De hecho, podía haber sido el refugio de un caballero del siglo dieciocho, si no hubiera sido por el teléfono y el ordenador portátil que había encima del escritorio.
Después de echar otro vistazo, por si Matt conservara una fotografía de su ex-novia, Samantha siguió buscando la cocina. Cuando finalmente la encontró, se alegró de ver que ésta era puramente funcional, con decoración muy moderna a base de acero inoxidable y madera, de estilo escandinavo. Le encantó el frigorífico, enorme, que tenía todos los accesorios que se pudieran imaginar.
Tras haberse servido un poco de zumo de naranja, estaba experimentando con la máquina de hacer hielo cuando se llevó un susto de muerte al oír la voz de Matt, justo detrás de ella.
–Buenos días, cariño. Me estaba preguntando qué le habría pasado a mi bata –murmuró, mientras ella daba tal salto que se le cayeron todos los cubitos de hielo al suelo.
–¡Por amor de Dios! –exclamó ella, apresurándose a limpiar todo lo que había caído al suelo.
–Vaya, eso es lo que a mí me gusta ver. Una mujer que sabe donde tiene que estar, que, en este caso, es la cocina y de rodillas, delante de su dueño y señor. ¡Sigue así, Sam!
–¡Y tú sigue soñando, su excelencia! –le espetó ella riéndose, mientras recogía los últimos cubitos del suelo.
–Bueno,