Al finalizar, los aplausos resonaron en los oídos de Samantha. Temblando, con una mezcla de agotamiento y alegría, se vio rodeada por una multitud de personas. Estuvo tan ocupada, aceptando las felicitaciones y respondiendo preguntas, que perdió a Matt de vista. Desgraciadamente, para cuando recobró el aliento y miró a su alrededor, él había desaparecido.
Sintiéndose extremadamente culpable, ya que, efectivamente, sentía que debía darle las gracias, abandonó la conferencia y se dirigió a su hotel.
Entonces, una vez allí, tumbada en la cama, se dio cuenta de que no había manera de que pudiera ponerse en contacto con él. No sabía dónde vivía, ni dónde trabajaba. Si se paraba a pensarlo, ni siquiera sabía qué era lo que él estaba haciendo en los Estados Unidos.
Tremendamente avergonzada por haber estado tan absorta con sus problemas y no haber mostrado ningún interés en los de Matt, se preguntó qué podría hacer para enmendar aquella situación.
Tras pensarlo algunos momentos, se dio cuenta de que la única persona que podría ayudarle era Candy. Sin embargo, al echar un vistazo al despertador vio que eran las seis. Con toda seguridad, Candy ya se habría marchado de su despacho y Samantha no tendría ninguna oportunidad de ponerse en contacto con ella hasta el lunes por la mañana. Ya que el vuelo de vuelta a Inglaterra era el lunes por la tarde, no tendría ninguna oportunidad de ver a Matt ni de agradecerle su apoyo aquella tarde.
Sin embargo… tal vez aquello fuera lo mejor. Después de todo, a pesar de que Candy había dicho que estaba soltero, con toda seguridad un hombre tan guapo tenía que estar o casado o al menos estar inmerso en una relación sentimental.
Además, el breve encuentro que habían tenido aquella tarde no significaba precisamente una buena noticia. Era mucho mejor, para su propia tranquilidad, que no volvieran a tener contacto el uno con el otro.
A pesar de sus buenos propósitos, Samantha se recostó en las almohadas, intentando desesperadamente controlar aquella repentina tristeza. Evidentemente, había habido otros hombres en su vida, por no mencionar un breve, pero desastroso matrimonio, al que había accedido tras romper con Matt. Sin embargo, nunca había experimentado unos sentimientos tan profundos como los que había sentido por él… Ella intentó no desmoronarse, diciéndose que la relación con Matt había ocurrido cuando ella era muy joven e inexperta y se había visto envuelta por las brumas del primer amor. Su vida había cambiado mucho desde entonces.
Había muchas cosas por las que ella tenía que estar agradecida: un trabajo que adoraba, un elegante ático, que a pesar de que le había costado un ojo de la cara había sido una magnífica inversión, un BMW y un sueldo que sus padres y hermanas consideraban una suma indecente de dinero.
¿Quién necesitaba el amor, el romance y todas esas ñoñerías? Ella estaba dedicada en cuerpo y alma a su carrera y sentía que tenía las riendas de su destino.
Justo cuando estaba asegurándose de que llevaba un estilo de vida completamente satisfactorio y de que un hombre atractivo era lo último que ella necesitaba en su vida, el fax que tenía encima del escritorio empezó a recibir un mensaje.
Aquel hotel era fantástico. Aparte de rodear de lujos a sus huéspedes, tenía el aliciente añadido de que ponía a disposición de sus clientes una oficina completa en cada habitación, con fax, teléfono y todos los cables y mecanismos necesarios para conectar el ordenador portátil.
Todo ello significaba que podía seguir en contacto con su despacho de Londres a través del teléfono, del fax y del correo electrónico. Sin embargo, no dejó de sorprenderla el hecho de que su despacho intentara comunicarse con ella, dado que debería ser medianoche en Londres. ¿Habría surgido algún problema?
Pero el fax no provenía de la oficina de Londres. Samantha abrió los ojos con incredulidad al ver el membrete que figuraba en la parte superior del papel. A pesar de que no estaba muy familiarizada con las grandes compañías norteamericanas, sabía que Broadwood Securities Inc era una de las empresas más importantes de los Estados Unidos. Su sorpresa fue aún mayor al ver que la carta llevaba la firma de Matthew Warner, presidente y director general.
Samantha no se lo podía creer. Parecía que Candy estaba en lo cierto y que Matt se había convertido en un pez gordo en el mundo de Wall Street. No era de extrañar que todos los asistentes a la conferencia de aquella tarde no se hubieran perdido ni una coma de sus palabras.
De hecho, le pareció bastante deprimente el darse cuenta de que, tal vez, su propio discurso no había sido tan fantástico como ella había imaginado, teniendo en cuenta quién le había presentado. Lo contrario sí que hubiera sido un milagro.
Samantha intentó apartarse aquellos pensamientos de la cabeza y se dispuso a leer la carta. Ésta era muy breve y al grano, recordándole simplemente que le había invitado a cenar. Decía que Matt pasaría a recogerla a las siete y media de aquella tarde para llevarla al restaurante Four Seasons.
¡Aquello era el colmo de la arrogancia! Samantha estuvo a punto de enviarle otro fax, diciéndole que aquella tarde ya estaba comprometida. Sin embargo, recordó que debía agradecerle sus esfuerzos de aquella tarde, por no reconocer que efectivamente le apetecía verle. Al mirar al reloj, estuvo a punto de lanzar un grito de desesperación. Sólo disponía de tres cuartos de hora para lavarse y secarse su larga melena y para encontrar algo que ponerse, ya que, aunque no conocía Nueva York muy bien, sabía que el Four Seasons era uno de los restaurantes más elegantes de la ciudad.
Una media hora más tarde, Samantha se miraba ansiosamente en el espejo. Como viajaba con poco equipaje y había pensado que sólo era un viaje de negocios, no disponía de mucha ropa. Por eso, no dejó de agradecerse su buena suerte al comprobar que, en el último minuto, había decidido llevarse un sencillo vestido negro de crespón que llevaba formando parte de su guardarropa muchos años. Sin embargo, no era nada del otro mundo y ni siquiera un collar de perlas podría hacerlo pasar por caro.
¿Y qué importaba? No había ninguna razón en preocuparse demasiado por su apariencia, ya que no podía hacer nada para mejorarla.
Sin embargo, por la manera en la que Matt la miró cuando apareció a las siete y media en punto, examinándola de arriba abajo, no pareció que él se sintiera muy decepcionado. Entonces, sin dejar de contemplar el pelo rubio platino que le caía a ella por los hombros, la escoltó hasta la limusina que les estaba esperando a la puerta del hotel.
Con las mesas situadas alrededor de una maravillosa plataforma de mármol, el restaurante ciertamente hacía honor a su reputación como uno de los lugares de moda de Nueva York.
Pero lo que nadie le había dicho a Samantha es que también era un lugar muy romántico, aunque probablemente aquel ambiente se debiera a que la tarde, por lo menos para ella, estuviera adquiriendo un halo de magia y encanto.
Parecía imposible que, después de tantos años, ella y Matt hubieran sido capaces de conectar tan rápidamente, como si absolutamente nada hubiera cambiado entre ellos. Aunque aquella sensación debía de ser un espejismo, ya que todo había cambiado mucho desde entonces. Pero, precisamente por eso, ella iba a tener que ir con mucho cuidado.
El hecho de que los dos se estuvieran riendo con las mismas cosas y disfrutando los cotilleos que circulaban sobre el mundo de los negocios no significaba demasiado. Lo que a ella le había dejado completamente sorprendida era que todavía lo encontrara tan tremendamente atractivo y sintiera un verdadero deseo de arrojarse en sus brazos, aunque era muy poco probable que él sintiera lo mismo.
Desgraciadamente, Samantha no tenía ni idea de lo que Matt estaba pensando. Frío, tranquilo, y profundamente encantador, estaba claramente dispuesto a hacerle pasar una noche inolvidable. Pero, mientras le contaba cómo lo había contratado un banco de Norteamérica cuando trabajaba de profesor en Oxford y cómo se había unido a su actual empresa como Presidente, no daba ninguna señal de lo que sentía por ella o por su anterior relación.
No era de extrañar que su relación hubiera acabado tristemente. Cualquier relación sentimental entre los estudiantes