Sinopsis
El autor asume en las páginas de este libro que el evangelio es una verdad pública y que, por tanto, es un mensaje que no queda circunscrito en los templos, ni se trata de un discurso religioso destinado a seres incorpóreos, sino un mensaje que confronta todos los factores que oprimen y cosifican a los seres humanos, y que produce una nueva humanidad en la cual desaparecen los prejuicios sociales y los mecanismos de discriminación que separan a los seres humanos.
Se trata, pues, de un análisis bastante completo, a partir del Evangelio de Lucas y otros textos bíblicos complementarios, para afirmar con claridad que Dios está del lado de los pobres, los marginados, las viudas, los huérfanos, los desechados de la sociedad, los despojados de sus derechos más básicos, los explotados y humillados por los poderes dominantes y hegemónicos. Así, nadie que lea esta obra quedará inmune a la voz del Espíritu, que cortará nuestras conciencias como espada de doble filo dado que Jesucristo nos llama a encarnar una espiritualidad integral que no separa lo espiritual de lo secular, la fe de las obras, sino que afirma el compromiso social y político como aspectos esenciales de la misión cristiana.
El libro alude a los cambios que se observan en el mundo evangélico en general y en el pentecostal en particular. Uno de estos cambios tiene que ver con la toma de conciencia acerca del papel de los cristianos en relación a la realidad social, económica, política y espiritual en la que tenemos el llamado a vivir la fe y dar testimonio de Jesucristo.
La política del Espíritu
Espiritualidad, ética y política
© 2019 Darío López Rodríguez
© 2019 Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip) – Ediciones Puma
Primera edición digital, julio 2020
ISBN N° 978-612-4252-46-4
Categoría: Religión - Teología - Ética
Primera edición impresa, julio 2019
ISBN N° 978-612-4252-33-4
Editado por:
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A Janice y Ricardo Waldrop, misioneros del Dios de la vida en la patria grande: América Latina.
Prólogo
Para conocer a un escritor no es necesario verlo personalmente. En realidad, incluso aquellos que viven junto a él, no necesariamente lo conocen. Los lectores del escritor lo conocen mejor. Quizá no lo conozcan en persona, pero conocen sus ideas, sus perspectivas, sus argumentos y sus propuestas. Partiendo desde ese punto de vista, puedo decir que «conozco» a Darío López. Hace diez años, cuando impartía una serie de conferencias entre Iquitos y Lima, en el Perú, en una de mis visitas a una librería, descubrí un sugestivo título: Pentecostalismo y misión integral. La propuesta innovadora procedía de la pluma de Darío López. Menciono solamente esta obra por ser la primera que he leído.
En aquel tiempo, me urgía producir un texto relacionado a la misión integral y, francamente, no sabía bien cómo el pentecostalismo podría acomodarse teológicamente a esta propuesta. Me pareció curioso —desde el pensamiento del ascetismo dispensacionalista, según el cual el mundo «evoluciona» hacia un colapso inevitable— cómo podría yo elaborar una reflexión teológica acerca de la responsabilidad humana respecto a la tierra, nuestra «casa común». En la obra de Darío encontré las rutas y vislumbré los puntos de convergencia entre la teología pentecostal y la teología de la misión integral. Siendo justo y, a la verdad sin ninguna actitud de triunfalismo, es necesario reconocer que el pentecostalismo, de forma concreta, cumple ya un papel pertinente en esta tarea. Sin embargo, muchas veces dicha contribución se presenta como una estrategia de evangelismo y no con la motivación diaconal correcta.
Inicialmente, el título de este libro puede parecer extraño, pero tan pronto que empezamos a leer su contenido, percibimos que la propuesta no es del autor, sino del propio Espíritu Santo. La «política del Espíritu» representa mucho más que la propuesta de Simone Weil, cuyo deseo fue la extinción de los partidos políticos, pues todos sin excepción son inútiles y están al servicio de algún interés en particular, muchas veces turbio. Sin embargo, a pesar del título, con extraordinaria e inusual capacidad, el autor expone magistralmente sobre esa ciencia, relacionándola con la teología y analizándola a partir del ethos pentecostal. Él va más allá demostrando que el Espíritu tiene una «política», en el sentido pleno de la palabra, y que contempla, indistintamente, a todo y a todos, pues conforme enseña Darío, «la política tiene que ver con legislar para el bien común, el buen gobierno, la justicia social, con compartir el poder y la educación para incursionar en el espacio público». En otras palabras, no debemos confundir esta política con la imposición particular de los valores de un determinado grupo sobre el resto de la comunidad.
Darío, que es escritor pentecostal, hace teología a partir de su práctica latinoamericana. Esto no le ha impedido buscar los conocimientos académicos para contribuir epistemológicamente al pentecostalismo. Tal contribución es más que bienvenida, puesto que el contingente numérico de esa expresión de fe cristiana, sobre todo en América Latina, es actualmente objeto de estudio por varias disciplinas científicas. Ocurre, por eso, que el crecimiento exponencial de este grupo plantea preguntas acerca de su pertinencia para una sociedad injusta, en donde la desigualdad social llega a niveles intolerables. El movimiento pentecostal ocupa diversos sectores y clases, con todo, está más presente en las clases C y D de la pirámide social.
A pesar de ello, justamente por su fuerza demográfica, el pentecostalismo tiene deberes aún mayores respecto a la transformación de la realidad. El énfasis pentecostal —y protestante en su conjunto— acerca del «pecado personal» y, el mayor de todos, el «pecado social», lamentablemente llevó al movimiento a ignorar el «pecado estructural». Tal desconocimiento hizo que el propio pentecostalismo cayera víctima, dado que, en nuestra América Latina, conforme ya fue dicho, la membresía pentecostal se concentra justamente en los sectores más pobres de la sociedad. En esta excelente obra «La política del Espíritu» el autor muestra, en base a los documentos de la narrativa lucana (el Evangelio que lleva su nombre en Hechos) que las curaciones realizadas por el Señor, por ejemplo, significaban que, más allá «de experimentar el poder liberador del Dios de la vida, los frágiles de la sociedad se integran a la nueva sociedad que Dios está forjando en Jesucristo, una nueva sociedad cuya composición social es en sí una crítica frontal a la sociedad estamental de todos los tiempos».
Esto no podría ser distinto, puesto que, como se deduce, el pentecostalismo es heredero del movimiento profético veterotestamentario, siendo por eso mismo, una expresión de la fe que debe denunciar los atropellos e injusticias cometidos por los sistemas políticos y religiosos. Tales sistemas estructurales se presentan de la forma más «auténtica» posible, con la intención de hacer creer a la población que esa es la «realidad» y que no hay nada que se pueda