La dulce espía navarra. José Luis Velaz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Luis Velaz
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412257922
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del servicio secreto británico. Cominza, casi cuarenta años mayor que ella, desapareció sin dejar rastro. El MI6 dispone de fotografías de ambos en un vehículo el día anterior a su desaparición.

      —Una verdadera joyita con una cara bonita y un cuerpo elegante y delicado —apunta Echániz observando atentamente las fotos.

      —El MI6 ha logrado localizarla —continua Blanchard—. Hace unos días fue vista en Vitoria, en compañía de dos hombres. Y estos han sido identificados como destacados miembros de la extinguida Milicia Ciudadana de Vitoria que actuaron durante la guerra en labores de policía e investigación y de información y detención de vecinos.

      —Precisamente —añade Martinet—, Veldarrain llevaba un tiempo intentando tejer una red en la línea Pamplona - Estella – Vitoria, con contactos que tenía en estos lugares.

      —El MI6 por nuestra penetración e injerencia en la zona nos ha pedido la colaboración —concluye Blanchard.

      Echániz mira a Martinet, a Courtois y finalmente a Blanchard, luego dice:

      —No sé por qué, pero creo que tengo misión.

      —Así es —dice Blanchard—. El próximo sábado se ha organizado en el Hotel Frontón de Vitoria de la calle San Prudencio número 7, una fiesta homenaje a la Milicia y de hermanamiento entre el régimen y el Tercer Reich, tras la importancia que tuvo Vitoria como base aérea de la Luftwaffe en la Guerra Civil y en concreto ese hotel para el jefe del Estado Mayor de la Legión Cóndor, Von Richthofen. En sus salones este dio las últimas instrucciones a los pilotos la víspera del bombardeo de Guernica. Asistirán algunos jefes nazis del destacamento de Biarritz, el cónsul de Alemania en Bilbao Friedhelm Burbach, el jefe del partido nacionalsocialista de la capital donostiarra, señor Beissel, y otros destacados miembros. Estarán el alcalde saliente de la ciudad Santaolalla, así como el recién nombrado José Lejarreta y reputados representantes del régimen. Hay claros indicios de que ella también asista.

      —Esperemos que nadie me reconozca. El asalto de Pancorbo fue muy sonado.

      —No tanto, solo a ciertos niveles secretos, pues las autoridades lo ocultaron. No podían permitir semejante humillación... Tenemos todo preparado. No cabe duda que es una operación de alto riesgo, pero necesaria…

      »Esta es tu nueva identidad —dice Blanchard al tiempo que entrega un pasaporte americano a Echániz—: Michael Morrison. Un acaudalado americano que simpatiza con el régimen franquista y las posiciones germanófilas, lo que no duda en demostrar con generosidad. La Embajada americana ha ayudado y está al corriente, aunque quedará al margen si cualquier problema. Courtois, con sus enlaces comerciales, a través de sus bodegas de la Rioja alavesa, te presentará como un inversor con especial interés en la zona. El objetivo no es otro que consigas acercarte a esa mujer para obtener información. Hemos pensado que a tus dotes naturales como seductor le vendría bien revestirlas de lujo y dinero. Una mujer como esa creo que apreciará, especialmente, esto último.

      —¿Solo información? ¿Ese es el objetivo? —pregunta Julián Echániz.

      —En principio sí. Los acontecimientos señalarán los siguientes pasos. Dependerá de arriba —dice Blanchard, indicando con el dedo hacia lo alto—. Aunque, visto lo visto, no sería descabellado pensar que la acción se extienda a algo más. Y cuidado, pues no será difícil que ella intente eso mismo contigo.

      »Además de Courtois, contarás con Martin y Pablo, el agente M-28, a quienes conoces de la operación Gavilán en Madrid contra el ministro. El primero acaba de entrar a trabajar como camarero en el hotel Frontón. El segundo rondará tu círculo.

      —Últimamente… estas misiones…, parece que se me está degradando.

      —Un agente, como un soldado, nunca debe despreciar las acciones que se le encomiendan. Todas son importantes y necesarias —dice Blanchard.

      —Ya, pero en principio fui captado por mi buen hacer con las armas, todavía echo de menos aquellos días gloriosos en el club de Ulía.

      —Somos dichosos de contar con alguien que además de bueno con las armas, habla perfectamente varios idiomas, es disciplinado y capaz de muchas otras cosas, como esa relación especial con el sexo femenino… Tienes dotes y lo llevas en la sangre. Quieras o no, es parte de tu propia historia —concluye Blanchard.

      —¿Cuándo salgo?

      —Mañana, en el expreso de las 17:00 —responde contundente Blanchard—. Este es tu billete. Se te ha reservado una habitación por tiempo indefinido en el mismo hotel. Aquí tienes dinero suficiente para el nivel de vida que se supone. Si fuera preciso habría más. Quédate bien con la figura y cara de esta mujer.

      —Es inolvidable.

      A continuación Martinet le proveyó a Julián la clave, a través de un novedoso sistema secreto, para la reproducción de mensajes que le pudieran enviar a través de los anuncios breves de un periódico.

      —Pues bien. Eso es todo. Buena suerte. Estarás en contacto con el grupo diariamente —concluyó finalmente Blanchard la sesión, al tiempo que todos se levantaban—. ¡Ah! Por cierto Julián, no olvides llevar un buen abrigo. En Vitoria hace frío. Ayer diez grados bajo cero y nieve.

      El anochecer se antojaba tranquilo. Julián lo aprovechó para ir caminando al borde de la bahía de la Concha. El día claro y azul, aunque fresco, dejaba una bonita puesta de un sol anaranjado posando suavemente sobre el mar, tras la isla Santa Clara. Fue andando hasta el Boulevard, luego cogió el tranvía eléctrico que lo acercó a la villa de Ategorrieta. La verja exterior se hallaba cerrada y tras cerciorarse que dentro no había nadie la abrió con la llave que Alicia, la hija del general, le había dejado mientras durara su estancia en la capital donostiarra. Era una suntuosa villa cercada y rodeada por un lustroso jardín de manto verdoso, propiedad de un importante industrial bilbaíno amigo del general, cuya familia la aprovechaba para determinadas estancias en San Sebastián, como esta semana lo hacía su hija. Sin embargo, a Alicia, no le haría mucha gracia cuando se enterara que al día siguiente tenía que irse. En cualquier caso, pensó Julián, esta noche sabría cómo hacerla disfrutar y sonrió. Nada más entrar se apresuró a encender el fuego en la hermosa chimenea que dominaba el gran salón cuyas paredes mostraban grandes óleos de bellas marinas del siglo anterior entre estantes, de una noble biblioteca de cerezo, repletos de libros, jarrones y recuerdos de viajes exóticos. Una vez prendida la lumbre introdujo dos troncos de haya y uno de roble. Luego llenó una gran bañera con agua caliente y espumoso gel de suave azahar. Se desnudó y se dispuso a tomar un baño relajante. Cuando Alicia entró y sintió la calidez del fuego que ardía llamó a su amante. Al verlo en la placidez del baño lo besó en los labios y agitada por una respiración entrecortada le susurró que la esperara. Fue a la cocina, llenó una bandeja de fresas y cogió dos copas y una botella de champán. Mientras Alicia se desnudaba, de vuelta en la sala de baño, ya se oía la suave melodía que con la voz de Billie Holiday llegaba desde el salón y, cuando se introdujo dentro de la bañera junto a Julián, también podía oírse el crepitar de las llamas del fuego de la pasión.

      Al día siguiente amaneció una ciudad con tonos grises que el cielo cubierto rociaba tan mansa y suavemente, en un leve y continuo sirimiri, que incluso parecía hacerlo con cariño. Mientras Julián iba en el taxi hacia la estación del Norte se entremezclaban sus pensamientos, el porvenir que lo esperaba, donde cada día que pasaba vivo sonaba a victoria junto con los de la salacidad de la larga noche, en la que apenas había dormido, que le llevó a recordar aquella otra, en Madrid, en compañía de Alicia en vísperas de casarse, en un hotel cercano a la estación donde al día siguiente conocería a Marie Etchepare ante la operación Gavilán.

      No había cogido paraguas. El sombrero colocado con estilo, un tanto ladeado, que cubría su negro cabello incrementaba la oscura tonalidad del día gris que se apagaba en la tez donde resaltaban unos ojos azules, claros y resplandecientes. La gabardina beis, larga, ajustada por un cinturón anudado, con los cuellos levantados, dejaba al descubierto una fina corbata que parecía aún más negra sobre la camisa blanca. Solo llevaba una maleta, pero su pistola favorita, la que había pertenecido a su padre,