La dulce espía navarra. José Luis Velaz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Luis Velaz
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412257922
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Eastman Kodak, sacó una en 8 milímetros que dispuso sobre un proyector.

      —Vamos a ver una película que nos ha pasado Cabeza de Ajo procedente de la Embajada británica en Madrid, realizada por agentes del MI6. No tiene desperdicio. Fijaros bien. Luego comentaré los objetivos.

      Sobre un fondo negro aparecieron unas letras en blanco: «Pamplona. Domingo 7 de julio de 1940». Un nuevo fundido sumido en una intensa negrura enmudecida parecía anunciar que, seguidamente, vendría la grabación de la estela de una historia para la posteridad. El silencio era total. Tan solo se escuchaba el runruneo que provocaba el paso de la película por el proyector. En efecto, las primeras imágenes mostraban el ambiente festivo en las calles de Pamplona, repletas y animadas por una muchedumbre que celebraba los últimos sanfermines mostrando su entusiasmo de forma pletórica y eufórica. Entre la gente se observaban grupos de soldados del Tercer Reich disfrutando de la fiesta. A continuación, de forma impactante, la película conducía al espectador hasta el recorrido del encierro cuyos fotogramas lograban transmitir, de manera sorprendente, la tensión que se palpaba en los mozos que corrían delante de los astados hasta su conclusión en la plaza de toros. Tras ello, las imágenes seguían ofreciendo escenas típicas de la fiesta y el alborozo que las acompañaba, como el Riau-Riau o el pasacalles de la comparsa de los gigantes y cabezudos.

      La cámara, a continuación, desde el Ayuntamiento de la ciudad, en cuyo balcón destacaba la esvástica, pasaba a ofrecer la acogedora recepción de las autoridades a los mandos germanos a quienes se les ofrecía un vino de honor. Luego, en la calle, podían verse animadas pandillas de mozos mezcladas con soldados nazis, intercambiadas gorras militares con boinas rojas, entre tragos de bota y bailes de jotas. Y al filo, en el Consulado alemán de la calle San Ignacio, engalanado con imponentes estandartes con la cruz gamada, la bandera de la Falange y la Cruz de Borgoña, las imágenes seguían mostrando similares actos de jolgorio y fraternidad.

      Tras unos segundos de un nuevo fundido en negro, y de los característicos cortes enlazados del montaje de la cinta de celuloide, apareció la plaza de toros abarrotada. De una vista general, filmada desde lo más alto, se daba paso a planos largos y luego a otros más cortos, en una secuencia en la que se reflejaban rostros de hombres y mujeres animados en las gradas hasta converger en la figura del torero que, en el centro de la plaza y entre los olés del público, en ese momento lidiaba al toro. De algunas balconadas caían desplegadas las enseñas del Tercer Reich. En el palco, junto a las autoridades locales que presidían la corrida, podían distinguirse los atuendos de determinados jefes militares nazis que lucían relucientes medallas. Y entonces, entre el clamor de la plaza, el torero acercándose a la barrera cercana a la tribuna, con gesto tan elegante como elocuente, brindó el toro al jefe castrense del Tercer Reich de las tropas desplazadas a la capital navarra. La multitud que llenaba la plaza puesta en pie bajo los sones del himno nacional español y el Deutschland Über Alles alemán aplaudía enfervorizada, con el brazo levantado, a los militares invitados por las autoridades.

      El documental finalizaba con noticias y fotografías destacadas por la prensa local, absolutamente germanófila en ese momento, relacionadas con la visita nazi en el día grande de la fiesta, en su primera edición tras la efeméride; en las que, entre otras, se referían a la asistencia, para relajar las tensiones de la guerra, de más de trescientos soldados del Tercer Reich. Una gran foto en portada del Diario de Navarra, junto a la de la procesión de San Fermín, mostraba el saludo, mano a la frente, del jefe militar nazi al torero Curro Caro, con traje de luces y pañuelo rojo al cuello, después de que este le hubiera brindado el toro desde la arena del coso. Del mismo modo aportaban contenido sobre todo ello el diario ABC o el falangista Arriba España que, en 1936, había ocupado las instalaciones del nacionalista La Voz de Navarra.

      —Fiesta, sangre y tragedia se unen una vez más —dijo Blanchard al término de la proyección, poco más que susurrando, ante el mutismo de los reunidos—. Bien. Voy a rebobinar la cinta para lo que hoy nos ocupa…

      »El hombre de la derecha que aparece junto al coronel alemán. Ahí, en la recepción del Ayuntamiento, con la copa de vino en la mano, es nuestro hombre. Se llama Veldarrain. José María Veldarrain. Natural de una localidad de Tierra Estella regenta desde hace años una librería en el casco viejo de Pamplona. Preside la Asociación de Comerciantes de la comarca y tiene muy buena relación con la corporación municipal, en especial con el alcalde José Garrán; que es el que está al otro lado del coronel… Este otro, junto al alcalde, es el concejal Joaquín Ilundain, quien precisamente lanzó el chupinazo de las fiestas.

      »Pues bien, nuestro hombre, vivió y estudió siendo adolescente en Berlín al tener su familia que desplazarse allí por motivos de trabajo de su padre, descendiente de rancio abolengo carlista. Cuando terminó el bachiller comenzó a trabajar en una factoría de automóviles en Alemania. Se casó con una joven alemana y en 1935 regresó con su mujer y una hija a Pamplona. Con el dinero que había ahorrado montó la librería.

      »En estas otras imágenes, en el Consulado alemán, lo vemos charlando amigablemente con el cónsul y esos oficiales alemanes que los rodean, todos ellos saboreando el vino español, con una copa en la mano. Con el cónsul tiene gran relación por su pasado en Alemania, además, claro está, por el hecho de que su esposa sea natural de ese país y su hija haya nacido también allí…

      —¡Un momento, para por favor! —exclamó Courtois—. Esos oficiales… ¡Claro! Me preguntaba yo, de qué les conocía… Ese es el capitán Hermann Bauer de la dotación de Biarritz, y a su izquierda el teniente Ralf Weber, implicado en el secuestro y asesinato, con ritos satánicos nazis, de Sara Garmendia, en la gruta de Lourdes Txiki, en la subida del monte Igueldo… —Los perfiles de Blanchard y Martinet, iluminados por el haz de la luz del proyector, asintieron—… Nunca lo podré olvidar… ni perdonar. La impliqué yo, por nuestra amistad, para que nos ayudara en la información con el teniente Weber, del que, en realidad se había enamorado… ¡Nunca me lo podré perdonar ni perdonaré a esos asesinos!

      —No sigas atormentándote. Ya no sirve para nada. En estos tiempos de bruma el odio nos empaña la mente que necesitamos mantener fría y lúcida para vencer —dijo Martinet.

      Tras unos segundos en silencio, Blanchard, prosiguió:

      —También vemos aquí a nuestro hombre. En el palco de honor de la plaza, junto a las autoridades. Voy a detener la proyección y ver si puedo ampliar un poco el tamaño de la imagen… Así… Se distingue bien aunque se pierde definición y nitidez… Aquí, como podéis observar, se encuentra a la derecha del coronel…, y si pasamos un poco…, lo vemos charlando animadamente con él.

      »Sin embargo, Veldarrain, a pesar de la apariencia, en su interior, reniega de Hitler y el nazismo, habiendo llevado a cabo desde hace algunos meses, por su influencia, en especial en círculos germanos de la zona, importantes actuaciones para el MI6 británico.

      »Así, ha transferido a la Gestapo cierta información, como si hubiera sido conseguida a través de sus relaciones comerciales, cuando en realidad no era sino canalizada y proporcionada a cuentagotas por el MI6, con el fin de obtener su confianza y acceder a conocimientos que ahora empezaban a dar sus frutos.

      —¿Empezaban? —pregunta Echániz mirando a Blanchard, pero este en lugar de contestar se acerca a un interruptor, enciende la luz del salón y se dispone a sacar la película del proyector.

      —Hace dos semanas que nadie sabe nada de él —prosigue Martinet—. Nos tememos lo peor. Agentes del MI6 están siguiendo la pista de Veldarrain. Nadie sabe nada. Una tarde salió de la librería antes de lo habitual diciendo a su hija que comunicara a su madre que no lo esperaran para cenar. Tenía una reunión y llegaría tarde. Desde entonces no ha aparecido.

      —En un par de ocasiones fue visto en compañía de esta mujer. —Blanchard ha cogido un sobre de donde extrae unas fotos en blanco y negro, tamaño 13x18 centímetros, que entrega a Julián Echániz.

      —Ummm. Muy guapa —dice Echániz.

      —Y probablemente muy peligrosa —dice Blanchard—. Se conoce muy poco de ella. Que tiene veintitantos años y poco más. Sin embargo no parece casual que el MI6 la confirmara como la discreta amante