Rafe se estaba pasando de la raya, teniendo en cuenta que no había hablado con Andrew más que en dos ocasiones, según creía Tess.
–¿Qué mosca te ha picado, Rafe? –preguntó–. ¿Tienes por norma menospreciar a todos los hombres a los que yo aprecio? Pensaba que las irracionales éramos las mujeres.
–¿Irracional yo? –inquirió Rafe con perplejidad.
–Primero Andrew y ahora Ian. Y el pobre lo único que ha hecho ha sido ser simpático.
–El pobre es el típico hombre patético que, al primer síntoma de calvicie o barriga…
–No he visto ninguno de esos síntomas en Ian –lo interrumpió Tess.
–Se gasta una fortuna para cerciorarse de que no los veas.
–Dios mío, tienes una lengua viperina.
–La necesito para mi trabajo, encanto –reconoció sin escrúpulos–. Tu Ian ha pescado a la primera joven belleza casadera lo bastante tonta o enamorada, y en el caso de Chloe son ambas cosas, para convertirse en objeto de envidia universal. Sus colegas le darán una palmadita en la espalda y lo llamarán «machote». Es lo típico.
–Eso no es más que una generalización –replicó Tess con sorna. Rafe cambió de táctica.
–Entonces, ¿te parece bien que haya una diferencia de edad tan acusada?
–Podría ser un problema –reconoció Tess–, pero cuando dos personas están enamoradas, eso no debería importar.
–Siempre supe que eras una romántica empedernida –la burla centelleaba con fiereza en los ojos oscuros de Rafe–. Ya veo que esa idea de que el amor lo puede todo es aplicable a todo el mundo menos a una persona.
La confusión asomó al rostro de Tess.
–¿A quién?
–A ti.
El color que había vuelto a enrojecer las mejillas de Tess desapareció con rapidez.
–Eso es diferente.
–No sé por qué, pero imaginaba que dirías eso –repuso Rafe con sarcasmo.
–¿Y cómo voy a saberlo si nunca he estado enamorada?
Rafe se quedó boquiabierto ante aquella réplica enojada.
–¿Nunca?
Si Rafe supiera qué otras cosas no había hecho nunca, se quedaría atónito, pensó Tess.
–No me apetece comentar mi vida amorosa contigo. Por cierto, ¿quién te ha pedido tu opinión sobre todo este asunto? –con el rostro contraído por el desdén, echó hacia atrás la cabeza, y los cálidos y exuberantes mechones de pelo le acariciaron el rostro–. ¿Y quién te ha pedido que te quedaras?
–Quizá tu caluroso recibimiento me resulte un poco menos gélido que el que me darán en casa.
La mueca irónica de Rafe enojó enormemente a Tess. No le habría costado demasiado, pensó él, fingir que el placer de su compañía había sido el motivo, pero ¿por qué ser amable cuando se podía ser sarcástico? ¿No era ese su lema?
–No sé por qué te empeñas en enfrentarte con tu abuelo. No es más que un anciano…
Rafe torció los labios.
–Le diré lo que has dicho. Se tomará tan bien la noticia de su decrepitud como saber que su muerte saldrá en las noticias de las seis. Pensé que no te vendría mal tener a un amigo –se encogió de hombros–. Por lo que se ve, estaba equivocado. Será mejor que me vaya –y se inclinó para recoger la chaqueta que había arrojado sobre el respaldo de una silla la noche anterior.
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