Tess no se sentía inclinada a hacer feliz a Chloe, así que eludió darle una respuesta franca.
–No cuento mi historial médico a todos mis amantes –contestó, y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para mantener la compostura.
–Es que me pareció ver a Rafe un poco avergonzado antes, Tess, cuando te insinuabas a él. Solo te lo digo…
–Ya lo sé –la interrumpió Tess con ironía–. Por mi bien. Tomo nota de tu preocupación, Chloe, pero sinceramente, no creo que exista una situación que pueda avergonzar a Rafe –irritarlo y enfurecerlo, sí; avergonzarlo, no.
–Qué bien me conoces –a pesar del tono burlón, Rafe daba muestras de estar bastante enojado en aquellos momentos.
–¡Rafe! –Chloe giró en redondo al oír la voz a su espalda. Su estudiada sonrisa coqueta se desvaneció al percibir el desprecio y la furia de la mirada de Rafe–. No te había visto.
–Lo sé y, para que lo sepas, Chloe, tu tía no es de las que anuncian a los cuatro vientos sus aventuras amorosas –Rafe no le dedicó más de unos pocos segundos antes de centrar su atención en Tess, pero el contacto había sido lo bastante largo para que Chloe se sintiera más avergonzada que nunca en toda su vida.
–Bueno, me voy –dijo Chloe con voz débil.
–No es mala idea –corroboró Tess sin mirar a su sobrina.
–¿Es cierto? –Rafe atravesó el umbral y cerró con firmeza la puerta de la cocina. Tess sintió cómo se disolvía su vana esperanza de que Rafe no hubiese oído lo que Chloe había revelado.
–Pensé que te habías ido –Tess recogió un plato de la mesa, pero resbaló de sus dedos y se hizo añicos en el suelo–. ¡Mira lo que he hecho por tu culpa!
–Te he hecho una pregunta.
–Y yo no he querido contestarte –replicó Tess con impertinencia.
–¿Quieres dejar eso? Te vas a cortar –Rafe se acercó a ella por detrás, la rodeó con los brazos y la puso en pie. Le sacudió los minúsculos fragmentos de porcelana de las rodillas antes de enderezarse, y después de levantarle la barbilla con los dedos, estudió la mirada sombría de Tess.
–Ojalá no fueras tan alto.
–Échale la culpa a mis genes y a una dieta equilibrada.
–Suéltame –susurró Tess con voz trémula.
–¿No puedes tener hijos?
Tess cerró los ojos.
–Así es. Soy estéril.
¡O lo más parecido a una mujer estéril! Improbable, más que imposible, había sido la palabra empleada por el médico que le había explicado su anomalía. Le había hablado largo y tendido sobre la fecundación in vitro y otros tratamientos asociados, pero Tess, que se había sentido como si su feminidad estuviera siendo cuestionada en la televisión, no había prestado mucha atención a las explicaciones.
Tess había dado por hecho que algún día conocería al hombre de su vida y tendría hijos con él. Pero al descubrir que aquello no iba a pasar nunca, comprendió lo intenso que era su deseo de llegar a ser madre.
–No me lo habías dicho.
La rencorosa observación arrancó una amarga carcajada de los labios de Tess.
–¡No es algo que se suela mencionar en una conversación! Por cierto, la apendicitis que tuve me dejó bastante limitada, en todos los sentidos.
Rafe hizo una mueca. Era incapaz de imaginar lo que podía suponer para una mujer la incapacidad de concebir.
–¿Desde cuándo lo sabes?
–Desde hace cinco años.
–¿Tanto? –inquirió Rafe, estupefacto.
–Y, diga lo que diga Chloe, me daría igual tener cien hijos propios, ¡ningún niño podría sustituir a Ben! –lo miró con furia, retándolo a que afirmara lo contrario. Rafe maldijo.
–Eso ya lo sé, Tess.
Tess siguió mirándolo con odio, pero los ojos oscuros de Rafe reflejaban ternura y cariño. Tess sintió cómo su enojo se le iba de las manos y una cruda tristeza ocupaba su lugar.
–Ya sé que lo sabes –balbució al tiempo que, con un suspiro, aceptaba el consuelo que ofrecían los brazos de Rafe.
–Debiste decírmelo.
–Ojalá lo hubiera hecho –balbució Tess con sinceridad. En el fondo, había tenido miedo de que Rafe la viera de otra manera si lo averiguaba.
No lloró, se limitó a abrazarse a él como si su vida dependiera de ello. Rafe, mientras tanto, le acarició el pelo y la curva de la espalda. No eran las palabras tiernas que musitaba lo que la tranquilizaban como el sonido de su voz grave.
–Gracias –sintiéndose terriblemente tímida de repente, Tess sintió el impulso de liberarse de los brazos fuertes que la estrechaban. Rafe no tuvo problemas en interpretar la repentina rigidez de su menudo cuerpo. Tess retrocedió, se alisó el pelo y rehuyó la mirada compasiva de Rafe–. Sabes, quizá sea para bien que Ben viva con Chloe y con Ian –anunció, en un intento por analizar el problema con objetividad–. Nunca he podido ofrecerle un padre. Un chico necesita un modelo que seguir… necesita una figura paterna.
–Algún día, te casarás con alguien que será mejor figura paterna que ese impresentable que Chloe se ha buscado.
Dado el rechazo que sentía Rafe hacia Ian, Tess decidió no tocar el tema del «impresentable». Movió la cabeza con firmeza.
–No, no pienso casarme nunca.
–Eso lo dices ahora, pero cuando conozcas al hombre…
A Tess la enojaba que Rafe le dijera lo que, en opinión de él, ella quería oír… un ejercicio absurdo dado que los dos sabían que ningún hombre querría casarse con ella en cuanto supiera la verdad.
–He dicho nunca –su expresión se endureció–. El matrimonio se basa en proporcionar un entorno amoroso y seguro para los hijos. Por eso se casan los hombres.
–Por eso se casan las mujeres –la corrigió Rafe–. Vosotras sois las del sentido práctico. Un hombre se casa por otras razones. Tenemos muy mala prensa, pero la mayoría de los hombres, cuando se casan, piensan en el amor, no en unas caderas fecundas… –sus ojos se posaron, por propia voluntad, en la cintura de avispa de Tess y en sus caderas. Carraspeó. No era su carácter fecundo o no fecundo lo que le dificultaba desviar la mirada.
–Estás hablando de sexo. Un hombre no tiene por qué casarse para disfrutar del sexo, Rafe. Pero no te estoy diciendo nada que no sepas, ¿verdad?
–Hay una diferencia entre el sexo y el amor, y hasta los hombres frívolos como yo sabemos reconocerlo.
Tess parpadeó al percibir la furia que impregnaban sus palabras. Cielos, lo había olvidado, ¡Rafe había amado y perdido! No era de extrañar que hablara con tanto ardor sobre el tema.
–¿Por eso querías casarte, Rafe?
Rafe despachó con el ceño fruncido aquella pregunta un tanto triste.
–No estamos hablando de mí.
–Eso no es justo, teniendo en cuenta que estamos celebrando una jornada de puertas abiertas sobre mis más íntimos sentimientos –gruñó Tess.
–Estoy seguro de que algún día conocerás al hombre que te quiera por lo que eres, no por lo que le puedas procurar.
–Qué pensamiento más bonito.
–No me crees, ¿verdad?
Tess cruzó los brazos y lo miró directamente a los ojos.
–La