Normas positivas pra fomentar en la clase de matemáticas
Para Jaime y Ariane, mis dos chicas
que me inspiran todos los días.
Prólogo
Una de mis exalumnas de la Universidad Stanford es profesora de cuarto de primaria en el sur del Bronx, una zona de la ciudad de Nueva York en la que estudian muchos alumnos pertenecientes a grupos sociales minoritarios y desfavorecidos que presentan un rendimiento académico bajo. Todos estos alumnos piensan que no se les dan bien las matemáticas, y a la vista de sus resultados académicos, cualquiera podría tener la tentación de comulgar con esta apreciación. Sin embargo, después de haber asistido a clase con ella durante un año, sus alumnos de cuarto terminaron en primer lugar en el ranking del estado de Nueva York: el 100 % aprobaron el examen de matemáticas de ámbito estatal, y el 90 % obtuvieron la nota más alta. Y es que todos los estudiantes pueden tener éxito en el aprendizaje de las matemáticas; el caso de estos alumnos del Bronx no es más que uno de los muchos ejemplos que podría poner.
Hay quienes piensan que algunos niños no están hechos para las matemáticas, que el éxito en esta materia está reservado solamente a ciertos niños —los que se cree que son «inteligentes»— o que es demasiado tarde para aquellos que no han crecido en los entornos adecuados. Quienes albergan estas creencias pueden aceptar fácilmente que muchos estudiantes suspendan la asignatura de matemáticas y la odien. De hecho, nos hemos encontrado con muchos profesores que intentan consolar a sus alumnos diciéndoles que no se preocupen por llevar mal las matemáticas, porque no todos pueden sobresalir en esta materia. Estos «facilitadores» adultos, padres y maestros por igual, permiten que los niños desistan de las matemáticas cuando apenas están empezando a estudiarlas. No es de extrañar que algunos estudiantes se limiten a aceptar su desempeño deficiente con esta declaración: «No estoy hecho para las matemáticas».
Pero ¿de dónde sacan los padres, los profesores y los alumnos la idea de que las matemáticas son solo para algunas personas? Una nueva investigación muestra que esta creencia está profundamente arraigada en el campo de las matemáticas. Los investigadores encuestaron a académicos (de universidades estadounidenses) de varias disciplinas. Les preguntaron hasta qué punto pensaban que el éxito en su campo dependía de una capacidad fija e innata que no se podía enseñar, frente a la idea de que el trabajo duro, la dedicación y el aprendizaje eran los factores determinantes. Entre todos los expertos encuestados —de los campos de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas (las denominadas materias STEM)—, los matemáticos fueron los que más convencidos se mostraron de que la capacidad asociada a su disciplina era un rasgo innato, fijo (Leslie, Cimpian, Meyer y Freeland, 2015). Otros investigadores están descubriendo que muchos profesores de matemáticas empiezan el curso distinguiendo entre los estudiantes que son aptos para esta disciplina y los que no lo son. Se oyó decir a un profesor de universidad, en el primer día de un curso universitario introductorio: «Si esto no os resulta fácil, no es lo vuestro» (Murphy, García y Zirkel, en preparación). Si este mensaje se transmite de generación en generación, no es de extrañar que los estudiantes tengan miedo de las matemáticas. Y tampoco es de extrañar que lleguen a la conclusión de que no están hechos para las matemáticas si no les resultan fáciles.
Pero cuando empezamos a constatar que la mayoría de los estudiantes (tal vez casi todos) son capaces de sobresalir en esta asignatura y disfrutarla, como se muestra en los capítulos siguientes, ya no es aceptable que tantos alumnos la suspendan y la odien. ¿Qué podemos hacer para que todos los estudiantes logren avanzar en el aprendizaje de las matemáticas? ¿Cómo podemos ayudar a los maestros y a los alumnos a creer que se puede desarrollar la capacidad matemática, y luego mostrarles a los profesores cómo enseñar matemáticas de una manera coherente con esta idea? Esta es la materia de este libro.
En esta obra única y maravillosa, Jo Boaler saca partido de sus años de experiencia y su gran sabiduría para mostrarles a los docentes exactamente cómo presentar los contenidos matemáticos, cómo estructurar los problemas matemáticos y cómo guiar a los alumnos en esta disciplina y darles un tipo de retroalimentación que los ayude a adoptar y asentar una mentalidad de crecimiento. Boaler es una de esas educadoras excepcionales que no solo conocen el secreto de la enseñanza de la mayor calidad, sino que también saben cómo transmitir este don a los demás. Miles de maestros han aprendido de ella, y esto es lo que dicen:
«A lo largo de mi educación escolar […] me sentí estúpido e incapaz de aprender [matemáticas] […] No tengo palabras para expresar el alivio que siento ahora al ver que sí puedo aprenderlas, y al poder enseñarles a los alumnos que ellos también pueden hacerlo».
«[Usted] me ha ayudado a pensar acerca de la transición a los estándares básicos comunes y a ayudar a mis alumnos a sentir amor y curiosidad por las matemáticas».
«Estaba buscando un proceso de aprendizaje de las matemáticas que hiciera que los alumnos pasasen de odiarlas a disfrutarlas […] este era el cambio que necesitaba».
Imagina a tus alumnos pasándolo bien mientras lidian con problemas matemáticos realmente difíciles. Imagínalos pidiendo que se analicen sus errores delante de la clase. Imagínalos diciendo: «¡Se me dan bien las matemáticas!». Esta visión utópica se está materializando en aulas de todo el mundo y, si sigues los consejos que se ofrecen en este volumen, también puede ser una realidad en tu aula.
Carol Dweck,
profesora de Psicología y autora de Mindset: la actitud del éxito
Introducción: El poder
de la mentalidad
Recuerdo claramente la tarde de otoño en la que estuve con la decana en su despacho, en la que resultó ser una reunión muy importante. Hacía poco que yo había regresado a la Universidad Stanford desde Inglaterra, donde había sido profesora Marie Curie de Educación Matemática.
Todavía me estaba acostumbrando al cambio climatológico, de los grises cielos nublados que se empeñaron en acompañarme durante los tres años que pasé en la costa de Sussex, en Inglaterra, a la luz del sol que brilla en el campus de Stanford casi de continuo. Entré en el despacho de la decana con cierta inquietud ese día, ya que era la primera vez que iba a encontrarme con Carol Dweck. Estaba un poco nerviosa ante la perspectiva de conocer a la famosa investigadora cuyos libros sobre la mentalidad habían revolucionado la vida de personas de todos los continentes y cuyo trabajo había motivado a gobiernos, escuelas, padres e incluso a equipos deportivos de primera línea a enfocar la vida y el aprendizaje de manera diferente.
Durante muchos años, Carol y sus equipos de investigación han recopilado datos que respaldan un hallazgo indiscutible: que cada individuo tiene una mentalidad, una creencia fundamental acerca de su forma de aprender (Dweck, 2006b). Las personas que tienen una mentalidad de crecimiento creen que la inteligencia aumenta con el trabajo duro, mientras que las que tienen una mentalidad fija creen que uno puede aprender cosas, pero no cambiar su nivel de inteligencia básico. Las mentalidades tienen una importancia fenomenal, porque los estudios han demostrado que conducen a comportamientos dispares en cuanto al aprendizaje, lo que a su vez da lugar a distintos resultados en cuanto a este. Cuando las personas cambian de mentalidad y empiezan a creer que pueden aprender en mayor medida, cambian su forma