Como les referí antes, mi vida artística se ha centrado en el deseo o, más concretamente, en el afán por articular la crónica de los diversos sentimientos de pérdida y los nunca saciados anhelos que han ululado a través de mis huesos y hervido también en mi sangre a lo largo de toda mi vida. En el decurso de ese trovadoresco tránsito habré escrito alrededor de 200 canciones, la mayor parte de las cuales diría que son Canciones de Amor. Canciones de Amor y, por lo tanto, según mi definición, canciones inspiradas en —y por— la tristeza. De esta considerable masa de material, un puñado de ellas destacan sobre el resto en lo relativo a todo lo que les he compartido acerca de lo que me llevó a escribirlas. “Sad Waters”, “Black Hair”, “I Let Love In”, “Deanna”, “From Her to Eternity”, “Nobody’s Baby Now”, “Into My Arms”, “Lime Tree Arbor”, “Lucy”, “Straight To You”. Estoy orgulloso de estas canciones. Son mis sombrías y violentas criaturas de ojos oscuros. Tienen vida propia y apenas se relacionan con las otras canciones. La mayor parte de ellas proviene de complicadas gestaciones y de partos difíciles y dolorosos. La mayoría de ellas hunde sus raíces en la experiencia personal directa y fueron concebidas por un sinfín de muy variadas razones, pero estas Canciones de Amor son, en última instancia, lo mismo: destellos de vida proyectados al firmamento a discreción por un hombre ahogándose.
He aquí, damas y caballeros, un ejemplo más.
Love Letter
I hold this letter in my hand
A plea, a petition, a kind of prayer
I hope it does as I have planned
Losing her again is more than I can bear
I kiss the cold, white envelope
I press my lips against her name
Two hundred words. We live in hope
The sky hangs heavy with rain
Love Letter Love Letter
Go get her Go get her
Love Letter Love Letter
Go tell her Go tell her
A wicked wind whips up the hill
A handful of hopeful words
I love her and I always will
The sky is ready to burst
Said something I did not mean to say
Said something I did not mean to say
Said something I did not mean to say
It all came out the wrong way
Love Letter Love Letter
Go get her Go get her
Love Letter Love Letter
Go tell her Go tell her
Rain your kisses down upon me
Rain your kisses down in storms
And for all who’ll come before me
In your slowly fading forms
I’m going out of my mind
Will leave me standing in
The rain with a letter and a prayer
Whispered on the wind
Come back to me
Come back to me
O baby please come back to me
Carta de amor
Sostengo esta carta en la mano
Una súplica, una petición, como un rezo
Ojalá cumpla con mis deseos
No podría soportar perderla una vez más
Beso el sobre frío y blanco
Presiono los labios sobre su nombre
Doscientas palabras. Vivimos de esperanza
Se cierne el cielo, cargado de lluvia
Carta de amor, Carta de Amor
Ve a por ella, ve a por ella
Carta de Amor Carta de Amor
Ve y cuéntale, ve y cuéntale
Un viento avieso azota la loma
Un puñado de palabras esperanzadas
La quiero y siempre la querré
El cielo está por estallar
Dije algo sin querer
Dije algo sin querer
Dije algo sin querer
Y salió todo del revés
Carta de Amor, Carta de Amor
Ve a por ella, ve a por ella
Carta de Amor, Carta de Amor
Ve y cuéntale, ve y cuéntale
Lluéveme besos encima
Lluéveme besos a cántaros
Y por todas las que vendrán ante mí
En tus formas evanescentes
Se me está yendo la cabeza
Me quedaré de pie, parado
En la lluvia con la carta y el rezo
Susurrado en el viento
Vuelve conmigo
Vuelve conmigo
Oh, nena, vuelve por favor
Las razones por las que me siento obligado a escribir Canciones de Amor pueden contarse por legiones. Algunas de estas devinieron más evidentes cuando me senté con un buen amigo a quien, a fin de preservar su anonimato, llamaré “G”. “G” y yo nos confesamos mutuamente, el uno al otro, que ambos padecemos del trastorno psicológico conocido como erotografomanía. La erotografomanía se diagnostica cuando el sujeto en cuestión padece un deseo obsesivo por escribir cartas de amor. “G” me confesó que había escrito y enviado, en los últimos cinco años, más de 7.000 Cartas de Amor a su esposa. Mi amigo parecía exhausto y su vergüenza era casi palpable. Platicamos largo y tendido sobre el poder de la Carta de Amor y descubrí su gran semejanza, debo decir que sin que apenas me sorprendiera, con la Canción de Amor. Diríase que ambas sirven a un fin común: dar rienda suelta a las meditaciones sobre la persona amada. Ambas sirven para acortar la distancia entre el escritor y el destinatario. Ambas preservan una perdurabilidad y, por consiguiente, una fuente de poder que la palabra hablada no alcanza a poseer. Ambas son ejercicios eróticos en sí mismos. Ambas tienen el potencial de reinventar, a través de las palabras, como Pigmalión con su amante de piedra, al ser amado. Pero añadiría