Pasado y presente continuo de la memoria de los familiares de desaparecidos. El caso de Simón en Justicia y Paz. Marcela Patricia Borja Alvarado. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Marcela Patricia Borja Alvarado
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789587838862
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de abordar nuestro complejo presente” (Fazio, 1998, p. 48). Así, por ejemplo, algunos autores sostienen que la dimensión cronológica por estudiar abarca los últimos cincuenta años o el punto de inflexión marcado por la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, encontrando confusa aún la diferencia entre la historia del tiempo presente y la historia contemporánea, Hugo Fazio refiere, por un lado, que esta última abarca los últimos cincuenta años, y esa afirmación es criticada por algunos que encuentran imposible su estudio dada la carencia de archivos y la escasa distancia con ella; por otro lado, está la historia del tiempo presente, resultado de “la universalización de los procesos de globalización y la erosión de los referentes de la época de la Guerra Fría y, […] un sentimiento de vivir en un mundo caracterizado por la urgencia”. Con ello, Fazio concluye que la historia del tiempo presente estudia la inmediatez, “la década de los años noventa, decenio en el cual ha alcanzado su máxima expresión la desvinculación entre presente y pasado y cuando todo el planeta parece ingresar a este tiempo mundial, del que sugestivamente nos habla Zaki Laidi” (pp. 51-52).

      En consecuencia, esta subdisciplina aparece en medio de un mundo que se globaliza a gran velocidad y se transforma en términos culturales gracias a los avances tecnológicos y los cambios económicos; con estos se ha producido un desplazamiento hacia el tiempo del mercado “el cual a partir de la velocidad del consumo, de la producción y los beneficios desvincula el presente del pasado, transforma todo en presente e involucra los anhelos futuros en la inmediatez” (Fazio, 1998, p. 51). Las sociedades se encuentran caracterizadas por ser “colectividades industrializadas, urbanas, ilustradas y letradas que exigen de los científicos sociales y también de los historiadores respuestas rápidas a sus múltiples preocupaciones que no se asocian con el pasado, sino con el presente más inmediato” (p. 50). La historia del tiempo presente entonces no es otra cosa que “la resultante de profundas transformaciones que están alterando los patrones sobre los cuales se cimienta la sociedad actual” (p. 50).

      El anterior enfoque económico de la globalización planteado por Fazio (1998) no es el único que se puede identificar, pues, como lo expone Marquardt (2014), “sería muy incompleto reducir el fenómeno de la globalización al intento de imponer un sistema mundo anarco-capitalista”. A partir de esto, el autor encuentra presente “la otra globalización”, inspirada por la “perspectiva de valores mundiales y su realización”, y evidenciada en los consensos sobre el derecho a la paz; los derechos fundamentales consagrados en la Declaración Universal de Derechos Humanos; la condena al genocidio a través de la Convención Internacional para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio; el reconocimiento de los derechos liberales en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; la consolidación de los derechos sociales a través del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales; el derecho al desarrollo y el derecho ambiental universal (p. 562).

      A partir del siglo XX, la historia pretende dar cuenta de los procesos que ocurren en el ámbito mundial (Toro, 2008, p. 44). Como se mencionó, Hugo Fazio (1998) reseña un aumento en la preocupación por el presente desde los años noventa, con “la caída del muro de Berlín y la consolidación de los procesos de globalización” (p. 50). Dentro de este marco, la historia del tiempo presente responde a una demanda social, a una necesidad social por comprender “las fuerzas profundas que están definiendo nuestro abigarrado presente” (p. 51); ella no responde “únicamente a demandas disciplinares, sino sociales, éticas y también políticas” (Carretero y Borrelli, 2008, p. 204), relacionadas con un “‘tiempo próximo’, […] un ‘pasado cercano’ y aun ‘actual’” (Bacha, 2011, p. 1), todas dirigidas a “dilucidar y comprender el presente a partir de una lectura del pasado inmediato” (Moreno, 2011, p. 288), e impulsadas por la siguiente consideración: “La sociedad en que vive se plantea preguntas referidas al pasado reciente, porque le es imprescindible comprenderse a sí misma”, para posicionarse en el presente y de cara al futuro (Díaz, 2007, p. 21).

      En tal sentido, la historia del tiempo presente no se puede considerar una nueva moda de la que se harían partícipes algunos historiadores, sino que es el producto de una necesidad social y de la necesaria evolución de la disciplina para adaptarse a las circunstancias de nuestro entorno. En este sentido, la historia del tiempo presente, al tiempo que es una perspectiva de análisis de lo inmediato, también debe considerarse como un periodo. (Fazio, 1998, p. 51)

      Esta historiografía se origina, además, motivada por disputar “el poder de explicación y el prestigio mediático de otras ciencias sociales, como la sociología y la ciencia política, y por un afán de disputar al periodismo el discurso sobre una porción del pasado de la que no se hacía cargo la historiografía académica tradicional” (Toro, 2008, p. 45), ya que la división del trabajo atribuía a los historiadores “la investigación erudita, paciente y profunda sobre el pasado”, mientras que al periodista, el conocimiento de la inmediatez, su recolección y organización (Bédarida, 1998, p. 19). En el fondo aparece “una inversión de la centralidad de lo que se entendía como misión de la historiografía en sus primeras formulaciones, en tanto conservación de la memoria de lo relevante del pasado” (Toro, 2008, p. 46), lo cual desencadenó un cambio importante en la historiografía, que permitió “que los historiadores pudieran superar el ‘trauma’ de los archivos” y superar “el ideal de la historiografía tradicional de que los documentos debían hablar por sí solos para ‘dar cuenta de lo que realmente pasó’”. Entonces han echado mano de otras fuentes, tales como los materiales de los medios de comunicación (Fazio, 1998, p. 49) para no dejar la interpretación del mundo a otras ciencias sociales (Bédarida, 1998, p. 23), a pesar de que los críticos de la historia del tiempo presente reduzcan su alcance “a una pura crónica periodística o simplemente la excluyen del campo epistemológico de la historia al asociarla más con la ciencia política o la sociología” (Moreno, 2011, p. 27).

      La lucha por ganar tal espacio para la historia, pese a las críticas, ha encontrado resonancia en diversos medios académicos que aprecian su potencial (Moreno, 2011, p. 27); por ejemplo, los “centros académicos, fundamentalmente franceses, que cultivaban la historia contemporánea y han encontrado en ella una serie de vacíos y limitaciones” (Toro, 2008, p. 45). Entre esos centros académicos se puede mencionar el Instituto de Historia del Tiempo Reciente, que busca incentivar la investigación sobre “lo muy contemporáneo y de afirmar la legitimidad científica de este fragmento o rama del pasado, demostrando a ciertos miembros de la profesión, más o menos escépticos, que el reto era realmente hacer historia y no periodismo” (Bédarida, 1998, p. 20).

      El presente que nos acosa por todas partes tiene una tan significativa presencia que ha hecho decir a Marc Bloch: “El erudito que no muestra gusto por mirar a su alrededor, ni a los hombres, ni a las cosas, ni a los acontecimientos […] se comportaría sabiamente renunciando al nombre de historiador”. En consecuencia, la dinámica de la historia del tiempo presente tiene una doble virtud: de una parte, la reapropiación de un campo histórico, de una tradición antigua que había sido abandonada; de otra, la capacidad de engendrar una dialéctica o, más aún, una dialógica con el pasado (de acuerdo con la fórmula bien conocida de Benedetto Croce, “toda historia es contemporánea”). (Bédarida, 1998, p. 22)

      La historiografía del siglo XX quiso proponer “nuevas direcciones en el estudio de la disciplina (economía, sociedad, cultura, mentalidades, etc.)”, desde una perspectiva global (Fazio, 1998, pp. 48-49). Entonces, los intereses de los historiadores giraron hacia “temas tales como las elecciones, los partidos, la opinión pública, los medios y la política”, con lo cual se generó adicionalmente “un fecundo diálogo con la ciencia política, la antropología y la sociología” (p. 49). Por ello, la historia del tiempo presente es “un campo en el que la historia dialoga creativamente con las ciencias sociales para coadyuvar en la explicación histórica de los acontecimientos coetáneos” (Moreno, 2011, p. 292). Recurre “a la ayuda de la sociología, psicología, antropología y a la historia de las sensibilidades o de las emociones” (Sanmartín, 2014, p. 50). Teniendo en cuenta esta inclinación hacia el análisis de los sucesos ocurridos en la inmediatez, los estudios del tiempo presente han conducido con fuerza al retorno del estudio del acontecimiento, el cual puede ser político, social, económico o cultural (Fazio, 1998, pp. 52-53); en consecuencia, la necesidad de acudir a apoyos interdisciplinares