Bailaderos. Ernesto Rodríguez Abad. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ernesto Rodríguez Abad
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Учебная литература
Год издания: 0
isbn: 9788494999413
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qué? ¿Qué tiene de malo?

      En ese momento, mis ojos se quedaron fijos en las llamas del fogal y, de pronto, el fuego se avivó.

      –Eso, eso tiene de malo. Nadie entendería que puedas avivar el fuego, que entiendas el lenguaje de los pájaros, que las plantas te digan sus secretos.

      Y me contó viejas historias de inquisiciones y hogueras.

      –¿Eso quiere decir que soy una bruja?

      Mi madre me miró. Había una chispa de luz extraña en sus ojos.

      –No, no lo eres. Las brujas hacen pactos con el diablo y de él reciben su fuerza, su poder. Nosotras recibimos la fuerza de la Tierra. De esta tierra que pisamos y que esconde fuego, que es fuego. Y del viento de la isla que nos trae la arena del desierto, pero que también nos alivia del sol… Pero nadie lo entendería y por eso no puedes decir nada.

      –Pero usted hace ungüentos y filtros con las plantas y…

      –No soy la única que conoce las propiedades de las plantas. Es cierto que todos saben que mis conocimientos van algo más allá, pero no pueden acusarme de nada, aunque lo sospechen. Sobre todo, por la cuenta que les trae.

      –¿Entonces?

      –Entonces, lo único que la gente puede saber es que te estoy enseñando mis conocimientos medicinales, pero nada más. Y aun así, no estoy segura de que eso no te traiga problemas.

      Le prometí que no diría nada y que haría todo lo posible para que nadie se enterara de nuestro secreto.

      Por eso, cada amanecer, cuando aún Femés no había despertado, subía a La Atalaya para hablar con los mirlos, que me contaban cosas de otros lugares y me enseñaron el lenguaje de las demás aves. Y fui feliz.

      Pero no todo sucede según nuestros deseos.

      Crecí.

      De mí se decía que tenía los labios tintos, como las flores de pascua, las pupilas como cuevas, los hombros de media luna, los pechos como dos Teides y el vientre como una duna. Y altas las dos piernas, altas, para mecerme en el aire como la palma canaria.

      Un anochecer, al pasar por la Piedra Negra, rumbo a mi casa, me salió al encuentro Andrés, un muchacho del pueblo. Iba descamisado y parecía haber estado bebiendo, porque sus pasos eran tambaleantes y tenía una mirada oscura y ansiosa.

      –¡Hola, Mararía! ¿Qué haces a estas horas por aquí?

      –Regreso a casa, con un recado para mi madre. Pero me da que tú lo sabes, porque me has estado siguiendo. ¿O no?

01._LaBruja_de_Fem_s.jpg

      Cuando se repuso de la sorpresa que le habían ocasionado mis palabras, se acercó, envalentonado.

      –Eres demasiado guapa para estar por ahí a estas horas… Seguro que…

      –¡¿Seguro que qué?!

      Andrés se acercó aún más y me agarró fuerte por un brazo. Una lechuza se posó, en ese momento, sobre la Piedra Negra. La luna llena, que hasta entonces había permanecido oculta tras una nube, nos iluminó por completo.

      Andrés dio un grito de dolor y me soltó. Sus manos estaban sangrando.

      Entonces, ante la expresión de terror de Andrés, antes de caer al suelo desmayado, sentí que me elevaba por encima de la roca y remontaba La Atalaya envuelta en una bola de fuego. Y así surqué el cielo de Femés, y recorrí la isla, mientras la Montaña del Fuego se llenaba de resplandores rojizos.

      Eso me salvó de ser descubierta, pues los que despertaron ante aquellas luces pensaron que era una tormenta sobre Timanfaya y, llenos de miedo, fecharon todos los postigos y pusieron trancas a las puertas de sus casas. Algunos, los más creyentes, llenos de temor, se reunieron para rezar el rosario.

      No recuerdo cómo regresé. Solo que desperté con el primer canto del gallo.

      Poco después oí el griterío de algunos vecinos que habían encontrado el cuerpo inconsciente de Andrés.

      Lo llevaron a su casa y allí despertó.

      Tenía la mirada perdida, en no se sabe qué lugar, y sus labios solo podía articular mi nombre: Mararía, Mararía…

      NOTA: La descripción de Mararía está tomada del romance María la de Femés, de Rafael Arozarena.

      Ayadirma

      Cecilia Domínguez Luis

      Tabaiba (Euphorbia balsamifera)

      Las propiedades más conocidas de la leche de tabaiba son las de fortalecedora de las encías, emoliente y salivatoria. Para este fin, se deja secar la leche al sol, formándose una pasta de consistencia chiclosa que se mastica.

      También se usaba para sanar frieras, grietas entre los dedos y otras heridas. Para aliviar catarros se aplicaba en cataplasma sobre el pecho, disolviéndola en aceite y untándola con un paño blanco.

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