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Besos de mariposa, n.º 277 - septiembre 2020
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Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-1348-703-8
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Índice
Capítulo 1
Dejé caer mi corazón, y mientras caía te levantaste para reclamarlo. Estaba oscuro y yo estaba acabada, hasta que besaste mis labios y me salvaste.
Set Fire to the Rain, Adele
—¿Cuánto tiempo crees que seguirán dando vueltas en ese maldito tiovivo antes de bajar? —preguntó Gina mirando con exasperación su reloj de pulsera.
Se cruzó de brazos y ojeó a su nueva ayudante, Penélope, que a pesar de su pregunta seguía mirando la atracción cual niña fascinada por las luces y colores de aquel artefacto del demonio. La chica era brillante; joven, pero brillante. Y estaba claro que necesitaba espabilar un poco. Aún era demasiado impresionable y le faltaba la dureza necesaria para el competitivo mundo en el que se movían. Como agente literaria debía parecerse más a un tiburón que a la pintoresca pececilla de colores a la que le recordaba en ese momento; con su vestido verde manzana y aquellos accesorios salmón en muñecas, cuello y cabello.
—¡Penélope! —la llamó alzando la voz.
La joven dio un respingo y se llevó una mano al cuello, azorada. Tan asustadiza como un conejillo, acarició las cuentas redondas de su collar, con nerviosismo. Gina no se molestó en ocultar una sonrisa divertida ante su reacción.
—Perdone, señorita Walters, ¿qué me decía? —Ruborizada hasta el cuero cabelludo, la joven se giró hacia ella.
—Te preguntaba que cuánto tiempo crees que seguirán dando vueltas. Cuarenta minutos girando no deben de ser buenos para una mente normal. Si William se queda tonto después de esto, no conseguiré que escriba otro bestseller —farfulló mientras cambiaba el peso de pierna y posaba las manos en las caderas, sopesando la posibilidad de ir a detener el tiovivo, aunque con ello interrumpiese la sesión de fotos de la boda entre William y Didie.
Los observó unos segundos. Se les veía tan felices y radiantes que eclipsaban los brillos de la diabólica atracción. Tenía que reconocer que jamás había visto tan feliz a su amigo y cliente como este último año. Y solo por eso merecía la pena verlo dar vueltas y más vueltas como un colegial, mientras besaba a su recién estrenada esposa y posaba para las fotos con su hermano menor en plan camaradas.
Sí, presenciar el cambio de vida de William la convertía en una privilegiada. También estar disfrutando de la mejor gira que había organizado en su carrera. William, tras conocer a «su musa», y ahora esposa, había escrito la novela más increíble que ella hubiese leído jamás. Desde