Un teniente para lady Olivia. Verónica Mengual. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Verónica Mengual
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417474768
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      Un teniente para lady Olivia

      Serie Soldados Valerosos III

      Verónica Mengual

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      Primera edición en ebook: julio, 2020

      Título Original: Un teniente para lady Olivia

      © Verónica Mengual

      © Editorial Romantic Ediciones

       www.romantic-ediciones.com

      Diseño de portada: Olalla Pons - Oindiedesign

      ISBN: 978-84-17474-76-8

      Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

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      Porque una mujer es mucho más de lo que parece a simple vista,

      porque siempre hay un hombre dispuesto a valorar lo que se le ofrece.

      Dedicado a los que se atrevieron a desafiar las normas por un bien mayor

      y lograron encontrar el amor.

      Prólogo

      Desde bien temprana edad, lady Olivia, de apellido Carrington, siempre había sentido los ojos de ese ser sobre ella. Lo había ido capeando tal como si fuese un capitán comandando un navío: con temple, pero con mano firme. No obstante, lo último que le había hecho a su familia el duque de Balzack era una ofensa que merecía una reprimenda, y más allá, un castigo ejemplar.

      Olivia contaba con veintiún años y su vida era de todo, menos aburrida y monótona. Todo esto gracias a su hermano Angus, vizconde Pembroke. Angus tenía cuatro años más que ella y si no fuera porque Olivia lo conocía muy bien y sabía la verdadera cara de él, diría ciertamente que sus modos taimados y esa falta de entendimiento que él solía ofrecer ante el público, ciertamente constituían su naturaleza. Nada más lejos de la realidad. Su hermano era un espía, sí, un hombre de la Corona que se dedicaba a parecer bobo, cuando en realidad era todo lo contrario. En estos momentos, el vizconde estaba fuera del país, por lo que la responsabilidad de salvar a su familia recaía en sus propias manos.

      Olivia había colgado su disfraz de lacayo en esta ocasión porque la boda de la hermana de una de sus mejores amigas, lady Elisabeth, así lo exigía. Dejó apartados los pantalones, las botas, su librea y su chaqueta para enfundarse en un precioso vestido de muselina dorado. Sus tirabuzones de color café, que hacían destacar sus ojos verdes, estaban recogidos en un elegante moño señorial al que su doncella había puesto todo su empeño. No era para menos, puesto que se casaba la pareja del año, el conde Lugmed y lady Violet, quien se convertiría en pocas horas en condesa.

      Violet y Elisabeth, las hijas de los duques de Shepar, eran la noche y el día. Mientras una era sofisticada, hermosa y toda una dama, la otra, su amiga Elisabeth, era más bien de belleza exótica, sencilla y sincera.

      Olivia echó una mirada al pasado y una sonrisa se dibujó en sus labios. Aún recordaba la primera vez que divisó a Beth —como todos sus allegados la llamaban— en un rincón tras las macetas de unos helechos. Creyó que su amiga se escondía, pero realmente estaba regando la planta y deslizando en ella unas perlitas de algo para, según le explicó «darle más vida». Beth resultó ser una entusiasta de la tierra, las plantas e incluso de los animales.

      Dado que Olivia era mayor que ella, decidió tomarla bajo su ala. Congeniaron rápidamente y el círculo de dos se convirtió en un terceto cuando gracias a Angus conoció a lady Briana, debido a la relación que su hermano tenía con el conde de Monty, quien a su vez era familiar de Briana.

      El destino había querido que las tres fuesen amigas y siempre estaría agradecida por haberlas tenido en su vida. Las cosas estaban a punto de cambiar, Olivia lo sabía y sentía una extraña sensación en su interior: mitad furia, mitad entusiasmo.

      Tanto Briana como Elisabeth no mostraron síntomas de querer casarse, o al menos de no estar interesadas en los hombres. Su amiga Beth estaba enamorada de uno horrible, el conde de Perth y este elemento no sabía que ella existía y Briana estaba recluida en el campo. Bien sabía Olivia que la casa de lord y lady Monty –hermano y cuñada de Briana– no era un convento, pero su joven amiga se empeñaba en estar allí encerrada y no pisar Londres ni por equivocación. Tal era esto así, que probablemente las tres tenían más en común de lo que previó en un primer momento, dado que Olivia no estaba interesada en el matrimonio en lo más mínimo. Su existencia era demasiado entretenida y apasionante como para dejar de lado lo que hacía. Además de que, después de lo que había tramado llevar a cabo después de la boda…

      —Beth, hay dos caballeros que no dejan de mirarnos. —Las dos amigas estaban en la entrada de la catedral haciendo tiempo para acceder al lugar. Olivia había visto a esos dos individuos observarlas demasiado fijamente y sus sentidos se pusieron alerta por si ambos eran secuaces del duque de Balzack. La joven regresó la mirada a su amiga que parecía estar en las nubes—. Beth, ¿me estás escuchando? —Pasó las manos por delante de sus ojos para captar la atención de la otra joven.

      —Claro que sí, Olivia.

      —Seguro… —dijo sarcástica— a ver, ¿qué te estaba preguntando?

      —Está bien, me has pillado. No te atendía, estaba pensando en mis cosas.

      —En lord Perth. —Olivia bufó. Siempre la misma melodía con su amiga. No quería desilusionarla, pero se moría por gritarle que buscase a alguien mejor que ese bobo. Beth debía encontrar otro candidato, porque si no lo había, lo suyo sería que se quedase sola, porque ser la esposa de ese mequetrefe…

      —No —mintió Beth.

      —En Sebastian. —Encima le mentía a la cara. Después de todo lo que había aprendido de su hermano era capaz de reconocer un embuste al instante.

      ―¡Por Júpiter! No lo llames por su nombre de pila. ―Lady Elisabeth no lo conocía, pero lo sabía todo de él.

      ―Admite que estabas pensando en tu amorcito, como haces siempre. ―Le encantaba pinchar a su querida Beth con este tema.

      ―No, Olivia, no lo hacía. ¡Y no es mi amorcito! Deja de decir tonterías.

      ―Ajá, tonterías… ―Oli no se creía nada de nada a estas alturas.

      ―Esta vez pensaba en Violet y en que va a ser todo un escándalo que se haya casado antes que yo. Moriré sola y mi nombre será arrastrado por el fango sin dilación ni contemplaciones.

      ―Por amor de Dios, es tu hermana melliza. Se casa pronto en mi opinión. Y no vas a morir sola. ―Beth era un ángel, pero era demasiado dada a los dramas. Únicamente ella veía un problema. Sin embargo, Olivia no se hacía a la idea de ver a ninguna de sus amigas dando ese paso hacia el altar… Al menos, pretendientes a la vista no tenían... aún…

      ―¿Estás segura? ―preguntó Beth con ilusión―, porque yo empiezo a pensar que sería mejor recluirme en el campo y que todo el mundo olvide que la fracasada hija mayor de Shepar alguna vez existió.

      ―Con una de nosotras que quiera estar en el campo es suficiente. Esa es Briana, el puesto de rarita del campo está ocupado, por lo que tienes que buscar otro. ―Era inútil tratar de hacerle ver que su vida no estaba hundida, pero en el último año Olivia lo había intentado tantas veces que no tenía ganas de seguir con la tarea. ¡A mártir, no ganaba nadie a Beth!

      ―Moriré sola. No tengo opción. ―«¿Es que nadie entendía que era una pesadilla lo que le estaba pasando?», se preguntó Beth. Era la mayor de las dos hijas del duque de Shepar, la que primero debería desposarse, que Violet lo hiciese antes era un catástrofe de proporciones bíblicas.

      ―No vas a morir sola. Tienes muchas amigas que te apoyarán. Además,