Quint se irguió. Algo en el modo en que la sombra de la camarera le oscurecía la piel blanca despertó en él una imagen familiar. Un recuerdo elusivo se burló de Quint y entonces lo tuvo. Entrecerró los ojos y mentalmente le añadió una gorra de béisbol y una mancha de grasa en la mejilla. Se sintió dominado por la furia.
Lo había engañado desde el principio, quitándoselo de encima como si fuera una mosca molesta.
Había cometido un error. Ningún Damian se rendía jamás.
Capítulo 2
SU ABUELO quiere casarse con Fern Kelly? –preguntó Allie–. Creía que ella era más joven que mamá.
–Por eso él se opone –Greeley asintió en dirección a su hermana–. Le preocupa que sobreviva al abuelo y herede parte del negocio familiar que había contado con controlar.
–Es la ley de Colorado –convino Thomas–. Greeley, aclárame algo. Dices que su abuelo y él pensaban sorprender a tu madre… ¡ay!
–No le des una patada a tu marido, Cheyenne. Es culpa tuya por hacer otras cosas… –clavó la vista en el vientre de su hermana mayor–… en vez de poner al día a Thomas con la historia de la familia. Al parecer la mujer que me dio a luz no sabe nada de su estúpido plan.
La mujer… no, había llegado el momento de abandonar esa tediosa identificación y llamarla Fern. Era evidente que no tenía más deseos de conocer a Greeley que esta a ella. Hacía tiempo que había aceptado el rechazo de Fern.
Un movimiento del otro lado de la sala llamó su atención. Quint Damian se hallaba de pie junto a su mesa hablando con la camarera y señalando en su dirección. Greeley se llevó una patata frita a la boca mientras él caminaba hacia ellos. El hombre tenía más valor y arrogancia que el semental campeón de Worth. De hecho, andaba como él.
El señor Damian se detuvo detrás de una silla vacía y depositó la botella de vino y su copa a medio llenar en el mantel rosa antes de dirigirse a todos.
–Tengo una pregunta.
Thomas, siempre un caballero, se levantó y extendió la mano.
–Greeley ha dicho que usted es Quint Damian, de Camiones Damian. Nunca nos hemos conocido, pero hemos hecho algunos negocios juntos. Me llamo Thomas Steele.
–¿De Hoteles Steele? –cuando Thomas asintió, le lanzó una mirada sombría a Greeley–. Eso explica algunas cosas.
–No cuente con ello –Thomas rio entre dientes. Luego le presentó a Cheyenne y a Allie–. Ya conoce a mi otra cuñada, Greeley –observó el vino de Quint y añadió con afabilidad–. Siéntese con nosotros, desde luego.
Greeley tuvo ganas de darle una patada.
El invitado no deseado se sentó y miró de Cheyenne a Allie.
–Jamás habría adivinado que eran las hermanastras de la señorita Lassiter.
–Somos sus hermanas –corrigió Allie.
–Esa mujer de Denver no es nada para ninguna de nosotras –añadió Cheyenne con frialdad.
Arropada por la demostración de lealtad de sus hermanas, Greeley se obligó a seguir comiendo.
–Es la madre de la señorita Lassiter –indicó Quint.
–Greeley tiene la misma madre que nosotros –afirmó Allie.
–Mary Lassiter –Cheyenne apretó la pierna de Greeley bajo la mesa.
Sonriendo ante la unión de fuerzas de las hermanas contra un desconocido, Thomas miró a Quint con curiosidad.
–Dijo que tenía una pregunta.
–¿Hay algún rodeo en Mesquite, Texas? –inquirió.
Greeley se atragantó, dejó la hamburguesa y ocultó las manos bajo la mesa. Demasiado tarde. La mirada burlona de él le indicó que había visto las uñas rotas.
–El Campeonato de Rodeo de Mesquite –repuso Cheyenne después de mirar a su hermana con perplejidad–. Beau, nuestro padre, empezó a practicar el rodeo allí. ¿Por qué lo pregunta?
–Por mí –indicó Greeley, negándose a revelar su incomodidad–. Me vio cambiando el aceite de la furgoneta esta tarde y pensó que era un adolescente, de modo que le dije que me llamaba Skeeter.
Thomas rio. Cheyenne y Allie intentaron contenerse. Greeley trató de terminarse la hamburguesa.
Las mujeres emocionales irritaban a Quint, pero la serenidad inabordable de Greeley Lassiter iba más allá de la simple irritación. Parecía más ardiente que un radiador recalentado, aunque por sus venas corría agua helada. Besarla sería como chupar un cubito de hielo.
Entonces, ¿por qué quería hacerlo?
–Greeley, si fueras a Denver, podrías recorrer todas las galerías de arte –comentó la esposa de Steele.
Quint observó sorprendido a esa inesperada aliada.
–No pienso ir a Denver a conocerla.
–Ahora lo entiendo aún menos –Cheyenne Lassiter se llevó la mano al vientre abultado.
Por coincidencia él miró en dirección a Greeley Lassiter en el momento en que un destello de dolor oscureció sus ojos. Desapareció tan rápidamente que habría pensado que lo había imaginado. Pero tenía los nudillos blancos cuando alzó la mano para beber.
Quint sabía muy bien lo que era desear algo que no podías tener.
–Lo único que pido es que vaya a Denver las próximas dos semanas. Fern ya se ha trasladado a nuestra casa, de modo que podría quedarse con nosotros. Como tendrá que ausentarse de su trabajo, por supuesto le pagaremos su tiempo y los gastos.
–No pienso ir a Denver, señor Damian.
–¿La palabra familia significa algo para usted, señorita Lassiter? –la miró a los ojos.
–Ella no es familia.
–Pienso en mi familia. Mi abuelo puede ser un incordio, pero se esforzó mucho para que su negocio prosperara. No puedo permitir que ella lo destruya a él o al trabajo de su vida.
–¿El trabajo de su vida o su herencia?
–Esto no tiene nada que ver conmigo.
–Ni conmigo. Gracias por la cena, Thomas. No, no te levantes. Me marcho.
Quint la observó ir hacia la puerta. Iba a ser una nuez dura de romper. La camarera llegó con su plato. Ya había roto nueces duras antes. Tomó el tenedor.
–¿Y bien, Allie? –inquirió Cheyenne Steele–. ¿Qué piensas ahora?
–Tienes razón –Allie Peters suspiró–. Lo supe en cuanto vi el vestido rojo. Debemos convencerla de que vaya a Denver a conocer a Fern Kelly.
–¿Están de mi parte? –preguntó Quint.
Las dos le lanzaron idénticas miradas de desdén.
–Estamos de parte de Greeley –anunció con rigidez la esposa de Steele.
–Quieren que vaya a Denver. Yo quiero que vaya a Denver. Diría que queremos lo mismo.
–Nosotras queremos lo mejor para Greeley –aseveró Allie–. Usted quiere lo mejor para sí mismo.
–A nosotros nos importa un bledo lo que usted quiere –añadió su hermana.
–Conozco su reputación, Damian –comentó Steele con mirada irónica–, y por regla general habría puesto mi dinero a su favor, pero como apueste en contra de las hermanas Lassiter va a perder.
No oyó la llegada del deportivo y no reconoció los vaqueros