Hay reglas para saber cuántos electrones hay que colocar en cada una de las órbitas, pero aquí lo que nos interesa ahora es lo que sucede en la última.
1 Niels Bohr (1885-1962), físico danés que construyó el primer modelo atómico basado en conceptos cuánticos. Recibió el premio Nobel de Física en 1922.
2 Aun así, estas complejas formas de los orbitales se estudian actualmente en los cursos de Química de enseñanza secundaria. Un dato a tener en cuenta.
AISLADOS
Entre el núcleo y la última órbita de electrones hay una cierta distancia, lo que da sentido a poder hablar de radio atómico, una magnitud que, en principio, será diferente para cada átomo. En este sentido, se puede decir que hay átomos más grandes que otros. En el casillero, el radio disminuye cuando nos desplazamos hacia la derecha y aumenta cuando nos desplazamos hacia abajo. En términos relativos, las distancias que hay entre el núcleo y los electrones que orbitan en el último nivel son muy grandes. Si, por ejemplo, el núcleo midiera 10 cm, el radio de la órbita exterior debería medir unos 10 km. O sea que entre el núcleo y la última órbita hay una enorme distancia en la que solo hay electrones, que es como decir que no hay casi nada.
De manera que esto que llamamos materia es algo formado por un inmenso vacío en el que apenas hay nada tangible. Y, además, ese poco que hay ni siquiera lo podemos tocar. Cuando dos átomos se acercan el uno al otro, los electrones de la última capa de uno se aproximan a los electrones de la última capa del otro y como son cargas del mismo signo se repelen. En general las fuerzas de repulsión dependen de la distancia que separa los cuerpos, de manera que, en este caso, cuanto más intentemos acercar las cargas, mayor será la fuerza de repulsión entre ellas. La fuerza eléctrica, de la que luego hablaré más a fondo, es una fuerza extraordinariamente potente. A su lado, la fuerza de la gravedad es un chiste, especialmente en la distancia corta. Para hacer una comparativa a escala atómica: si la fuerza gravitatoria valiese 1, entonces la eléctrica valdría un billón de billón de billones de veces más. Además, repito, tiene la particularidad de aumentar escandalosamente cuando las cargas se aproximan. De manera que, de momento, aceptemos esta realidad: dos átomos no pueden tocarse nunca. Y dos objetos materiales tampoco, ya que están formados por átomos.
Pero yo veo que se tocan.
Solo lo parece. Es más una sensación que otra cosa.
Cuando pones la mano encima de una mesa, la nube de electrones de la última capa de tu mano está siendo repelida por la correspondiente nube de última capa de electrones de la superficie de la mesa. Cuando dos personas se dan la mano sucede lo mismo: electrones repeliendo electrones. Este es el sentido físico de la frase «caminamos sobre una nube de electrones» que, todo hay que decirlo, tiene un cierto toque poético.
De manera que en el mundo no existe la contigüidad. Todos los objetos están separados entre sí por una cierta distancia, que puede llegar a ser tan pequeña como se quiera, pero que nunca llega a ser cero. Los átomos, los protones, las estrellas o las galaxias son objetos aislados.
Y también los seres humanos.
Se trata de un aislamiento esencial del que todos tenemos una clara percepción. Aunque estemos rodeados de una infinidad de seres, animados e inanimados, sabemos que solo podemos establecer relaciones desde nuestro aislamiento esencial.
La posibilidad de poder abandonar este aislamiento es una entelequia que algunas corrientes filosóficas y la mayoría de las religiones se plantean como objetivo.
Estas fuerzas, como todas las fuerzas, delimitan sus campos de acción, establecen fronteras virtuales. Algo que puedes comprobar haciendo un sencillo experimento. Imagina que tienes una comida con alguien a quien acabas de conocer y con quien no has establecido todavía un vínculo de confianza. Estáis sentados uno frente a otro. Virtualmente la mesa está dividida por la mitad. Cada uno tiene su territorio. Haz la siguiente prueba: avanza tu copa o alguno de tus cubiertos hasta entrar en campo contrario. Ha de ser un movimiento sutil, no se trata de poner tu tenedor encima de su plato. Enseguida notarás en la otra persona un cambio de actitud y un cierto nerviosismo que, en un principio, no sabrá de dónde procede. Ocurre que has empezado a invadir su territorio y se ha disparado una alarma como consecuencia de la fuerza de repulsión, una fuerza que tiene su propio radio de acción que, naturalmente, varía según las personas y los escenarios.
En este orden de cosas imagina lo que puede llegar a ser el verte obligado a compartir durante horas un espacio reducido, como podría ser la caja de un ascensor. Se calcula que el espacio mínimo que se necesita para convivir en un recinto cerrado es de veinte metros cuadrados por persona, cifra por debajo de la cual empieza el hacinamiento, con todas las consecuencias que esto supone y que son muchas y poco deseables. Este es uno de los problemas serios, aún sin resolver, de los viajes espaciales de larga duración, como lo sería un viaje a Marte, en el que los tripulantes han de compartir el exiguo espacio de una nave espacial durante un par de años.
Lo que quiero poner de manifiesto aquí es que las consecuencias psicológicas de una situación crítica, como lo es en este caso el hacinamiento, tienen un origen físico y se rigen según las leyes de la naturaleza.
Esto ha sido un inciso.
Sí.
Volviendo al tema de la construcción de la materia; la pregunta es: ¿cómo se hace para que unos cuantos trillones de átomos estén juntos y podamos tener la sensación de que tocamos algo de materia?
Hay que negociar.
LA NEGOCIACIÓN
Cuando unimos átomos (elementos) de una misma casilla decimos que hemos construido una molécula. Cuando lo que hacemos es unir elementos de diferentes casillas decimos que hemos construido un compuesto. Por ejemplo, dos átomos de cloro (Cl) forman una molécula de cloro Cl2 y dos átomos de sodio (Na) una molécula de sodio Na2 (el subíndice 2 quiere decir precisamente eso, que son dos átomos). Cuando se unen moléculas de cloro y moléculas de sodio tenemos el compuesto ClNa, llamado cloruro sódico, la sal que le ponemos a la comida para darle un poco más de empuje.
Como ya expliqué antes, los electrones se distribuyen por capas siguiendo unas reglas fijas. Cuando un nivel está completo, los electrones pasan a rellenar el siguiente nivel (el número máximo de electrones que puede tener un nivel es 8). Y así, se van rellenando capas hasta que se acaban los electrones. Según esto, el único nivel que puede quedar incompleto es el último. Para que el último nivel esté completo necesita tener 8 electrones1.
Se considera, pues, que tener 8 electrones en el último nivel es haber alcanzado una configuración estable.
De manera que lo que hacen los átomos es negociar para conseguir el «octeto» en su última capa. ¿Y cómo se hace esto? Se puede hacer de varias formas, una de ellas es que un átomo ceda electrones y otro los capture. Por ejemplo, el átomo de sodio tiene un electrón en la última capa y el cloro 7. Si el sodio le cede su electrón al cloro, ambos átomos adquirirán una configuración estable de 8 electrones en su última capa.
Recordemos que los átomos tienen tantas cargas positivas (protones) como negativas (electrones) y que por lo tanto son neutros. Pero en el momento en el que un átomo ceda un electrón pasará a tener carga positiva (tendrá más protones que electrones). Y, por la misma razón, si capta un electrón quedará cargado negativamente. Este es el motivo por el que se añaden los signos positivo y negativo a los átomos de sodio y cloro respectivamente: Na+, Cl-. ¿Qué pasa entonces? Pues que estos átomos se atraen unos a otros formando lo que se llama