Y si era así, lo había conseguido. Se había derretido entre sus brazos, le había dicho que estaba enamorándose de él… incluso le había hablado del test Meg Ryan. Se lo había dado todo mientras él la despreciaba.
Unas lágrimas de angustia asomaron a sus ojos, pero hizo un esfuerzo para contenerlas. No iba a darle esa satisfacción.
–No, no ha sido así –dijo Luke.
–¿Ah, no? ¿Y cómo ha sido entonces? Corrígeme si me equivoco, pero parece que tienes muy mala opinión de mí y de lo que hago. Estabas molesto por el artículo y, sin embargo, me has seducido.
–Había olvidado el artículo cuando llegamos aquí.
–¿Se supone que eso debe hacerme sentir mejor?
–No te pongas sarcástica. Tenía razones para estar molesto contigo. Al menos, podrías haber tenido la cortesía de avisarme de la publicación del artículo o preguntarme si quería aparecer en esa absurda lista.
No podía hablar en serio. ¿Estaba dando a entender que todo aquello era culpa suya?
–Eso no tiene nada que ver –replicó Louisa–. Deberías haberme dicho quién eras inmediatamente. Me has engañado, esa es la verdad. Me has seducido para vengarte por un artículo que no te gustó. Es patético.
–No, eso no es verdad. Además, habría que ver quién ha seducido a quién. No te he oído quejarte cuando te llevaba al orgasmo.
Eso la enfureció.
–Serás arrogante, idiota… –Louisa tomó una taza para tirársela a la cabeza, pero él hizo un quiebro y su taza de Mickey Mouse acabó haciéndose añicos contra el suelo.
–Cálmate…
–Vete de aquí ahora mismo –lo interrumpió ella. El momento de violencia había pasado, dejándola agotada y débil. ¿Cómo podía haber sido tan ingenua?
–Muy bien, me iré si eso es lo que quieres –Luke salió de la cocina y tomó su chaqueta del suelo antes de abrir la puerta.
Ella lo siguió por el pasillo, lanzando sobre él todo tipo de insultos, pero en cuanto la puerta se cerró tuvo que apoyarse en la pared. La misma pared en la que se había apoyado unos minutos antes, cuando Luke Devereaux la había hecho sentir el único orgasmo de su vida. Bueno, habían sido dos.
Con una lágrima rodándole por el rostro, se dejó caer al suelo, enterrando la cara en las rodillas en un vano intento de esconderse de su propia estupidez.
¿Cómo podía haber sido tan tonta?
¿Cómo podía haber hecho el amor con un hombre al que ni siquiera conocía? ¿Y por qué, sabiendo que Luke Devereaux era un fraude, sentía como si le estuvieran arrancando el corazón del pecho?
Capítulo Cinco
El presente
–Serás insensible, insufrible, imbécil… –estaba diciendo Louisa, sus hombros rígidos de indignación.
Ya había derramado suficientes lágrimas por Luke Devereaux y no pensaba derramar ni una más.
–¿De verdad crees que un orgasmo compensa por cómo me trataste?
–Lo único que digo es que el sexo fue tan agradable para ti como para mí, así que deja de fingir que no fue así. Y no tuviste un orgasmo, si no recuerdo mal tuviste varios. Te traté bien…
–El sexo no tiene nada que ver con la mecánica, no sé si lo sabes. Si hubiera sabido quién eras y que querías castigarme por haber publicado ese artículo, no habría ocurrido nada entre tú y yo, así que deja de felicitarte a ti mismo. Me engañaste.
Luke soltó una risotada.
–El sexo no era precisamente un castigo… para ninguno de los dos. Las cosas se me escaparon de las manos, lo sé, pero tú disfrutaste tanto como yo, así que no veo por qué estás tan enfadada.
–Pues claro que no, porque tú no entiendes nada –Louisa se mordió los labios. No se le ocurría un adjetivo lo bastante hiriente.
–Si no te hubieras metido en mi vida…
–Yo no me he metido en tu vida para nada –lo interrumpió ella–. Esa lista es algo que publicamos cada año y yo no te conocía de nada. Si querías pedirme explicaciones, deberías haber ido a mi despacho, como haría cualquier persona normal. ¡Y no pienso aceptar una charla sobre ética periodística de alguien que no sabe nada sobre ella!
Luke exhaló un suspiro.
–Louisa…
–No había cotilleos en ese artículo –siguió ella–. La lista de los solteros más cotizados no es más que un tema divertido para nuestras lectoras, y a los hombres que aparecen en esa lista normalmente les gusta la atención. Si estás paranoico, es tu problema, no el mío.
–Pero me pusiste en esa lista sin mi consentimiento –insistió él.
–¡Porque no tenía que pedirte consentimiento! La prensa es libre, ¿o es que no lo sabes?
–Por tu culpa, tuve que soportar una estampida de chicas deseosas de casarse, un montón de paparazzi y reporteros del corazón en mi puerta. Si no crees que eso es irrumpir en la vida privada de alguien, te engañas a ti misma.
El frío y sereno Luke Devereaux no parecía tan frío y sereno en aquel momento.
–¿Esperas que nadie hable de ti? ¿Vas a decirle a la prensa qué puede publicar y qué no? ¿Quién crees que eres?
No tenía nada de lo que sentirse culpable. No era culpa suya que su nombre hubiese aparecido de repente en la esfera social cuando heredó una de las fincas más grandes del país. Y tampoco era culpa suya que fuese un hombre guapo, rico y soltero. Y, desde luego, no era culpa suya que tuviera fama de esquivo, evasivo y frío. Si no creía que eso fuera noticia, era él quien se engañaba a sí mismo.
Además, no habían publicado los rumores sobre su pasado ni se preguntaban cómo había terminado siendo el heredero de lord Berwick cuando no estaban emparentados siquiera. Blush no era una revista escandalosa. Louisa había trabajado antes para una y conocía bien la diferencia.
–Yo no soy responsable del comportamiento de los paparazzi y ese artículo no te daba derecho a engañarme sobre tu identidad ni a darme ninguna lección.
De repente, Luke pisó el freno en medio de la avenida, dio un volantazo y se detuvo a un lado. Luego se volvió, clavando en ella su helada mirada.
–Vamos a aclarar una cosa: lo que ocurrió entre nosotros fue algo imparable, una fuerza de la naturaleza. Habíamos estado tonteando toda la tarde… –la voz de Luke se volvió más ronca–. Lo que pasó no tuvo nada que ver con una venganza ni con darte ninguna lección. Tenía que pasar, así de sencillo. ¿De verdad crees que pensaba en ese artículo cuando estaba dentro de ti?
–No sé en qué estabas pensando, solo sé que me engañaste. Yo a ti, no –replicó Louisa–. Y no hace falta que te pongas grosero.
–No estaba poniéndome…
Luke se pasó una mano por el pelo, exasperado, y ella aparto la mirada.
Quería agarrarse a la convicción de que había sido una seducción calculada, una mentira, una venganza. La alternativa, que el artículo no hubiese tenido nada que ver, era demasiado peligrosa.
No quería sentirse atraída por aquel hombre. Y, desde luego, no quería reconocer la química que había entre ellos. Se quedaría sin defensas, a su merced de nuevo, y el sentido común le decía que no debía dejarse controlar por su cuerpo.
¿Qué sabía su cuerpo de la vida? ¡La había traicionado de la peor manera una vez y mira el resultado!