La investigación sobre la comunicación no verbal se ha centrado en el denominado sistema kinésico: el comportamiento espacial, el comportamiento motorio-gestual, el comportamiento mímico del rostro y el comportamiento visivo. En el ámbito del comportamiento espacial se distinguen el contacto corporal, la distancia interpersonal, la orientación y la postura (Hall, 1982). En el comportamiento motorio-gestual, se identifican los ademanes o señales. Se ha propuesto, por ejemplo, una clasificación de los ademanes: (1) simbólicos o emblemáticos, como mover la mano en señal de saludo; (2) ilustrativos, como todos esos movimientos que acompañan la comunicación verbal y permiten enfatiza; por ejemplo, el dedo índice apuntando; (3) indicadores, como todos aquellos que manifiestan un estado de ánimo; por ejemplo, un golpe de puño sobre la mesa en señal de molestia o enojo; (4) reguladores, como la palma de la mano abierta y vertical para interrumpir a alguien que está haciendo uso de la palabra; (5) adaptativos, como las posturas del cuerpo al tomar asiento. En cuanto a la mímica del rostro, no hay duda de que el rostro es el canal más recurrente de expresión de las emociones. Las expresiones faciales operan también como señales en la interacción. Cada zona del rostro es capaz de su propia expresión: las cejas levantadas, los labios apretados, los ojos salientes, etc. La mirada, por supuesto, resulta ser una categoría de comunicación no verbal por sí misma; su intensidad, su duración, su brillo, también operan como señales de interacción.
El tema de la expresión facial de las emociones ha dado lugar a una encendida polémica entre los especialistas, acerca del caracter innato o adquirido de las expresiones mismas. Atendiendo a que parece haber un acuerdo básico en torno a las que serían las emociones fundamentales (miedo, cólera, sorpresa, tristeza, felicidad, disgusto), se debate sobre su origen genético o cultural. Contra la opinión de autores como Birdwhistell, e inspirándose en el darwinismo clásico, Eibl-Eibesfeldt examinó el comportamiento facial de niños ciegos y sordo-ciegos desde el nacimiento. Observando que sonreían, reían, expresaban cólera, concluyó que no podía tratarse de expresiones adquiridas por imitación. Paul Ekman ha intentado un punto de convergencia entre ambas posturas, sosteniendo que determinadas expresiones faciales están asociadas universalmente a determinadas emociones pero admitiendo que las emociones mismas eran provocadas por circunstancias activantes que varían de una cultura a otra. Una vez estimulada la emoción, se pone en marcha un programa neuronal de expresión facial.
Retornando al tema más general de la comunicación interpersonal y grupal, se ha desarrollo un alto interés por estudiar la experiencia cotidiana de la conversación, a la que se asigna el valor de estructura básica de interacción y comunicación. Uno de los modelos más aceptados para comprender la comunicación a nivel interpersonal ha sido desarrollado por la llamada ‘Escuela de Palo Alto’, que toma su nombre de la ciudad en mismo nombre en California, Estados Unidos. Se la denomina también ‘enfoque pragmático o interaccional de la comunicación’. Entre sus representantes se cuentan autores como Paul Watzlawick, Don Jackson, Janet Bavelas y otros, todos los cuales reconocen su deuda intelectual con el antropólogo inglés Gregory Bateson. Es relevante tener en cuenta que los planteamientos de este grupo de investigadores se han originado en el ámbito psiquiátrico, en la observación y diagnóstico de pacientes esquizofrénicos. En esta experiencia, los pragmáticos de la comunicación afirman haber identificado algunas dimensiones de la comunicación interpersonal, que han terminado por llamar ‘axiomas de la comunicación’ y que, según sostienen, se manifiestan por igual en la conducta normal. Tales axiomas tendrían, pues, validez universal para todas las interacciones humanas.
Antes de precisar el tenor de cada uno de los axiomas propuestos por los interaccionistas de Palo Alto, es necesario explicar algunas cuestiones generales que permiten entender mejor sus hipótesis. Según ellos, la comunicación es una condición indispensable de la vida humana y de todo orden social. Tempranamente, cada individuo se ve implicado en interacciones con otros individuos, las que permiten ir aprendiendo una serie de reglas comunicativas. Este aprendizaje es experiencial, y ocurre con independencia de la conciencia de los sujetos. De este modo, las personas se comunican de hecho todo el tiempo pero ignoran las reglas que, también de hecho, gobiernan sus interacciones comunicacionales. Esto permite entender que los interaccionistas asocien la terapia en materia de comunicación defectuosa o dañina -ellos la llaman tambien ‘paradojal’- con la toma de conciencia de esas reglas, haciendo pasar la interacción a un nivel metacomunicacional. Ahora bien, la comunicación tiene dimensiones que es necesario distinguir; asumiendo las tesis de autores anteriores, los interaccionistas distinguen entre los aspectos sintáctico, semántico y pragmático de la comunicación. El aspecto sintáctico tiene que ver con la transmisión de información: cómo es codificada, por qué canales es transmitida, qué ruidos y redundancias pueden producirse, etc. La dimensión semántica dice relación con los significados, los cuales son asumidos por los sujetos en comunicación sólo en tanto comparten códigos comunes de interpretación. El aspecto pragmático de la comunicación tiene que ver con los efectos que la comunicación misma tiene sobre la conducta. En este sentido, los interaccionistas han sostenido que toda comunicación afecta a la conducta y que toda conducta es comunicación. La autodenominación de su enfoque como ‘pragmático’ indica a las claras las preferencias de los interaccionistas sobre este tercer aspecto de la comunicación: sus consecuencias conductuales.
Con el objeto de ahondar en los planteamientos de los pragmáticos de la comunicación, se puede recurrir a una pequeña narración incluída en el capítulo 12 del libro “Formación de Equipos”, del especialista en organizaciones Hans Dyer. Aunque esta narración no tenía originalmente el propósito de ayudar a la comprensión de las tesis interaccionistas, se verá a continuación que resulta bastante pertinente:
“Las tardes de los domingos de Julio en Coleman, Texas (5.607 habitantes) no son precisamente días festivos de invierno. Este día particularmente caluroso: 40 grados, según el termómetro situado bajo la marquesina de hojalata que cubría con tela de alambre un porche trasero bastante grande. Además, el viento soplaba levantando el polvo fino del oeste por toda la casa. Las ventanas estaban cerradas, pero el polvo se filtraba a través de las aperturas invisibles de las paredes.
Se podría preguntar: ¿Cómo es posible que el polvo penetre a través de las ventanas cerradas y de las paredes? Cualquier persona que haya vivido en el oeste ni siquiera se molestaría en preguntar. Sólo se puede decir que el viento puede hacer muchas cosas cuando han pasado más de treinta días sin lluvia.
Pero la tarde era tolerable todavía, incluso potencialmente agradable. Un ventilador enfriado con agua proporcionaba alivio del calor, en tanto uno no se alejara demasiado. Además, había limonada fría. Tal vez había preferido algo más fuerte, pero Coleman era seco en muchos sentidos, lo mismo que mis suegros. A menos que alguien se enfermara. En ese caso, podía pensarse en una cucharadita o dos con fines medicinales. Pero este domingo en particular nadie estaba enfermo, de modo que la limonada nos refrescaba lo suficiente.
Y, por último, estaba el dominó, entretenimiento perfecto para la ocasión. El juego no exigía más esfuerzo físico que un comentario mascullado ‘revuelve las fichas’ y un lento movimiento del brazo para colocar las fichas en el lugar apropiado sobre la mesa. También se necesitaba que alguien anotara los puntos, pero esa responsabilidad cambiaba en cada mano de modo que la tarea de ninguna manera resultaba debilitante. En pocas palabras, el dominó era una diversión agradable.
Así, pues, era una agradable tarde de domingo. Y lo fue hasta que de pronto mi suegro levantó la vista del juego y dijo, con aparente entusiasmo: “subamos al auto y vamos a la cafetería en Abilene”.
A decir verdad, me tomó por sorpresa. Podría decir, incluso, que me despertó. Pense para mí mismo: ‘¿Ir a Abilene, recorrer cincuenta y tres millas y con esta tormenta de polvo? Hay que manejar con las luces encendidas, aunque está de día. Y el calor... Ya está bastante pesado aquí, pese al ventilador, pero en un Buick del 58 sin aire acondicionado va a ser terrible...Y qué decir de la cafetería. Algunas cafeterías están bien pero la de Abilene me recuerda el rancho de los soldados en campaña..’ Antes de que pudiera aclarar mis pensamientos y organizar