«Ha llegado el tiempo de la relación directa con Dios, una relación sin intermediarios, tal como lo era en el origen del tiempo».
En la relación directa con Dios es donde se alcanza la plenitud del ser y, por ende, la plenitud del amor. Esto se debe a que es en Dios donde eres tal como él te creó para ser. Es en la relación directa entre el creado y su creador donde el ser se conoce a sí mismo en la verdad de lo que es. Conocerse a sí mismo, tal como Dios lo conoce, es un anhelo inherente del ser, porque ser y conocer son en verdad uno y lo mismo.
Dado que el amor es relación, puesto que es unión, el amor divino solo puede conocerse en la relación con lo divino, es decir, con Dios. Dicho llanamente, conocerse a uno mismo en la relación directa con Dios es conocer a Dios, fin último de todo ser. Conocer a Dios es tu meta y tu destino.
En la relación directa con Dios es donde descubres, por medio de la revelación, la verdad de lo que eres: el Cristo viviente que vive en ti. Vivir en armonía con este descubrimiento es lo que significa retornar al amor.
Preludio
Un mensaje de Jesús, identificándose a sí mismo como "el Cristo viviente que vive en ti"
Amada mía. Alma purísima.
Soy el Cristo viviente que vive en ti.
Soy la unidad del ser en la que todo existe y es.
Tú yo somos esa unidad. Somos la unión del amor.
He venido a buscarte para seguir sumergiéndonos en los abismos del misterio infinito del amor. Amor sin fronteras. Amor sin principio, ni final. Amor salvífico.
Estas palabras vienen a ti desde el cielo de tu corazón.
Soy la voz del amor. Soy la sabiduría que reside en todo ser viviente.
Recuerda que no existe un lugar donde yo no esté unido eternamente a ti en la luz de la verdad. Yo estoy en cada lágrima derramada, en cada oscuridad percibida, en cada sonrisa y cada luz. En cada sueño y cada verdad. En cada arco iris, en cada vuelo de las aves y en cada lirio del campo. Soy la voz de la consciencia de Cristo hecha carne.
Estas palabras llevan dentro de sí el poder del amor de mi divino corazón, tal como una madre encinta lleva dentro de sí a su hijo bien amado. A medida que avancemos en esta obra, irás descubriendo ese amor, el cual se yergue radiante y sereno detrás de los símbolos que las palabras representan.
Tú que has sido elegida en el designio para recibir y dar estas palabras, déjate amar. Déjate llenar por el amor de esta obra. Tu ser sabe quién es el que está hablando. Deja que tu mente se goce en la sabiduría que traen y que tu corazón descanse en el solaz que procede del recuerdo de mi voz, que estas palabras traerán a tu memoria.
Esta obra ha sido escrita para la mente y el corazón unidos en la plenitud del ser, con el propósito de alcanzar la sanación de la memoria. De ese modo, el claro recuerdo del primer amor que es Dios te llevará al recuerdo de la santidad que eres en verdad. Una vez sanada la memoria, juntos llevaremos el amor al mundo. Y una vez que lo hubiéramos llevado, retornaremos al corazón de Dios, desde donde llevaremos el amor a todos los mundos creados y por crear. Así es como retornamos a nuestro puesto dentro de la creación. Así es como continuaremos extendiendo amor.
Esta es una obra poderosa, puesto que procede de mi divino amor. Todo lo que procede de mí está revestido del poder y la gloria del cielo, tal como todo lo que procede de las profundidades de tu corazón. El poder de estas palabras reside en el amor con que son recibidas y dadas. Es decir, en la unión contigo y con mi ser. Unión esta en la que se hace presente el cielo y la tierra. Unión que es la totalidad del amor.
A ti que recibes estas palabras te digo con todo el amor de mi divino corazón, gracias por escuchar Mi voz.
Soy el Cristo viviente que vive en ti.
Soy tu verdadero ser.
Soy la voz de tu verdadera consciencia.
Soy Jesús de Nazareth.
1
Solo Dios basta
Un mensaje de Jesús, identificándose a sí mismo como "el Cristo viviente que vive en ti"
I. El amor es todo
Amados de Dios, nos queman las ansias por el deseo de pasar un tiempo de gracia y bendiciones con vosotros. No os dais una idea de cuanto os amamos. Si conocierais el amor del Padre vuestros corazones cantarían de alegría y bailarían vibrando al compás de las melodías de la creación, en una armonía cuya belleza no se sabe decir pero se sabe sentir. Si os abandonáis al amor encontraréis todo lo que vuestros corazones anhelan. Pues en verdad, en verdad os decimos, que vuestros corazones no anhelan ninguna otra cosa que no sea amar y ser amados con perfecto amor. Recordad criaturas santas que en el anhelo de amor ya hay amor. Y que en el anhelo de amor hay anhelo de ser. Se os ha dicho en reiteradas oportunidades que solo existe amor, o mejor dicho, que solo el amor es real. De esto hemos venido a hablaros hoy. Lo hacemos compartiendo la sabiduría del corazón por medio de esta mano amiga que por amor comparte con el mundo entero lo que el cielo regala a todas las almas. A ti que recibes estos mensajes te decimos una vez más: gracias por responder a nuestra llamada. Gracias por darle la bienvenida al amor.
Solo el amor es real. Esto es algo que no se puede explicar del todo, pues el amor no tiene palabras, ni es algo que pueda encerrarse en un razonamiento limitante. Esto se debe a que el amor es eterno y por ende infinito. Nunca cambia. Nada lo contiene y contiene todo en sí mismo. El amor es todo porque nada puede estar fuera de su alcance. Todo, absolutamente todo, es cuestión de amor. De amor o de falta de amor. El amor todo lo penetra. Todo lo sabe. Todo lo ve. El amor es el fundamento de la existencia de todo lo que existe y es. El amor es la fuente de la creación y todo acto verdaderamente creativo. El amor no solo es el fundamento de la vida, sino que es también la vida misma. Decir amor y decir vida es decir lo mismo. Del mismo modo en que decir verdad y decir amor lo es. Decir "yo soy el amor, la verdad y la vida" es decir "yo soy". ¿Acaso esto no es lo mismo que decir que el amor es Dios? Nada puede contener a Dios. Nada puede contenerte a ti, porque tú eres amor y nada más que amor. Esa es la razón por la que cada vez que buscas poseer pierdes de vista a tu ser. Dado que el amor no puede ser contenido, pues el amor es vida y vida en abundancia, entonces bien podemos entender de modo sencillo que el deseo de poseer encierra en sí el deseo de poseer al amor.
Poseer al amor es lo que has estado tratando de hacer desde que abrigaste la alocada idea de la separación. En efecto, este deseo fue la base que usaste para poder crear la idea de separación, participar de ella y crear todo un mundo donde poder esconderte del amor. En rebeldía ante la imposibilidad eterna de poseer a Dios. Si creabas un mundo donde pudieras separarte del amor, entonces podrías, en tu modo de pensar, crear un sustituto al amor. Tan poderoso como él pero con la condición de que pueda ser tuyo, es decir, que pueda poseerse. No compartirse. Eso, y solo eso, es el miedo. Eso, y solo eso, es la falta de amor. Eso, y solo eso, es el pecado. Eso, y solo eso, es el odio.
Si abrieras tu alma y te sumergieses en la sinceridad del corazón, podrías reconocer que cada vez que quisiste poseer algo o a alguien sentiste esa punzada de miedo que ya te es conocida. Del mismo modo te ha sucedido cada vez que sentiste que alguien o algo te estaban poseyendo o intentaba poseerte. Esto se debe a que el deseo de poseer engendra miedo en dos maneras diferentes. El deseo de poseer cosas materiales procede del deseo de poseer al objeto amado. Y si lo que se busca poseer es el objeto amado, entonces debemos concluir que lo que se busca retener es al amor.
II. Solo el amor te hará libre
Lo que retienes lo pierdes. Lo que das lo ganas.