Por suerte, Keisha había podido acompañarla en los momentos difíciles. Siempre se habían llevado bien. Lynn Ashford era una mujer fuerte e independiente, madre soltera. Después de que el padre de Keisha hubiera negado su paternidad, Lynn se había ido de Austin y se había establecido con su hija en Baton Rouge.
Había vivido muchos momentos difíciles en la infancia. Para compensar la situación, su madre había tenido dos empleos y había dejado a Keisha al cuidado de su abuela. Al haber sido testigo de lo mucho que su madre había trabajado para salir adelante sin ayuda de un hombre, había comprendido que, si era necesario, ella podía hacer lo mismo.
Con el corazón encogido, Keisha pensó en el hombre que se lo había demostrado.
Canyon Westmoreland.
Se había enamorado de él desde el primer día, pero su amor había muerto cuando había descubierto que él le había sido infiel. Ella podía tolerar muchas cosas, pero la infidelidad no era una de ellas. No era posible mantener una relación sin confianza… Ni siquiera una relación que ella había creído tan prometedora. Sin embargo, era obvio que se había equivocado.
Después de tres años, Keisha había vuelto a Denver. El escándalo que había salpicado al despacho de abogados para el que trabajaba en Austin la había obligado a ello. Echaba de menos a su madre, pero al menos, al regresar al despacho de Spivey y Whitlock, había sabido que no tendría que empezar desde abajo. Necesitaba el dinero y ya no podía pensar solo en sí misma. De todas maneras, para evitar encontrarse con Canyon, se había establecido en una casa en la otra punta de la ciudad.
Keisha conocía la historia de los padres y los tíos de Canyon, que habían muerto en un accidente de avión y habían dejado quince huérfanos, muchos de ellos menores de dieciséis años. Manteniéndose unida, lo que había quedado de la familia Westmoreland había superado los tiempos difíciles y, en la actualidad, estaba disfrutando de su fortuna, gracias al éxito de la empresa de gestión de terrenos Blue Ridge.
Los padres de Canyon habían tenido siete hijos: Dillon, Micah, Jason, Riley, Canyon, Stern y Brisbane. Sus tíos habían tenido ocho, cinco chicos: Ramsey, Zane, Derringer, y los gemelos Aiden y Adrian; y tres chicas: Megan, Gemma y Bailey. Por lo que Keisha sabía, la mayoría de los Westmoreland había ido a la universidad y tenían buenos puestos de trabajo. Ocho de ellos trabajaban para la empresa familiar. Ella los había conocido a casi todos cuando había asistido al baile de los Westmoreland. La fiesta era un evento destacado en la ciudad y los beneficios que sacaban iban destinados a organizaciones benéficas.
Entonces, Keisha no pudo evitar pensar en él. Lo había amado con toda su alma y había creído que él la correspondía. Le había abierto su corazón y su hogar. Él se había mudado a vivir con ella después de haber salido juntos seis meses. Y ella había asumido que su relación había ido viento en popa. Pero había sido un error.
El sonido de un claxon la hizo mirar por el espejo retrovisor. ¿Qué sucedía?
Los conductores de dos coches que había detrás de ella parecían estar luchando por sacarse el uno al otro de la carretera.
Como lo último que necesitaba era verse implicada en una pelea de gallitos que querían ser los amos del asfalto, aceleró y los dejó atrás.
Entonces, miró el reloj. Estaba ansiosa por llegar a su destino y encontrarse con la persona que la estaba esperando.
El coche negro aceleró y desapareció de allí. Aunque Canyon se había acercado mucho a él, los cristales tintados le habían impedido ver al conductor o a la conductora.
Cuando volvió a posar la atención en la carretera, vio que Keisha tomaba un desvío. Continuó siguiéndola a cierta distancia, sin querer que ella lo viera.
Entonces, la vio parar delante de una guardería. Frunció el ceño. ¿Por qué iba ella a ir a una guardería? Quizá estaba haciendo un favor a alguna compañera recogiendo a su hijo o, tal vez, se había ofrecido a hacer de canguro.
Deteniendo el coche, la observó acercarse a la puerta con una gran sonrisa. Sin duda, debía de estar contenta porque se acercaba el fin de semana. Era una suerte que estuviera de buen humor, pensó. Así, tal vez, no se enfadaría al descubrir que la había seguido a casa. Embobado, se quedó contemplando su contoneo hasta que la perdió de vista.
Entonces, le sonó el móvil. Canyon esperaba que no fuera Stern de nuevo. Al mirar la pantalla, vio que era su prima Bailey, la más joven de la familia Westmoreland.
–Hola, Bay, ¿qué tal? –saludó Canyon.
–Zane ha vuelto hoy.
Su primo Zane se había ido de la ciudad hacía tres semanas. Él había pensado que estaba en viaje de negocios, pero luego había descubierto que estaba corriendo detrás de una mujer con la que había salido, llamada Channing Hastings. Se rumoreaba que Zane volvía a casa con una alianza en el dedo.
–¿Se ha casado?
–Todavía, no. Channing y él están planeando la boda para Navidad.
–Nunca pensé que vería a Zane sentar la cabeza.
–Bueno, yo me alegro de que haya entrado en razón –comentó Bailey–. No te olvides de que esta noche hemos quedado.
Todos los viernes, los Westmoreland se reunían en casa de Dillon. Las mujeres hacían la comida y, después, los hombres se enfrascaban en una partida de póquer.
–Puede que llegue un poco tarde –avisó Canyon. No sabía cuánto tiempo iba a necesitar para hablar con Keisha. Si ella iba a hacer de canguro, tendría que seguirla a casa para ver dónde vivía y volver otro día. Además, tenía que advertirle de que otra persona la había estado siguiendo.
–¿Por qué?
–¿Por qué qué? –preguntó Canyon, frunciendo el ceño.
–¿Por qué vas a llegar tarde? Dillon me ha dicho que hoy has salido temprano del trabajo.
En vez de responderle, Canyon dio unos golpecitos con el dedo en el auricular.
–Se está yendo la cobertura. Hablamos luego.
Después de colgar, Canyon vio salir a Keisha. Ella seguía sonriendo, lo que era buena señal. Y estaba hablando con un niño de unos dos años que llevaba de la mano.
Contemplando al pequeño, pensó que parecía el doble del hijo de Dillon. Una extraña sensación se apoderó de él mientras seguía observando al niño, que sonreía tanto como ella.
Entonces, Canyon contuvo el aliento. Solo había una razón que explicara por qué se parecía tanto a un Westmoreland, pensó, aferrándose al volante.
Sin pensarlo, se quitó el cinturón, salió del coche y se acercó a Keisha. Ella se quedó paralizada con una extraña expresión, mezcla de sorpresa, culpa y remordimiento. Duró poco porque, al instante, el rostro se le tintó de fiereza mientras ponía el brazo por encima al niño con gesto protector.
–¿Qué estás haciendo aquí, Canyon?
Él se detuvo delante de ella, lleno de furia. Posó los ojos de nuevo en el pequeño que, sin duda, debía de ser su hijo y lo miraba con desconfianza, agarrado a su madre.
–¿Podrías explicarme por qué no me has dicho que tenía un hijo? –inquirió él con ojos ardiendo de rabia.
Capítulo Dos
Keisha tomó aliento mientras pensaba qué podía decir. Por el tono de voz de Canyon, intuyó que más le valía pensar en algo rápido. A menudo, se había preguntado cómo reaccionaría él cuando descubriera que tenía un hijo. ¿Negaría su paternidad como el padre de ella había hecho?
–¿Qué