El silencio y la palabra: Dos interlocutores para un diálogo sobre lo real. Rubén Maldonado Ortega. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Rubén Maldonado Ortega
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789587414189
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declaraciones de Jorge Luis Borges nos revelan, no hay duda, la necesidad inevitable del uso de aquella otra morada que nos permite, cómodamente alojados, seguir las opiniones más probables, o en su defecto, alguna cualquiera, cuando no está en nuestra voluntad discernir las más verdaderas, como también aplicarnos con resolución y firmeza a las cosas que escapan a nuestra posibilidad de control para que “[...] lo que aún falte para nuestro propósito se considere, por lo que a nosotros toca, como absolutamente imposible”{4}.

      Tengamos, pues, como cierto, el hecho ineludible de hacernos a nuestra propia moral provisional. Pero, y es el gran interrogante:

      ¿Cómo se puede llegar a tener resolución en la acción al tiempo que la duda impele a suspender el juicio?

      La respuesta anticipada de Descartes a este interrogante nos hace portadores de un menor escrúpulo en el campo de la moral provisional que en aquel otro donde la duda pretende erigir su “lugar de verdad”. Como si la prolongación del pienso, luego existo no estuviera condenada a deshacerse progresivamente del carácter indubitable del que lo hace merecedor su esotérica condición (donde la ausencia de discurso se trueca en soliloquio) en la medida en que el discurso (el tributo que impone la necesidad comunicativa) se afane en construir un orden de saber (una filosofía provisional) que pretende comunicar lo incomunicable: la dimensión del mensaje recibido en la intimidad del yo. Idéntico escrúpulo, pues, el que nos impide acatar la prolongación (el more geométrico) del pienso, luego existo, o en su defecto, el que nos induciría a suspender, ad infinitum, la acción que respalda la moral provisional. Diremos entonces que el carácter provisional dado por el filósofo a la acción que permite adelantar proyectos de los que el buen juicio aún no se responsabiliza, le viene dado por la naturaleza, también provisional, de toda filosofía que abandone el soliloquio para hacerse discurso que reclama, infructuosamente, la misma solidez, la misma indubitabilidad alcanzada en el mudo recinto en que se instauró la meditación filosófica.

      Intentaremos otra manera de hacernos comprender.

      El programa filosófico de Descartes contemplaba, al formular el problema de la filosofía y la moral provisional, la posibilidad de retornar la unidad a la libre voluntad en el propósito inicial de examinar, conforme a su propio juicio, aquellas opiniones que por comodidad metodológica habían sido eximidas del ejercicio dubitativo, pero que tarde o temprano debían padecer los efectos valorativos con que el sujeto del juicio habría de sustentar su condición fundativa en el proceso del conocimiento. Sin embargo, al aplicarse a dicho examen, Descartes decide, para las opiniones amparadas en la moral provisional, el mismo tratamiento dado a aquellas otras que habían sido sometidas al rigor de la duda metódica (recordemos el ejemplo de la cera){5}, con lo cual el mundo de la opinión queda identificado por la unidad que le confiere su reducción a res extensa. La moral deja entonces de ser provisional adquiriendo, por ello mismo, el carácter de absoluta en la modesta condición de fidelidad y obediencia a que relega Descartes el papel del filósofo de carne y hueso.

      La expectativa fomentada por Descartes en torno a la restauración de la unidad del sujeto para el ejercicio de la libre voluntad ha quedado disuelta tras el tímido artificio que pone en contacto a una cosa que piensa con un mundo de cosas extensas. La garantía de dicho contacto la constituye la mediación que ofrece un Ser dotado de suma perfección, que había sido ya ofrecido a los hombres bajo la condición de estricta obediencia, por la opinión de los “sabios” de la iglesia católica.

      Nuestra tarea será entonces, superada la falsa expectativa, rectificar el programa de filosofía y moral provisional, para lo cual el examen sobre el mundo de la opinión nos deberá llevar a la restauración de la libre voluntad, en tanto sea posible la unidad real del sujeto, ahora escindido. Valga la pena señalar, a modo de anticipación, que en nuestro propósito por complementar el programa de Descartes habremos de admitir la disposición a forzar la condición de súbdito del filósofo de carne y hueso, para indicar que en el carácter político con que identificaremos la actitud del sujeto del juicio para el examen del mundo de la opinión, asoma la propuesta del filósofo gobernante como sustento fundamental de nuestro programa de filosofía y moral provisional. La carencia de una actitud política comprometida en la filosofía de Descartes será aquí reemplazada por una filosofía estrictamente diseñada para cubrir tal insuficiencia: el platonismo. Un testimonio —el de Dies, prologuista de la edición francesa de La República— será por ahora suficiente para animar este propósito: “De hecho Platón no llegó a la filosofía más que por la política y para la política”{6}.

      Empezaremos entonces por mantenernos fieles al programa inicial de Descartes, para aplicarnos luego al examen que nos habrá de llevar a lo que aquí hemos identificado como el momento platónico en esta reflexión.

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