Relatos de un hombre casado. Gonzalo Alcaide Narvreón. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón
Издательство: Bookwire
Серия: Relatos de un hombre casado
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788468668536
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al lobby y le conté a Diego lo acontecido, ya que me había resultado una situación algo extraña… ¿El gerente del hotel siguiéndome al toilette para hacerme esa pregunta...?

      Diego, cagándose de risa dijo:

      –Tené cuidado, a ver si se te mete en el cuarto...

      Se organizó un cronograma de trabajo, según el cual todos los miércoles habría reunión de coordinación con los involucrados en el proyecto, por lo que Diego y demás participantes de otras empresas, viajarían desde Buenos Aires. Salvo por alguna excepción, llegaban en el primer vuelo de la mañana y regresaban a Buenos Aires en el último vuelo de la noche.

      Frecuentemente, regresábamos al hotel a almorzar y luego, íbamos al cuarto a ver un poco de televisión tirados en las camas. Mi habitación se encontraba en PB, tenía un ventanal que daba al parque, desde donde se podía ver la piscina; estaba amueblada con dos camas de plaza y media, más un escritorio y una pequeña mesa redonda para comer.

      Me daba mucho morbo ver que, al entrar al cuarto, Diego se sacaba los zapatos, se tiraba en la cama y quedaba tendido, relajado, aprovechando cada minuto en el que pudiese dormir. Su mujer ya había parido y el bebé le estaba quitando horas de sueño. Durante unas cuantas semanas, ese fue el ritmo…

      Esto sucedió durante una época en la que en los aeropuertos existieron muchos problemas con los radares, por lo que nunca se sabía cuándo salía o llegaba un vuelo, si es que salía y si es que llegaba.

      Un miércoles, luego de un arduo día de trabajo, alrededor de las seis., regresamos al hotel y nos quedamos en el lobby tomando algo fresco. Finalizaba febrero y realmente, hacía mucho calor.

      Diego llamó a Aerolíneas para confirmar su vuelo y le informaron que se cancelaba, por lo que regresaría a Buenos Aires el día siguiente en el primer vuelo de la mañana.

      Puteó un rato, porque tenía ganas de regresar con su familia y llamó a su mujer para avisarle que no viajaría. No tenía otra alternativa más que permanecer en el sur. De tomarse un micro, por la distancia existente hasta Buenos Aires, terminaría llegando después que si esperase el vuelo del día siguiente.

      De todas maneras, problemas de hospedaje no habría, ya que se quedaría conmigo en el cuarto y de dinero tampoco, pues los viáticos corrían por cuenta de la empresa.

      El verdadero problema lo comenzaba a tener yo, pues mis ratones se escaparon inmediatamente de la jaula y comenzaron a correr por mi cabeza... Salvo por una experiencia vivida hacía ya algunos años, jamás me había tocado compartir un cuarto con un compañero de trabajo.

      –Con el calor que hace, qué bueno estaría ir un rato a la piscina, pero la cagada, es que no tengo short ni ropa para cambiarme –dijo Diego.

      –Olvidate, te presto short y después te doy ropa limpia; la semana que viene me la traés, no hay drama –contesté.

      Yo viajaba todas las semanas con bastante ropa y la que no usaba, la dejaba en el hotel.

      –Bue… ya que me tengo que quedar… a aprovechar los servicios –comentó Diego.

      Yo pensé “No tenés idea de los servicios que te puede brindar este hotel...”

      –Dale, vamos... –dije.

      Fuimos al cuarto, le di una bermuda de baño y ojotas. Pensé que iría al baño para cambiarse, pero sin ningún tipo de prejuicio, comenzó a desvestirse, quedándose en bolas frente de mí.

      Se sacó la camisa, dejando al descubierto su pecho velludo, nada de panza, brazos peludos y para mi sorpresa, bíceps bastante tonificados.

      Tuve que hacer un gran esfuerzo como para disimular mis miradas y para no ser tan obvio. Diego quedó sentado en el borde de la cama, con su pecho descubierto; se sacó los zapatos, se incorporó nuevamente y se quitó el pantalón, quedando solo en bóxer.

      Uy Dios; patas también peludas, bien pobladas de pelos... Qué lindo espectáculo me estaba brindando este tipo.

      Sin poder controlarlo, comencé a tener una erección y tuve que pensar en otra cosa para distraerme; yo también tenía que cambiarme y no podía quedarme en bolas frente a él con mi miembro erecto.

      Fue hasta el baño para orinar y pensé que se cambiaría allí, pero no. Regresó hacia la cama, se quitó el bóxer con total naturalidad, como si estuviese solo, dejando al descubierto su miembro y toda su naturaleza.

      Claramente, había sido beneficiado en el reparto. Su pene se veía grueso y de una longitud que superaba el promedio; sus bolas acompañaban proporcionalmente; mucho vello púbico, un macho peludito, de esos que podrían quitarme el sueño.

      Se puso la bermuda de baño... Intenté hacerme el boludo, pero no resistí a la tentación de recorrerlo con la mirada de arriba a abajo. Mientras se subía la bermuda, me miró y me dijo:

      –Me queda bien...

      –¡Genial, ¡bárbaro! –respondí.

      “Te queda bárbaro, vos estás bárbaro, me calenté mal y ahora de que me pinto" –pensé.

      Yo también quedé en bolas; aún tenía mi pene a medio parar y no quería que me viera, por lo que le di la espalda. Tomé un par de remeras del cajón, le tiré una y nos fuimos directo a la piscina.

      Era usual que en la piscina no hubiese mucha gente y esa tarde no era la excepción. Nos sacamos las ojotas, dejamos toallones y celulares sobre las reposeras y nos zambullimos.

      Realmente, resultó refrescante el contacto con el agua; en lo personal, me vino particularmente bien para enfriar mi miembro, que aún no bajaba y continuaba a media asta.

      Nos quedamos en la parte baja disfrutando del agua y conversando. Diego me preguntó cómo me había adaptado al ritmo de viajar todas las semanas y de estar lejos de la familia; le conté como venía viviendo la experiencia. Por un lado, extrañaba a la familia, pero me había acostumbrado a las comodidades del hotel; el personal era muy cordial y sabiendo que yo estaba solo, se encontraban siempre predispuestos a compartir una conversación. Realmente, me sentía cómodo alojándome allí.

      Sorpresivamente, Diego comentó:

      –Imagino cómo debes garchar los fines de semana con tu mujer, considerando la veda de lunes a viernes... A no ser que el gerente del hotel te ayude… (haciendo alusión al episodio del toilette.)

      –No seas pelotudo... –respondí riéndome, y respondiendo a su pregunta, agregué– la verdad es que viernes y sábado garcho de lo lindo con mi mujer; me descargo por el resto de la semana...

      –Me imagino... suerte la tuya... yo, con el tema de la cuarentena, ni eso... encima, necesito dormir, porque el pendejo no nos deja pegar un ojo. –dijo Diego.

      –Bueno, esta noche te sacás las ganas... de dormir tranquilo me refiero... –dije, sonriendo sarcásticamente.

      Diego entendió perfectamente mi comentario picarón; me miró y se cagó de risa... Cruzamos algunas conversaciones con un par de flacos de Buenos Aires que también estaban trabajando allí y que, como nosotros, estaban disfrutando de la piscina. Ya cayendo la noche, salimos del agua y fuimos hacia el cuarto...

      Diego dijo:

      –Duchate vos primero, pero dejá que me saque la bermuda para no mojar todo...

      Se quedó en pelotas, se puso una bata blanca y se tiró boca arriba en la cama. Realmente, esa imagen me calentó mal, verle las patas y el pecho peludo, relajado, sabiendo que estaba sin ponerla desde vaya a saber cuánto tiempo... Apoyó su cabeza en la almohada, cerró los ojos, se relajó y con el sonido de la televisión como fondo, rápidamente se quedó dormido.

      Me fui al baño, me metí en la ducha y me clavé una tremenda paja, porque sabía que, de no hacerlo, estaría con la pija dura toda la noche...

      Salí del baño, me senté en la cama y vi que Diego seguía profundamente