Relatos de un hombre casado
“Volando al sur”
G. Narvreón
© G. Narvreón
© RELATOS DE UN HOMBRE CASADO - Volando al sur -
ISBN papel: 978-84-686-6324-1
ISBN digital: 978-84-686-6325-8
ISBN epub: 978-84-686-6853-6
Impreso en España
Editado por Bubok Publishing S.L
Dedicatoria
A todos los hombres que se animan a experimentar los placeres del
sexo, sin inhibiciones y sin tapujos
G. Narvreón
Índice
Capítulo I – Volando al sur –
Capítulo II – Descubriendo otro camino –
Capítulo III – Día tormentoso – La Mañana –
Capítulo IV – La tormenta no amainaba –
Capítulo V – Tarde de lluvia –
Capítulo VI – Vuelo picante –
Capítulo VII – Semana soleada –
Capítulo VIII – Día del Trabajador –
Capítulo IX – Tarde distendida –
Capítulo X – Dos a uno –
Capítulo XI – Tiempo de reflexión –
Capítulo XII – Mi reencuentro con el pétalo rosado –
Capítulo XIII – Diego, Skype y Matías –
Capítulo XIV – El regreso de Diego –
Capítulo XV – Noche de confesiones –
Capítulo XVI – La entrega de Diego –
Capítulo XVII – El día después –
Capítulo XVIII – Ratones y juguete nuevo –
Capítulo XIX – Tres Adanes y una Eva –
Capítulo XX – Noche Soñada –
Capítulo XXI – El regreso –
Introducción
En esta noche tórrida, típica de los veranos que golpean Buenos Aires, desperté excitado y empapado en sudor.
Sin poder conciliar el sueño y vagando en mis recuerdos, súbitamente, comienzan a surgir imágenes de las experiencias vividas hace ya un tiempo, cuando estuve trabajando en una ciudad de la Patagonia, en el sur de Argentina; experiencias que llevo atesoradas en mi memoria y sobre las cuales jamás escribí; hasta ahora…
Para preservar mi identidad y la de los involucrados, voy a omitir algunos detalles puntuales sobre mi trabajo y sobre lugares específicos; aunque los nombres y personajes son reales.
G. Narvreón
Capítulo I
Volando al sur
Me contrataron para trabajar en un emprendimiento en la Patagonia, en el sur de Argentina, que tendría una duración de aproximadamente un año. Permanecería de lunes a viernes allí, regresando los fines de semana a Buenos Aires para compartir con mi familia.
Me incorporé a la empresa y los dos primeros meses de trabajo transcurrieron en las oficinas de Buenos Aires. Allí fue donde conocí a Diego, con quien trabajaría en este emprendimiento y cuya mujer estaba por parir a su segundo hijo.
Diego era unos años menor que yo, alejado del estereotipo tradicional de belleza; voz gruesa, contextura delgada, nariz prominente, aunque no exagerada, aspecto de turco; hermosa y compradora sonrisa, barba dura, que llevaba siempre al ras, al menos en aquella época; vellos en el cuerpo... El cuello, debajo de la nuez, es una de las primeras cosas que relojeo cuando me encuentro con un tipo para descubrir si asoman vellos... Eso me calienta mal.
Diego me resultó un tipo simpático, aunque por momentos, confieso que tuve ganas de matarlo por causa de su carácter avasallador; por tomar decisiones he impartir órdenes sin consultar o sin avisar.
Hicimos el primer viaje al sur juntos; debíamos tantear el terreno, contactar a algunos personajes locales que estarían involucrados en el proyecto y seleccionar un hotel en el que me alojaría durante mi estadía, de entre un listado que el cliente nos había dado como opciones. Terminado el itinerario, regresamos a Buenos Aires esa misma tarde, con unas cuantas ideas más claras.
Finalmente, llegó el día en el que tuve que dejar a la familia y viajar solo. Me tomó un tiempo adaptarme al ritmo de los vuelos, a estar lejos de casa y viviendo solo de lunes a viernes.
Pronto le tomé el gusto a las comodidades de vivir en un hotel, en una linda habitación, sin que nadie me rompiese las pelotas; llegar del trabajo, ducharme, dejar todo tirado, ir un rato a la piscina, ponerme una bata y tirarme a mirar TV rascándome las bolas, sin quejas ni reclamos...
El noventa y cinco por ciento de los huéspedes del hotel en el que me alojaba, estaban allí por cuestiones laborales, la mayoría, trabajando para compañías petroleras o de energía. Con algunos de ellos, al poco tiempo comenzamos a saludarnos al cruzarnos en el lobby, en los pasillos o en los vuelos; siempre las mismas caras y la misma rutina.
Con el gerente del hotel, un tipo sumamente simpático, extremadanamente alto y delgado, nos caímos en gracia desde un primer momento. Le había solicitado al personal de recepción que me reservasen siempre el mismo cuarto, porque no quería llegar cada lunes y estar recorriendo el hotel entero, durmiendo cada semana en un cuarto diferente, como venía sucediendo durante las primeras semanas.
Un miércoles, estando en el lobby con Diego, me levanté para ir al toilette; estaba orinando y vi que entraba el gerente que, apoyándose en la mesada del lavabo, dijo:
–Medio raro perseguirte hasta acá, pero ¿seguro que te vas a alojar todas las semanas hasta fin de año? porque, si me lo aseguras, asigno un cuarto fijo para vos.
–Sí, te lo aseguro;