Hastío De Sangre. Amy Blankenship. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Amy Blankenship
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Серия:
Жанр произведения: Ужасы и Мистика
Год издания: 0
isbn: 9788835408673
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avanzaba por las calles, Michael empezó a detectar cada vez más demonios... los que salían al terminar el día y cazaban a las pobres almas que se aventuraban en la oscuridad. El impulso de pelear se apoderó de él; sonrió porque sabía que podía contribuir a que el mundo se librara de algunos demonios y tal vez eliminar un poco de esa agitación que sentía. Había encontrado su distracción.

      Su orientación lo llevó a los barrios bajos y su aguda visión saltó de persona a persona, buscando la víctima perfecta, de modo muy similar a como los desalmados vampiros cazaban sus humanos de preferencia... Su blanco vivía más en el lado oscuro. En una esquina, encontró a un grupo de demonios de bajo nivel. En apariencia, lucían como una pandilla normal, y Michael no les perdió de vista mientras pasaba.

      Antes de que se acercara, hacían ruido y se mostraban agitados, pero cuando acortó la distancia hicieron silencio. La comisura de sus labios se estiró en una mueca, como si les estuviera diciendo que sabía exactamente qué eran. Ni siquiera se molestó en voltearse cuando, a sus espaldas, oyó el sonido de pasos que se alejaban rápidamente. Quizás los demonios de bajo nivel eran más inteligentes de lo que él creía.

      Al llegar a la siguiente intersección, Michael miró los edificios y las calles sucias, aún en la búsqueda. Estaba a punto de seguir camino, cuando sintió un pico de poder... un poder puro, dulce y peligroso. Sus ojos se entrecerraron cuando su olor atravesó sus sentidos y una sensación de vértigo nubló su cabeza. No era un gran poder, pero era lo suficientemente fuerte para despertar su deseo de aplastarlo.

      El sonido de una campanilla hizo que se volteara, y sus ojos de amatista se detuvieron sobre la mujer que salía de la decadente licorería en la acera de enfrente. Tenía una camiseta sin mangas de cuero, una minifalda de encaje con transparencias, medias negras y unos tacones de aguja negros. Su cabello lucía una multitud de colores: verde neón, rosa, púrpura, negro y rubia.

      Tomó una botella de la bolsa que llevaba y desenroscó la tapa. Inclinando la botella, tomó casi la mitad de su contenido de una sola vez y luego se limpió la boca con el dorso de la mano. Si bien parecía completamente humana, él podía ver la verdadera cara del demonio debajo de esa apariencia.

      Michael relajó cuerpo y mente. La mayoría de los demonios que había encontrado en el pasado no tenían ni idea de lo que él era realmente... Lo más cercano a lo que llegaron fue a creer erróneamente que era un vampiro. Sintiendo que la falsa calma lo cubría, bajó a la calle.

      La demonio giró la cabeza hacia él y sonrió usando la carne que había robado para tentar a su víctima. Michael sabía que había casos de demonios que se alimentaban de vampiros... Hasta Misery los había usado de ese modo.

      —Buenas noches, hermoso —ronroneó la demonio batiendo sus largas pestañas.

      Michael se acercó a ella y rozó su hombro izquierdo con el de él, caminando alrededor de ella mientras mantenía el contacto con su cuerpo.

      —Vaya que son buenas —susurró Michael siguiendo el juego—. ¿Y tú quién eres?

      —Quien tú quieras —respondió susurrando también.

      —Quiero que seas tú —le dijo al oído mientras se acomodaba frente a ella. Dejó que una sonrisa mostrara sus colmillos, que lograban que él y sus hermanos fueran tomados por vampiros.

      La demonio inclinó su cabeza y sonrió.

      —Ya veo.

      Michael asintió mientras relajaba su sonrisa.

      —Claro que ves.

      —Puedes llamarme Morgana. —Lo tomó del brazo con ambas manos, y empezaron a caminar hacia un viejo edificio de un piso al final de la calle.

      Entraron, y Morgana cerró la puerta. Michael dio una mirada al espacio abierto y tomó nota mental de la cantidad de cuerpos que había. El lugar apestaba de sangre vieja y putrefacción... Adecuado para la demonio comedora de carne que se aferraba a su antebrazo.

      —¿Te gusta mi casa? —susurró Morgana y lanzó una risita mientras se giraba para apreciar su obra.

      Michael se encogió de hombros.

      —Se verá mejor cuando tu cadáver esté junto a los otros.

      Se agachó justo a tiempo para evitar las repentinas y largas garras de Morgana que trataban de separarle la cabeza del resto del cuerpo. Girando su torso, Michael arremetió con el codo contra su abdomen, lo que hizo que ella se doblara. Su puño se elevó y le pegó a Morgana en la nariz tan fuerte como para arrojarla hacia atrás.

      Morgana aterrizó con estrépito contra el suelo y lanzó una furiosa mirada al vampiro; con una mueca, su rostro se retorció que develó su verdadera esencia. Sus ojos color avellana se alargaron y se tornaron rojos, sus cejas se afilaron y su otrora hermosa boca se estiró en una horrible sonrisa llena de dientes desparejos y puntiagudos. Su larga lengua serpenteó hacia afuera y lamió la sangre que había caído de su chata nariz a sus labios.

      Michael hizo un gesto... daba asco. Definitivamente, le hacía un favor a la ciudad eliminándola. Semejante fealdad estropeaba completamente el paisaje.

      Trepando la pared hacia atrás, la usó como un trampolín para arremeter contra él de nuevo, sacudiendo sus alargadas garras en frente de ella. Esta vez las garras atraparon el frente de su camisa y le dejaron algunos rasguños... No eran peligrosos, pero fueron suficientes como para hacerlo sangrar. Él cerró su puño derecho y le dio un revés en la cara a la demonio, cuya cabeza giró en un ángulo antinatural. Con una veloz patada al costado de la rodilla, se oyeron cómo sus huesos se rompían. No sintió remordimientos, ya que la demonio estaba usando lo que ya era un cadáver.

      Cuando Morgana se dobló por segunda vez, Michael lentamente se acercó y la tomó del cabello. Levantándola del suelo, se detuvo medio segundo y cerró sus ojos cuando finalmente le llegó el aroma de la sangre de la demonio.

      —Los demonios no son más que híbridos monstruosos desterrados por los caídos que los engendraron —siseó Michael, de repente comprendiendo mejor qué era un demonio. Nunca antes había notado los débiles rastros de sangre caída dentro de los demonios, pero ahora sabía qué sabor tenían.

      Los caídos y los Dioses del Sol eran similares en eso: creaban monstruos de su propia elección. La única diferencia era cómo los engendraban.

      Morgana alcanzó el brazo que la sujetaba por el cabello y hundió sus garras derechas en la carne que logró encontrar. Se quedó sin aliento cuando de repente se halló flotando sobre el suelo y mirando hacia unos furiosos ojos color amatista. Los zapatos baratos cayeron al piso, y con la otra mano tomó a Michael de la nuca, con la esperanza de seccionarle la espina y liberarse.

      Sintiendo que esa mirada de amatista la penetraba, no pudo evitar abandonarse... Ahora colgaba solo del cabello.

      —Suéltame —murmuró Morgana repentinamente asustada. Ella era fuerte, de los demonios más fuertes en esta parte de los barrios bajos, pero este vampiro, que había creído una presa fácil, era muchísimo más fuerte que cualquier cosa con la que se hubiera encontrado antes.

      —¿Soltarte? —preguntó Michael, como si fuese un concepto extraño—. ¿Tú mataste a todos esos humanos y demonios para comerlos solo basándote en la apariencia y quieres que te deje ir?

      —Te daré toda la sangre humana que quieras —dijo Morgana, mitad lloriqueando, mitad siseando—. Seré tu sirviente... Los atraeré y te los entregaré.

      —No necesito ayuda para atrapar mi próxima comida —dijo Michael con sarcasmo. Su voz se suavizó abruptamente—: Pero, querida, estoy dispuesto a apostar que los demonios saben mejor que los humanos.

      Morgana respiró con dificultad cuando un dolor repentino y atroz estalló en su hombro y, al sentir que el vampiro le estaba extrayendo la vida, emitió un alarido inhumano. Renovó sus esfuerzos por liberarse y le clavó sus garras con fuerza, pero la verdadera oscuridad ya empezaba a nublar los bordes de su visión.