Iya detuvo a la enfermera y se volteó al doctor.
̶ Doctor, ¿qué está haciendo?
̶ Lo lamento señora, lo perdimos – dijo el doctor.
Iya gritó y golpeó su cuerpo contra el suelo. Agarró la bata del doctor.
̶ No se lleve a mi hijo. Mire, tengo dinero – arrojó el dinero de las ventas al doctor –. Tome todo el dinero y trate a mi hijo. Doctor, por favor, reviva a mi hijo – se volvió a la enfermera –. Estoy segura de que eres una madre, sabes que no voy a poder vivir sin mi niño. No puedo vivir este dolor.
Kenny la arrastró al pasillo. Estaba pateando y gritando.
̶ ¡Alguien debería devolverme a mi hijo!
Kenny la sacudió con fuerza.
̶ Basta, Iya. Nuestro precioso hijo ya no está. Está muerto – Iya se quedó en silencio. Kenny se rio como un loco. Cayó al suelo y lloró.
Cinco
Mi hermano y yo nos sentamos frente a una farmacia local. Mis pies duelen de tanto caminar. Mi madre salió de la droguería.
̶ Mamá, estoy cansado, me siento débil. ¿Podemos no quedarnos en casa esta noche? – le pregunté a mi madre.
Mamá tragó unas pastillas y tomó agua. Se sentó en una caja y masajeó sus manos y piernas.
̶ Debemos trabajar duro o no habrá comida que podamos comer. Vamos, debemos apurarnos para hacer dinero. El dolor desaparecerá una vez que comiences a caminar – dijo mamá mientras se unía a nosotros en el gran mercado.
Todo lo que puedo recordar; siempre ha sido trabajar duro de día si queremos sobrevivir. Las cosas se pusieron peor una vez que nos desalojaron de Ileoda. El mar turbulento había amenazado con sumergir a nuestra comunidad. El gobierno marcó el muelle y emitió una orden de desalojo para los residentes de Ileoda.
El Ministerio de Hogar y Ambiente había dicho que era por el bien de sus habitantes. El gobierno dijo que la razón era para construir mejores casas para nosotros. Tratamos de luchar en contra porque esas estructuras decentes no tendrían espacio para lowlives5 como nosotros. La hoja de ruta reestructurada de Ileoda no incluía avenidas para los pobres. El gobierno solo quería sacarnos del muelle sin planes de restablecimiento cuando lo lograran.
Éramos miserables y no teníamos poder para luchar contra el gobierno. Más tarde, estuvimos felices cuando obtuvimos un mandamiento judicial, pero la batalla ganada duró poco. Los demoledores ignoraron el mandamiento judicial. Trajeron excavadoras a nuestros hogares y destruyeron todo.
La demolición de casas y propiedades causó el desplazamiento de más de cincuenta mil residentes de Ileoda. Muchos no tenían a dónde ir. Algunos expresaban su descontento suicidándose. Mi familia y yo dormimos bajo diferentes puentes por semanas hasta que pudimos rentar una habitación.
Alcanzamos el gran mercado. Mi hermano y yo cargamos nuestros productos en nuestras cabezas mientras mamá apilaba ítems para los clientes en una bandeja que descansaba sobre su cabeza y caminó hacia el parque automotor. Mientras mamá caminaba hacia la calle, una ambulancia apurada la atropelló. Murió al instante. Nos volvimos huérfanos.
El cuidador lanzó fuera nuestras pertenencias unidas del apartamento de una habitación que habíamos rentado.
̶ Vayan a vivir al barrio bajo. Ahí es donde pertenecen. Salgan de aquí escorias de la tierra.
El apartamento estaba en las entrañas del barrio bajo. Me preguntaba a que otro barrio se refería el cuidador. Mi hermano y yo quedamos sin hogar. Nos mudamos a la barriada donde vivían otros niños como nosotros.
Algunos habían huido de casa. Otros se habían alejado del último lugar donde sus padres les pidieron que los esperaran y no podían rehacer sus pasos.
Dormimos cerca de la alcantarilla, en cartones y sacos. En noches frías, ambos dormíamos en un tambor oxidado. Nuestra comida venía de basureros y limosna. Mi hermano murió de cólera. Algunos chicos y yo lo envolvimos en un saco y lo lanzamos al mar. Me habían dicho que lo enterrara en el suelo pero no quería eso. No necesitaba un recordatorio cercano de la muerte de mi hermano.
Para deshacerme del dolor probé la marihuana por primera vez. Me volví adicto. A la edad de quince, la marihuana era mi medicina. Rodeaba mis ojos inyectados de sangre. Cada envoltorio que fumaba ahogaba mi pena. Me hacía feliz poder olvidar esos momentos de dolor. Nos aventuramos en los atracos de pandillas callejeras.
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