1. Citado en Philip Foner, The Industrial Workers of the World, 1905-1917 (Nueva York: International Publishers, 1965), p. 191.
2. Ibíd., p. 186.
3. McWilliams, p. 157.
4. El mejor recuento sobre las batallas por la libre expresión en San Diego está en Jim Miller, “Just Another Day in Paradise?” en Mike Davis, Kelly Mayhew, y Jim Miller, Under the Perfect Sun: The San Diego Tourists Never See (Nueva York: New Press, 2003).
5. Philip Foner, ed., Fellow Workers and Friends: IWW Free-Speech Fights as Told by Participants (Westport, Conn: Greenwood Press, 1981), pp. 140-41.
6. Kevin Starr, Endangered Dreams: The Great Depression in Califomia (Nueva York: Oxford University Press, 1996), p. 38. A pesar de ser criticado, constituye un magnífico ejemplar de las guerras agrícolas y portuarias en California, escrito desde una perspectiva pro-obrera que puede sorprender a algunos lectores de sus primeras series “Americans and the California Dream”.
7. Foner, The Industrial Workers of the World, p. 198.
8. Starr, Endangered Dreams.
9. John Townsend, Running the Gauntlet: Cultural Sources of Violence against the IWW (Nueva York: Garland, 1986), pp. 50-51.
10. Foner, The Industrial Workers of the World, p. 202.
11. Ibíd., p. 211; y Foner, ed., Fellow Workers, p. 141.
12. Melvyn Dubofsky, We Shall Be All: A History of the IWW (Chicago: Quadrangle Books, 1969), p. 439.
13. Ver la discusión sobre el origen de ley en Hyman Weintraub, “The IWW in California: 1905-1931” (master’s thesis, UCLA, 1947), pp. 162-64.
14. Ibíd., p. 168.
15. Philip Foner, The T.U.E.L. to the End of the Gompers Era (Nueva York, International Publishing, 1991), p. 32.
16. Goldstein, Political Repression, p. 156.
17. Weintraub, “The IWW in California”, p. 228.
18. Foner, The T.U.E.L. to the End of the Gompers Era, p. 38.
19. Ibíd., pp. 39-50.
20. Ibíd., p. 236.
21. Louis Perry y Richard Perry, A History of the Los Angeles Labor Movement, 1911-1941 (Berkeley, California: University of California Press, 1963), pp. 190-91.
22. Ibíd.
“Tú, rojo, hijo de puta”, gritó Livingston, “quieres ley constitucional. ¡Pues te daremos a probar nuestra ley constitucional!”
Vigilante en El Centro (1934)1
En la víspera de la Gran Depresión, California era el “paraíso para vivir o para mirar” de la clase media, como apunta Woody Guthrie, pero para aquellos sin el “do re mi” –campesinos y especialmente trabajadores radicales– era una sociedad semifascista, cerrada, donde la clase empleadora, especialmente en Central Valley y al sur de California, estaba acostumbrada a la violencia vigilante como una forma normal de establecer las relaciones de trabajo industriales. La cruzada contra IWW reforzó la ya generalizada creencia de que los subversivos no tenían libertades civiles y que la burguesía estaba perfectamente facultada para blandir las escopetas, desfilar en capuchas y despedazar los centros de reunión de los sindicatos.
Por otra parte, las grandes batallas de la década de 1930 dejarían un ambiguo legado: el movimiento obrero urbano, guiado por los nuevos sindicatos de CIO, como ILWU y UAW, derrocarían el open shop y pondrían el rótulo sindicalista en la producción masiva de tiempo de guerra; sin embargo, en los valles, la militarizada organización Campesinos Asociados, junto a Sunkist (los citrícolas), golpearían todo intento de establecer sindicatos agrícolas duraderos. En la defensa del sistema californiano de agricultura corporativa y los grandes latifundios familiares, el vigilantismo se remontaría a niveles nunca vistos desde la sangrienta década de 1850.
Después de la derrota final de los locales de IWW en Central Valley en 1917-19, los agricultores empezaron a reemplazar los “vagabundos de las cosechas” (en la forma de decir del IWW) por familias obreras mexicanas. Como los grupos étnicos chinos y japoneses que habían ocupado previamente el nicho de los esclavos agrícolas, los mexicanos fueron primeramente ensalzados como modelos de docilidad y amor al trabajo rudo y luego desechados como gentuza y amenaza racial cuando comenzaron a organizarse y a luchar. A pesar de los esfuerzos de cónsules locales mexicanos para promover sindicatos étnicos exclusivos (que frecuentemente, enfatiza Gilbert González, eran poco más que sindicatos de compañías), los campesinos se unieron a otros grupos, incluyendo blancos, afroamericanos y especialmente militantes filipinos, para llevar a cabo alrededor de cuarenta y nueve huelgas entre 1933 y 1934, que involucraron a casi 70.000 trabajadores del campo y de las fábricas de conserva2.
La más importante de esas batallas –incluyendo la huelga épica de 1933 en el algodón y las luchas entre 1933 y 1934 en Imperial Valley– fue llevada a cabo bajo el estandarte del Sindicato Industrial de Trabajadores Agrícolas y Conserveros (CAWIU), uno de los sindicatos comunistas del “Tercer Período” establecido después de 1928. Para los agricultores, el CAWIU era un tentáculo de una vasta conspiración “roja”: una amenaza que debía ser borrada a cualquier precio. Ciertamente, el sindicato era una larga operación, financiada no por el dinero de Moscú sino por cuotas de cincuenta centavos que depositaban sus miembros y la extraordinaria dedicación de un puñado de organizadores. En contraposición al mito de la derecha de un plan de subversión cuidadosamente preparado, remachado por William Z. Foster y sus subordinados en las oficinas del Union Square en New York, el CAWIU fue una pequeña brigada que respondía a las rebeliones espontáneas en los campos, ayudando a darles forma y transformarlas en campañas continuas y huelgas organizadas. Poseía pocos recursos –unos pocos automóviles, máquinas duplicadoras y abogados izquierdistas pro bono– pero se las agenció para galvanizar la lucha de los trabajadores del campo que no poseían prácticamente nada excepto sus andrajosas ropas y el hambre de sus hijos.
La amenaza real de CAWIU, como sabían algunos agricultores, era que representaba una versión aumentada de IWW, con una base de apoyo urbano de la que carecían los wobblies. De hecho, el organizador principal, Pat Chambers, fue un duro ex wobbly, y el CAWIU mantuvo el modelo de organización participativa de IWW: “cada miembro al unirse se convierte en un organizador… con líderes huelguistas y presidentes de comité electos por los trabajadores y sometiendo a votación las principales decisiones. El sindicato limitó cuidadosamente las demandas huelguistas a aquellas que deseaban sólo los trabajadores”. Por otro lado, el CAWIU, a diferencia de los sindicatos blancos de AFL, predicaba un evangelio de solidaridad interétnica y de rechazo a la discriminación, que respaldaba con el consistente coraje y sacrificio de sus organizadores3. (“Sólo un fanático”, observaba cínicamente un líder de AFL, “desearía vivir en tugurios o carpas y dejar que le rompan la cabeza para defender los intereses de trabajadores inmigrantes”4).
Denominada originalmente Liga Industrial de Trabajadores Agrícolas (AFIL), el bautismo de fuego del CAWIU fue la huelga en los campos de lechuga de Imperial Valley en 1930. La Liga del Sindicato del Comercio, progenitora de AFIL/CAWIU, envió algunos de sus más experimentados organizadores para ayudar a esta huelga de jornaleros mexicanos y filipinos, pero los comunistas se convirtieron en blanco de las persecuciones