Toda una labor artística combinada con mucho de conjeturas e intuición, pues de numerosas piezas, a pesar de conocerse que eran de ese pueblo por la zona geográfica donde fueron halladas, era difícil determinar a qué momento histórico pertenecían.
Y luego, lo que esperaba llamase más la atención al visitante, la parte de los descubridores, como yo lo llamaba, en donde, con el precedente y la información previa, debían de intentar adivinar a qué se correspondía cada pieza.
Uno de mis colaboradores me había propuesto que para dinamizar esta sección crease una especie de concurso creativo, en que cada visitante escribiese en media hoja de papel lo que creía que era, al menos de una de las obras de esta sección.
Igualmente sugirió que de entre todas las presentadas al final de cada día se escogiese la que era más curiosa o acertada, pero claro, para concederle algún tipo de premio, deberíamos de tener nosotros la solución de cada una de las piezas, aspecto que desconocíamos por completo.
Tras numerosas horas de estudio logramos identificar la mayoría correctamente, a pesar de lo cual en contados casos únicamente pudimos determinar que pertenecían a la cultura sumeria por tener símbolos y signos comunes a otras piezas bien datadas, pero poco más.
El resto pertenecían a la más absoluta interpretación de cada cual, por lo que el relato de los participantes no se valoraría en función de ningún criterio objetivo sino en el agrado que le provocase al evaluador en cada momento, por lo que deseché la idea.
Otro de mis colaboradores me había sugerido realizar una especie de encuesta de calidad, para que el público tuviese la posibilidad de opinar sobre lo que más le había gustado de cada obra, o de la exposición en general, indicando las sugerencias o recomendaciones que estimasen oportuna.
Aquello si me había parecido una buena idea, así en la entrada se le daba la oportunidad de recoger una hoja de respuesta junto con un lápiz pequeño para rellenarlo y a la salida existía una gran urna de plástico redonda donde depositarlo.
En este caso no había ningún tipo de premio, ni diario, ni final de la exposición. A decir verdad, no estaba muy seguro de que fuese a designar a nadie a la labor de leer cada visitante de esas notas, primero porque la letra de cada visitante haría muy difícil estar seguro de lo que ponía y segundo porque una vez terminada la exposición ¿De qué me iba a servir lo que anotasen?
De momento iba a mantener la apariencia de estar interesado en la opinión del gran público sobre aquello, aunque no tengo la intención de perder mi tiempo en saber lo que un crío de cuatro años opina sobre mi obra.
Tenía que dejarlo todo bien preparado, pues cuando comenzase la exposición tendría poco tiempo para atenderla, ya que tendría que atender otras labores más de tipo social.
Como sabía que les había sucedido a otros compañeros y así me lo había recordado mi director, en cuanto empezase iba a estar muy ocupado recibiendo y atendiendo directamente a las personalidades.
Estas poco a poco se van a ir acercando tras la inauguración, esta vez más por una cuestión de presencia que por un verdadero interés en la historia antigua, buscando que se sepa que han asistido a un acto cultural, como forma de reforzar su imagen de filántropo o defensor del arte y las ciencias.
A mí esa parafernalia me seguía pareciendo banal e innecesaria, pero en la ciudad del neón, esa que nunca duerme, todo debía de ser un espectáculo que deleitase hasta al público más exigente.
Para ello era imprescindible la presencia de juegos pirotécnicos, brillantes luces destellantes y llamativos coloridos, todo un requisito a cumplir si quería triunfar con esta presentación.
Era tanto lo que había invertido y no me refiero sólo a este último año de trabajo empleado para dejarlo todo preparado, ahora estoy pensando en los años de estudio, la cantidad de museos visitados por el mundo, para ir aprendiendo a cómo lo hacían los demás, tanto en las exposiciones itinerantes como permanentes y todo para este momento.
Tenía pensado unas buenas vacaciones para cuando acabase la exposición, todavía no me había decidido a donde, si a una gran urbe con abundantes actividades culturales para poder escoger entre el cine, teatro y ópera, o algo más tranquilo alejado de la ciudad, quizás un lugar con sol y mar para descansar.
Esa idea a pesar de ser muy agradable, me recordaba mi experiencia en Egipto. Un recuerdo agridulce, con momentos buenos y otros que no lo fueron tanto.
Fue hace ya tiempo, en que iba como turista, hasta llegar allí todo muy bien, iba en una excursión organizada, con lo que me movía con el autobús de la compañía, llegamos al Cairo y allí estuvimos por espacio de tres días, tiempo suficiente para poder visitar el museo, las pirámides e incluso la Esfinge.
Todo idílico, aunque, a decir verdad, para mí me supo a poco, pues apenas tuvimos tiempo de ver el museo, a pesar de casi las tres horas que estuvimos allí, pero había tanto que ver…
Desde las pirámides nos dirigimos a una loma alejada desde donde se podía divisar el conjunto allí para mi desgracia conocí a una persona muy simpática que se acercó y me ofreció dar una vuelta en camello.
Un emocionante viaje que emularía el realizado por los grandes hombres de la historia como Napoleón o Lawrence de Arabia, en el que experimentar la intensidad de acercarse lentamente a las pirámides al paso del animal.
Aquello al principio no me interesaba demasiado, pero como era muy insistente acabé cediendo, más porque se callease que por estar verdaderamente interesado.
Subí con dificultades sobre un camello y todo iba bien, bajé muy despacio desde la explanada en donde nos encontrábamos hacia una la larga llanura de arena que se extendía enfrente.
El vaivén de aquel animal era lo único que me sacaba de aquella sobrecogedora experiencia de irme acercando poco a poco a aquellos colosales monumentos muestra del dominio de las matemáticas unido con un profundo conocimiento astrológico y todo ello subyugado al poder político que obedecía cual fiel cordero al religioso del momento.
Seguía deleitándome con las imponentes pirámides, que a medida que me iba acercando se iban a haciendo más y más grandes algo extrañado que durante el paseo el camellero no me había dirigido la palabra a pesar de su insistencia inicial.
Creo que habríamos llegado como a la mitad del camino cuando detuvo al camello y le hizo sentarse. Aquello no lo entendía y le comuniqué, el hombre de mal humor me concretó que era todo lo que le había pagado y que se volvía a su sitio.
Me asombró y me indignó, le había pagado lo que había sido acordado al salir, que incluía llegar hasta las pirámides y volver a la explanada en lo alto, desde donde habíamos salido, y en cambio no habíamos ni realizado un cuarto del trayecto y ya se quería ir.
Como pude intenté hacerle entrar en razón, pero parecía que no cedía, hasta que en un momento me reveló que quería más dinero; aquello era el colmo, cómo más dinero, si le había dado lo que pidió, sin siquiera regatear y eso que conocía que en aquellas tierras se tenía esa costumbre.
Me negué y me bajé del animal, y él hizo por irse y dejarme allí en medio de las arenas; veía al animal alejarse y el sol que estaba en su cenit me recordaba que era una mala idea, cuando grité a aquel hombre aceptando su abuso; le pagué el resto y me devolvió a la explanada del comienzo.
Por supuesto el viaje de vuelta no fue en absoluto placentero, aquel vaivén que momentos antes, me había parecía casi hipnótico acompañando a la suave brisa que mecían las nubes, me molestaba ahora bastante, mientras que el camellero iba igual de callado que en la ida y yo tenía un mal cuerpo, sintiéndome engañado y estafado.
Cuando llegué a la explanada desde donde salimos me acerqué al guía que dirigía nuestro grupo y le reclamé para que hablase con la policía para que detuviese a aquel hombre por estafa.
Este me informó de que si al final habíamos llegado a un acuerdo