Todavía no tenía decidido qué hacer con aquel excedente que tan generosamente habíamos recibido. Tenía varias posibilidades, devolverlas adjuntando carta de agradecimiento o esperar a ver cómo funcionaba la muestra y si era de interés, realizarlas en otras ciudades e incluso en otros países.
Lo había visto hacer a otros colegas, en vez de hacer ostentación de todo el repertorio de piezas que conformaban las colecciones del museo en el que trabajaban, realizaban exposiciones temáticas y parciales para mostrar los restos más significativos.
Podía siguiendo su ejemplo, crear una exposición itinerante en que la que fuese variando la temática, dando de este modo salida a todos aquellos baúles que como los antiguos cofres de los corsarios conservaban en su interior de reliquias y joyas de la historia de incalculable valor.
Sea como fuera, la seguridad de aquellas cajas de madera era máxima, estando prohibido a nadie acercarse a ellas salvo que yo estuviese presente.
De momento no me había descartado por ninguna de las dos opciones, aunque la segunda era la que más me agradaba, pues así daba la oportunidad a conocer distintos matices de aquella civilización tan amplia, y que nos había dejado un legado tan amplio difícil de conocer en una sola visita.
Mientras llegaba el momento de adoptar la decisión oportuna, quise que aquellas piezas no expuestas permaneciesen en la biblioteca. Para mí aquel era el lugar más seguro de toda la ciudad, además teniéndolas cerca me sentía más tranquilo, pues si por algún motivo tuviese que sufragar de mi bolsillo el coste originado por el desperfecto o extravío de tal solo una de las miles de piezas, no tendría suficientes años de mi vida para pagarlo.
Lo más difícil de aquella colosal gestión fue el conseguir a una compañía aseguradora que respaldase aquella exposición, requisito impuesto por la dirección de la biblioteca, aunque particularmente creía que era una pérdida de tiempo y sobre todo de dinero, ¿Quién iba a querer una pieza así?
Además, con el catálogo que habíamos realizado, ahora digitalizado, cualquier policía del mundo podría en segundos identificar la procedencia legal de las obras y evitando con ello su compraventa.
A pesar de lo cual, y para evitar males mayores había tenido que contratar un seguro multimillonario de acuerdo con el valor de las piezas, que gentilmente me pagó la alcaldía de la ciudad, con la condición de que a su inauguración asistiese el alcalde para decir unas breves palabras y sobre todo para salir en las fotos.
“Un gran acontecimiento, requiere una gran ceremonia de apertura y ésta por supuesto, precisa de un gran anfitrión” me comentaba el asistente personal del alcalde cuando supervisaba los preparativos de la ceremonia.
No sabía si el público, iba a querer acercase allí para admirar las piezas, pero para la noche de la inauguración ya tenía confirmada más de cien personas, entre celebridades, cantantes y otros artistas de la ciudad.
Todo para poder realizar ese pequeño paseo casi de pasarela para que los cientos de periodistas acreditados desplieguen sus flashes en busca de la foto de portada de las revistas del corazón. Pocos eran los medios que habían solicitado su presencian en la inauguración que perteneciese a alguna cadena medio seria, que estuviese realmente interesada en propagar la cultura y el conocimiento.
A mí eso, a pesar de saber que era un mal necesario de aquella ciudad, el lidiar con ricos y famosos para que tu sitio sea conocido, no me dejaba de parecer banal y superficial, propio de galas benéficas, de presentaciones de nuevas funciones de teatro o del estreno de películas, pero no tanto de una muestra.
Mi director me había tenido que consolar viéndome en algunos momentos desesperado por organizar algo memorable, que fuese tan sublime que se quedase en la retina de los presentes, más allá de averiguar si el último famoso de moda se había separado o no de su mujer.
“No compitas con la prensa, ella es tu aliada, deja que haga su trabajo. Cada foto que aparezca en la revista será una publicidad para ti, pues el marco en donde se produce, este evento, es lo que contarán a todos y más de uno vendrá simplemente para ver el lugar por donde acaba de pasar su ídolo” me aconsejaba con paciencia mi director.
A mí aquella parafernalia me parecía innecesaria e impropia de un lugar como aquel; seguro que ninguno de los asistentes de la inauguración terminaría el día sin recordar el nombre o, la época o algún otro dato relevante de la exposición.
Además, y para colmo, me asignaron una asesora de imagen para que yo mismo fuese quien guiase a las personalidades del mundo de la política y de los deportes por las piezas más importantes.
Aun cuando había estado preparando a un equipo de personas que sería las encargadas de guiar a los turistas en grupos de diez entre las distintas colecciones, me tenía que presentar para un puesto algo tedioso para mi gusto, más propio de un estudiante de tercero de facultad que de un profesional de carrera.
Había tenido que escoger, para esta breve pero mediática visita, las obras más relevantes que les iba a mostrar y explicar, dejándoles el resto del tiempo para que admirasen por sí mismos las restantes obras.
Tres eran las de mayor importancia para mí, por su claridad en la explicación y por ser muestra del espíritu que impregnaba toda la exposición.
Las dos primeras eran las exhibidas en los pendones colgantes de la portada y que inundaban la ciudad en periódicos y pastines repartidos a lo largo de la ciudad.
La tercera era de esa parte inesperada y enigmática en la que quería que el espectador se recrease intentando adivinar cuál era el significado y sentido de las piezas más llamativas e inexplicables de la cultura sumeria.
Era una pequeña sección donde se exhibían figuras representando de humanos, animales y dioses, ornamentación con decoración caprichosa y tablillas con inscripciones que no habíamos conseguido descifrar, pero que como tenía una simbología agradable a la vista lo que convertía en una pieza ideal para que aquellos visitantes especulasen e intentasen dar alguna teoría que seguro dejarían boquiabiertos a todos.
Hacía días que no conseguía dormir plácidamente debido a la presión de pensar que podría faltar algo en la muestra por muy insignificante que fuese, aunque había repasado una y otra vez toda la organización tanto de las piezas como del personal que debía de conducir a los grupos y no me había dejado ni un solo detalle al azar.
Tenía a mi disposición, aparte del cuerpo de seguridad de la biblioteca y el especial que me había designado el ayuntamiento, dos patrullas que vigilarían desde el exterior durante todo el día para controlar la afluencia de espectadores si ésta se producía. Igualmente estaban alertados los cuerpos de bomberos y un helicóptero de rescate por si surgiese algún imprevisto desafortunado.
No sería la primera vez que en una muestra un visitante sufre un ataque cardiaco o que alguno por descuido deja una colilla mal apagada donde no debe; todas las medidas de seguridad serían pocas para evitar cualquier accidente, que por minúsculo que fuese podría provocar tanto daño en este patrimonio de incalculable e inestimable valor.
Todavía recuerdo los bochornosos resultados de algunos colegas que intentaron realizar una exposición por todo lo alto y que, por un problema por falta de cuidado en el traslado de alguna pieza, esta se cayó rompiéndose en miles de fragmentos, finiquitándose así su carrera pública tan rápido como lo que tardó en enterarse el dueño de la pieza.
Por algún desconocido y afortunado motivo no he tenido que lamentar ningún problema desde que empezaron a llegar las piezas; la seguridad y el cuidado a las piezas, ha sido máximo en todo momento, lo que me ha permitido trabajar con cierta holgura.
Mi equipo, ha aumentado de los dos becarios, asignados por el departamento para las tareas de datación de las piezas, a casi veinte personas de distintas partes del mundo que han participado en la clasificación de las piezas y la elaboración del catálogo.
Fruto de ese trabajo conjunto había resultado un producto del que estaba especialmente orgulloso, un tríptico de tamaño folio por el cual todos los que concurrieran a la muestra sin tener ningún conocimiento previo