El Velo
El Velo también era conocido como el Velo de la Separación, y era exquisitamente hermoso. Estaba tejido de azul, púrpura, carmesí y lino fino torcido, con querubines de obra primorosa (Éxodo 26:31-34).
El velo fue hecho para separar a Dios de la naturaleza pecaminosa del hombre. Los sacerdotes pasaban de hacer los sacrificios de sangre en el Altar de Bronce, lavaban sus manos y sus pies en la Fuente para santificación, luego mecían el incienso en el Lugar Santo para ofrecer un aroma dulce; sin embargo, la vieja naturaleza Adámica de la carne todavía seguía presente. Cada año los sacerdotes debían hacer las mismas prácticas rituales para expiar los pecados de la nación de Israel porque estaban muertos en sus delitos y pecados (Efesios 2:1).
El apóstol Pablo se refirió a las ofrendas de toros y machos cabríos y dijo que éstas nunca podrían quitar los pecados del hombre, sino que sólo los expiaban, lo cual básicamente significa enmendar una ofensa o error (Hebreos 10:4, 11). Lo que la ley no podía hacer, era remover los pecados de la naturaleza carnal; por consiguiente, seguía habiendo una separación con Dios, sin importar cuántos toros y machos cabríos fueran sacrificados. Pero Jesús vino a hacer la remisión de nuestros pecados y de nuestra naturaleza carnal, y ahora estamos liberados de la deuda y de la pena de esos pecados. Jesús dijo que ya no estamos obligados a servir al pecado porque Él nos ha concedido el perdón y nos ha librado de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2-4).
Por lo tanto, aunque este velo era hermoso, Dios aún estaba separado de su pueblo. Pero, ¡alabado sea Dios! Jesús vino a quitar ese velo de separación a través de Su sangre de una vez y para siempre (Efesios 2:12-19). Jesús se convirtió en nuestro sustituto para que nosotros podamos entrar libremente en el Lugar Santísimo aceptando Su perdón en el Altar de Bronce y lavando nuestros pecados de la inmundicia de la carne en la Fuente. Ahora podemos caminar hacia el Lugar Santo para tener comunión con el Pan de Vida y participar de la Palabra de Dios que es lámpara para nuestros pies, ofreciéndole el fruto de la alabanza de nuestros labios mientras entramos en el Lugar Santísimo. ¡Qué gran deleite es que ya no tengamos que estar fuera de la presencia de Dios, sino que podemos entrar en la siguiente dimensión y experimentar Su gloria manifestada!
El Lugar Santísimo
El Lugar Santísimo también era conocido como el Santo de los Santos. El único objeto que había aquí era el Arca de la Alianza.
El Arca de la Alianza era cuadrada y estaba hecha de madera de acacia y recubierta de oro. El Propiciatorio era de oro puro y era la tapa que la cubría. El Propiciatorio estaba diseñado con dos querubines que miraban uno frente al otro con sus alas extendidas. La gloria de Dios se manifestaba en medio de ellos (Éxodo 25:17-22; Levítico 16:2; Hebreos 9:5). A las únicas dos personas que se les permitió retirar la tapa del Propiciatorio fue Moisés y a Aarón, el sumo sacerdote, y solamente con el propósito de colocar tres artículos en su interior.
El primer objeto que Dios mandó a Moisés que colocara dentro del Arca fue el Testimonio, conocido comúnmente como los Diez Mandamientos (Éxodo 25:16; Deuteronomio 10:5); por ende también se la llama el Arca del Testimonio. Así, en primer lugar, el Arca contenía las santas leyes y principios de Dios, mostrando la soberanía de Dios para sujetar todas las cosas al evangelio de Su verdad.
El segundo elemento dentro del Arca era la Vasija de Maná (Éxodo 16:31-34), el pan sobrenatural con que Dios alimentó a los israelitas en el desierto. Esto era simbólico de que Jesús es nuestro pan santo espiritual (Juan 6:48-51).
El tercer elemento era la Vara de Aarón que floreció almendras después de ser sólo un palo muerto (números 17:1-10). ¿Puede vivir un palo muerto? Sólo si Dios lo dice. ¿Puede vivir un hombre que está muerto en delitos y pecados? Sí. Esto es simbólico del Espíritu Santo que viene a traer vida espiritual a nuestros cuerpos mortales para tener una vida resucitada en Cristo Jesús. Lo que una vez estuvo muerto puede revivir (Colosenses 2:13).
En el Día de la Expiación, el sumo sacerdote se consagraba a sí mismo, se ponía sus vestiduras sagradas y era perfumado con el aceite de la santa unción. Luego hacía un sacrificio expiatorio de buey por sí mismo y por los pecados de su propia casa. Después mecía el incienso fragante detrás del velo y entraba en el Lugar Santísimo para reunirse con Dios (Éxodo 30: 1, 6-10; Levítico 16). Después de rociar la sangre sobre el propiciatorio siete veces, pronunciaba los pecados de la nación sobre el chivo expiatorio y lo soltaba al desierto. Entonces, el fuego de Dios descendía y consumía la ofrenda, y la gloria de Dios llenaba la casa hasta rebosar con Su presencia (Levítico 9:24).
Dos tabernáculos Davídicos
Durante el reinado de David, el Tabernáculo Mosaico seguía funcionando en el Monte Gabaón con todos sus elementos, sacerdotes y servicios, como Dios se lo había mandado a Moisés (1 Crónicas 16:39), con una excepción. En lugar de que el Arca del Pacto estuviera detrás del velo en el tabernáculo antiguo, ahora era un artículo exclusivo dentro de la tienda que David le había preparado en su fortaleza llamada Sión, también conocida como la Ciudad de David (1 Crónicas 16:1).
El patrón de adoración que Dios le había dado a Moisés todavía estaba vigente, pero David debió de haber sentido que Dios merecía más que una adoración por obediencia a la regla. Así que, una vez que la procesión terminó y que el arca fue colocada en la tienda, David organizó turnos para que los levitas adoraran gozosamente a Dios día y noche alrededor del Arca. El gozo de David por adorar a Dios hizo que trajera el Arca de la presencia de Dios al lado de su residencia en la Ciudad de David por el puro placer y deleite de estar con Él. En definitiva, David trajo la presencia de Dios a la vida cotidiana de cada sacerdote y no sólo del sumo sacerdote. Ahora, en lugar de un solo tabernáculo para adorar, había dos. Esto era simbólico de que no debemos adorar a Dios solamente en un edificio de iglesia, sino que debemos traer la adoración adonde vivimos, a nuestra vida cotidiana.
Los siguientes diagramas no son una réplica exacta, pero muestran el patrón de cada tabernáculo.
Las Puertas
Puesto que David disfrutaba del Señor, él no esperaba hasta pasar por Las Puertas para comenzar su adoración; ningún sacrificio merecía toda la gloria, ¡Dios sí! David declaró con su corazón que entraría “por sus puertas con acción de gracias...alabadle...” (Salmos 100:4) y esto se manifestaba en sus canciones. David también vio las puertas espirituales que daban la entrada al Rey de gloria, y así mandó, “Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria.
¿Quién es este Rey de gloria? Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla” (Salmos 24:7-8). David aprovechó cada oportunidad para suscitar a Dios en todo lo que hacía. Mientras que anteriormente las puertas habían sido sólo un objeto, ahora eran una oportunidad para adorar.
El Atrio Exterior
Anteriormente en el Atrio Exterior el arrepentimiento había sido algo solemne y ceremonial, pero esto iba a cambiar. David instruyó que todos entraran”…por sus atrios con alabanza...” (Salmos 100:4), expresando que debían arrepentirse con alegría. David vio el Altar de Bronce para el arrepentimiento de los pecados como algo que Dios amaba, y dijo en Salmos 86:5, “Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que te invocan.” Vio la Fuente para el lavamiento de los pecados como el camino para retornar a una vida gozosa y proclamó, “...lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido.” (Salmos 51:7-8). Por otra parte, él vio que el lavado de santidad era hermoso.