Tenemos que enfrentarnos únicamente con el desafío de aceptar la santidad como el único camino para lograr y cumplir la misión para la cual fuimos creados (1 Tes 4, 3).
Estamos aquí para iluminar a los peregrinos que mientras cruzan las turbias aguas del exilio, pueden perder el norte de Dios, ahogándose en las profundidades del utilitarismo, rompiendo así con su naturaleza espiritual y haciéndose solidarios con el mundo. Este es prácticamente el común denominador de la vida terrenal cuando nos desviamos de la fuente de la vida, que es Dios.
¡Qué gran responsabilidad ha sido puesta en nuestras manos!
¿Lo sabemos realmente?
Se nos ha dado el conocimiento necesario, las herramientas adecuadas y las armas para defender y para alimentar las necesidades particulares de las almas peregrinas.
Al formular este hecho, estoy asumiendo que somos conscientes de lo fuertes y valientes que debemos ser en la fe. Es vital para nuestros deberes cristianos entender los severos y exigentes niveles de disciplina para los que estamos llamados.
Ninguno de estos aspectos de la fe debería preocupar a un verdadero católico, no son más que las simples reglas del bautizado. Si somos leales al llamado estamos automáticamente sumergidos en el campo de la obediencia para la misión que nos espera.
La fe católica es un ejército espiritual que defiende las almas del poder de Satanás. Esta presentación de la fe católica que enfrenta una batalla espiritual contra las fuerzas del mal está lejos de ser una revelación reciente; de hecho, es parte fundamental de la Iglesia desde su comienzo y se sustenta en la Palabra de Dios en Ef 6, 12.
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