En los seminarios de la India, el clero católico ha sido educado en un ambiente que ha introducido la cultura y religión hindúes en el cristianismo, introduciendo en la liturgia elementos del Hinduismo como el Hatha Yoga (ejercicios yoga, como se le conoce en occidente), así como técnicas de meditación. De la misma manera, estamos siendo testigos que hasta en estos centros de formación y escuelas de teología más tradicionales, de una seria violación a las Tradiciones Sagradas y de graves abusos a la Divina Liturgia. Ocurre con frecuencia que muchos obispos están educando a sus seminaristas en universidades secularizadas donde no solamente son formados sin una vida comunitaria, sino rodeados de gente que no está con Dios y cuyas metas son meramente materialistas. Es obvio que un seminarista al ser formados bajo esas circunstancias, no va a ser un buen sacerdote católico, con seguridad serán un profesional más, con intereses muy terrenales y sin ninguna experiencia de Dios. De estos tenemos muchos hoy en nuestras parroquias.
Tal vez esta visión de los tiempos que vivimos y del estado de la Iglesia no será de interés para todos los que están sumergidos en las entrañas de estos errores, y sólo tendrá sentido para aquellos que están realmente observando con cuidado las consecuencias de los hechos mencionados y que se preocupan con sinceridad por la salud espiritual de la Iglesia.
La Iglesia actual ha sido bendecida por haber tenido un Papa como Benedicto XVI, quien le entregó a ésta su vida entera, una existencia que Dios colmó de una claridad extraordinaria, enriquecida por una teología sana y obediente a la Iglesia. Durante su papado de casi 8 años, nos habló con una pedagogía de Dios Padre, dándole a la Iglesia el curso que necesitaba urgentemente. Sin embargo, ha sido muy triste observar el nivel de rebeldía y de indiferencia por parte del clero y de las comunidades religiosas, a las direcciones y enseñanzas de este sabio y valiente pastor.
Este hecho por sí solo es una forma de bancarrota espiritual de gran parte de la Iglesia, es una muestra de nuestra cultura actual: el individualismo, la independencia, la realización personal. Una incapacidad total de obedecer, de aprender a ser oveja antes de ser pastor. Existe una serie de jerarcas y clero católico que se "liberó" y que no cree en seguir a nadie más que a sus ideologías humanas muy apartadas de la realidad evangélica de nuestro Señor Jesucristo, del sentido de un solo cuerpo compuesto por muchos miembros, el rechazo a la unidad, la protestantización del catolicismo, la pérdida total del conocimiento y aceptación de ser parte vital del Cuerpo Místico de Jesús. Este diagnóstico lo podríamos llamar: síndrome de secta.
El propósito de presentar este cuadro realista es poner de relieve las heridas infringidas por el ejército del maligno en el cuerpo de la Iglesia, de tal forma que percibamos claramente la magnitud de la batalla que estamos enfrentando. Porque el enemigo está también dentro de la misma Iglesia. Debemos estar alertas y despiertos, ser valientes y coherentes, con el fin de comenzar a desplazar el mal del corazón de la Iglesia y exorcizarlo mediante el poder de la oración y la armadura de la santidad, sin acusar o juzgar a ningún miembro de la Iglesia, sino esperando que aquellos que están desviados de la verdad y que están dentro de ella haciendo tanto daño a las almas y poniendo las suyas en grave peligro de condenación, se arrepientan y se conviertan.
Nuestra mayor arma es la Eucaristía, pero únicamente podemos recibir la plenitud de sus dones y todo su poder si nuestro ser se ha entregado a la Sangre del Cordero, deseando ser como Cristo y dejando de lado todas las relaciones con el territorio del mal. De esa manera, estaremos totalmente disponibles como verdaderos instrumentos de la Gracia de Dios, siempre listos para ser enviados al rescate de los cautivos, con el fin de liberarlos de las garras del maligno y traerlos de vuelta al terreno seguro, a la Iglesia del Señor; somos llamados a ser pescadores de hombres.
Estos deben ser momentos de gran vigilancia, no hay lugar para la curiosidad, no hay tiempo que perder en argumentos. No debemos prestar oídos a las fábulas o filosofías de realidades cósmicas, mágicas, esotéricas, orientales; no debemos prestar atención a las voces cristianas embebidas en discursos emocionales sin fundamentos sacramentales; no tenemos tiempo que perder coqueteándole a las religiones y cultos del vecino. Cristo ha dado a su Iglesia todos sus dones en la plenitud de su amor y compasión. Hemos heredado de Él la abundancia de la verdad.
Las tentaciones más comunes para el clero y el laicado racional y no espiritual de hoy son el extenso tendido de propuestas servidas en bandeja de plata en las redes sociales. Esto hace que sea tan fácil para ellos caer en un sincretismo de sutiles dimensiones que a primera vista parece ser inofensivo, pero que finalmente degrada y trae graves y dañinas consecuencias para la integridad de la fe. De ahí la popular proliferación de la Nueva Era en las parroquias, seminarios y comunidades religiosas.
Algunos predicadores actuales parecen estar en la búsqueda de "ideas modernas" que les permitan sintonizarse con el pulso de los tiempos, con tal de estar "en la onda". Esto los precipita a la zona más peligrosa que es el área de la curiosidad cuyo maestro es sólo la codicia, la sed por la fama y el poder humano.
Si nosotros, como imitadores de Cristo, no nos aferramos a la fe verdadera, a la real tradición, a la herencia de nuestros padres de la Iglesia, a la única disciplina de los apóstoles después de Pentecostés; seremos incapaces de sobrevivir o de servir a las órdenes de Dios, vamos a tener oídos sordos a sus instrucciones.
A un cristianismo de la magnitud requerida para la batalla espiritual de hoy en día, no le basta con ser simplemente bueno y fiel; tiene que ser valiente hasta el martirio si es necesario.
Hay muchas áreas que están mal y deben ser denunciadas para que puedan ser cambiadas. El llamado es a navegar con solidaridad en un solo espíritu, viviendo la misma verdad y portando exactamente las mismas armas. De otra forma, seremos incapaces de tener un real discernimiento para distinguir espíritus.
Esta es exactamente la forma en que se viene dando la batalla espiritual actualmente. El enemigo del alma ha minado nuestras líneas con ideologías y discusiones, donde nuestra fe y doctrina han sido desafiadas como algo abierto al debate; esto por sí solo es el error más grande. El día en que una virgen se siente a discutir su virginidad, podría ser el fin de su virginidad o el comienzo de su fin. El día en que discutamos nuestra honestidad podría ser el momento en que fácilmente nos volvamos deshonestos. La verdad no es objeto de discusión, sólo está para ser proclamada, anunciada, exaltada, honrada y ser predicada como un hecho real.
¿Cuál sería entonces el sentido de la Cruz?, ¿cuál sería entonces el espíritu de la crucifixión?.
Si uno es llamado a discutir la verdad y exponerla en un campo donde se está buscando probar que es falsa, el martirio sería entonces un acto obsoleto. Cristo habría muerto en vano, Él pudo haber discutido con Poncio Pilato y Herodes y haber llegado a un mutuo acuerdo o haber iniciado un diálogo con los judíos que no le creían, para demostrarles que era amigo de ellos. Al final del diálogo entre Jesús y Poncio Pilato, este último dice: ¿Y que es la verdad? (Jn 18, 38), el Señor no discutió , su silencio lo dijo todo.
El sentido del cristianismo es mucho más alto que eso. Es una verdad que nos invita a caminar estrictamente en una sola dirección, marchando directo hacia el Gólgota. No puede haber vacilación en el contexto de las verdades doctrinales, no se puede discutir un dogma, se debe creer incondicionalmente que es veraz. De esta manera es ordenado por nuestra Madre Iglesia.
Somos responsables de las consecuencias de nuestras acciones, en otras palabras, no podemos simplemente mantener amistades con personas que no están en obediencia a Dios, con excepción de los momentos en que se está evangelizando