Escribir sobre una línea imaginaria. Anne-Claudine Morel. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Anne-Claudine Morel
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789978774663
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Benjamín Carrión y José Vasconcelos eran de nuevo los “invitados de honor”, como si las letras ecuatorianas no consiguieran sobrepasar el viejo proyecto cultural dibujado por el intelectual ecuatoriano en los años cuarenta. Dicho proyecto, lo sabemos, se nutre de una utopía expuesta en la “teoría de la pequeña nación”22 elaborada por el intelectual ecuatoriano.

      Otro ejemplo de la renovada curiosidad –desde hace unos diez años– por la literatura ecuatoriana en Francia sería la actividad desarrollada por el Centro de Estudios Ecuatorianos, cuya sede se encuentra en la Universidad de París Ouest Nanterre La Défense. Creado en 1975 por decreto oficial, este centro tiene como objetivo declarado “facilitar y desarrollar los estudios sobre la República del Ecuador”. Su actividad se debilitó en los años noventa. Recién en 2009, la profesora Emmanuelle Sinardet volvió a encargarse del centro que propone importantes encuentros internacionales cada dos años. Dichos simposios permiten hablar sobre varios aspectos de la cultura y la literatura ecuatorianas, con intervenciones de docentes universitarios, estudiantes, autores y artistas invitados, como Javier Vásconez, quien participó en 2012. La contribución de esta institución permite compensar en algo la ausencia inexplicable de escritores ecuatorianos contemporáneos en los manuales universitarios dedicados a la literatura latinoamericana y en las revistas especializadas.

      Pero volvamos al artículo de Claude Fell y Florence Olivier, el más reciente que pudimos encontrar en Francia acerca del tema. Los dos autores subrayan una vez más la dificultad de ser escritor a tiempo completo en América Latina e insisten en el penoso y pesado circuito del libro a nivel continental, así como en la escasez de una crítica profesional y especializada. Sin embargo, lo interesante, aunque no mencionan a Vásconez expresamente, es que ponen de relieve características de los escritores latinoamericanos que empezaron a escribir a partir de los años ochenta. Dichas características se aplican perfectamente al escritor ecuatoriano, como si hicieran su retrato:

      Vásconez se inscribe en la fila de los admiradores de Faulkner, Joyce y Kafka, entre muchos otros, como lo evidencia su obra. Es también un cinéfilo apasionado y un escritor de oficio a tiempo completo. De forma adicional, se aleja de un “nacionalismo cultural” rechazando cualquier inscripción en una literatura que fuera exclusivamente ecuatoriana, como lo declaró en la entrevista que me concedió:

      En relación a la idea (para mí errónea) de las “literaturas nacionales”, tengo una hipótesis que he venido desarrollando. No creo en las literaturas nacionales, sino en los autores. No creo en la literatura francesa, sino en Malraux, Proust o Baudelaire. O, mejor, dicho, las literaturas existen a posteriori del autor. Es en la lengua, en el estilo, en la sintaxis de un escritor donde está su nacionalidad. El resto, lo siento, es un decorado o una invención.

      Esta opinión rotunda explica tal vez la ausencia de su nombre en los libros o artículos dedicados a la supuesta literatura ecuatoriana, en Francia. Para concluir, citemos otro comentario perspicaz de los universitarios franceses, Claude Fell y Florence Olivier, que reanuda nuestra temática de las fronteras y explica, mal que bien, el estatuto marginal de varios escritores ecuatorianos y de otras nacionalidades del continente americano:

      El término “desterritorialización” me parece pertinente en la medida en que Vásconez intenta también abolir las fronteras nacionales, especialmente gracias a su metáfora del “país invisible” de la que se vale para designar al Ecuador. Plantea de esta manera la cuestión de una controvertida especificidad andina:

      Hay escritores que supieron transmitir “la densidad cultural y sicológica” de regiones como el Caribe, el Río de la Plata y también de México, pero siempre me he preguntado –es una inquietud muy personal– ¿qué ha pasado en los Andes? ¿Por qué este aislamiento? ¿Por qué se nos continúa asociando con el indigenismo? En el mundo andino hay escritores definitivamente urbanos, pero nadie parece darse cuenta de ello. (Querejeta, 2002, p. 22)

      Con preocupación se da cuenta de que la literatura ecuatoriana sigue marcada por el sello de la corriente indigenista. Esta reducción de la literatura producida en la región a una corriente literaria que se manifestó en la primera mitad del siglo XX se debe a la asimilación de los Andes con la cordillera que lleva el mismo nombre, lo que silencia las ciudades de la zona, o por lo menos les da menos importancia. El escritor de El viajero de Praga lamenta este tópico que aísla a las ciudades del interior, entre las cuales se encuentra Quito. En otros casos intenta diluir cualquier noción de territorio nacional o continental para reivindicar una universalidad y silenciar una nacionalidad que le parece restrictiva. Una vez más, esta opinión acerca de una literatura moderna coincide con la de los dos universitarios franceses citados:

      No importa que las novelas transcurran en Dublín o Quito, ya que de todos modos tienen que “ocurrir” en alguna parte. A menos que te llames Becket o Pablo Palacio. En mi caso, yo debo mucho más a ciertos escritores de lengua inglesa, francesa, rusa o española que a ninguna literatura nacional. (Javier Vásconez, entrevista inédita con AC Morel, Quito, mayo de 2012).

      Vemos que, en 1997, en el artículo de Claude Couffon, Vásconez parecía pertenecer a un género “cosmopolita” poco definido y a la generación de los autores nacidos en los años cuarenta. Pero lo que más llama la atención cuando leemos los numerosos estudios ecuatorianos y latinoamericanos acerca de la obra del escritor ecuatoriano es que no pertenece a ningún grupo, tampoco reivindica filiación alguna con movimientos o círculos de su país. No está comprometido con ningún combate literario, ni mucho menos político; no es sino el portavoz de sí mismo y de su creación. Esta advertencia me sirve para plantear la cuestión del “derecho a la libertad de expresión y de creación” del escritor: ¿puede o debe manifestarse libremente fuera de cualquier cuadro, por no decir yugo, generacional? Recordemos que en el primer libro escrito por Claude Fell y Claude Cymerman, los críticos se arriesgaron a pronosticar lo que sería la literatura del siglo XXI:

      ¿Qué será de la literatura hispanoamericana en el siglo XXI? […] Predecimos una mayor producción de la literatura femenina, del cuento y de la novela erótica, de una literatura de tipo “ecológico” (como la de Sepúlveda, Rawson) en reacción contra los excesos y las aberraciones del “progreso”, y presentimos que se ejercerá más la manifestación, que es consustancial de cada escritor, del derecho a la libertad de expresión y de creación. (Cymerman y Fell, 1997, p. 513)

      No pretendemos comentar esta profecía enunciada hace más de veinte años, pero notemos que la manifestación del derecho a la libertad de expresión es, por cierto, una de las características esenciales de la obra de Vásconez. Lejos de encerrarlo en un movimiento, un grupo, un género o una generación, esta libertad de expresión y de creación es más bien la garantía de mantenerse a distancia de cualquier tradición literaria ecuatoriana, considerada como una carga y un elemento que transforma los intentos de creación en algo invisible. He aquí uno de los sentidos de mi investigación: mostrar cómo Javier Vásconez no se integra en ningún