El goce culpable
Lacan se refiere al goce fálico como el “goce del idiota”, donde lo “idiota” no tiene que ver con caras estúpidas y abundantes, sino con la desconexión respecto del Otro. Si su referente clínico es la masturbación, lo central será, entonces, ver de qué lógica es la masturbación el paradigma. Para sopesar su importancia basta con apuntar que es contra ese goce masturbatorio que se levanta la prohibición fundamental. En El deseo y su interpretación (5) se cifra la declinación del Edipo en el establecimiento de una relación de lasitud con el falo. Se trata de no estar tan ansiosa y compulsivamente apegado a su goce. Es la serenidad –Gelassenheit– que Heidegger recomienda sostener en nuestra relación con los objetos técnicos. ¿Podemos alguna vez soltar de nuestra mano el celular? Por eso la función paterna es lo que dice que no al goce fálico, lo cual, como nadie ignora, funciona cada vez menos. ¿Por qué hace falta decirle que no? ¿Está mal masturbarse? No se trata de eso, sino de algo más esencial. Ya Lacan lo notaba en la página 390 del mismo Seminario. El falo es lo que no está comprometido con nada. El goce fálico es el goce prohibido, porque está desconectado del Otro. La dimensión ética de esa desconexión requiere tomar la palabra “Otro” en tres niveles, y es válido decir que, en los tres, el goce fálico no se conecta con el Otro.
El primero es el del partenaire en tanto verdaderamente Otro, el que no se acomoda –o no del todo– al lugar que le da el fantasma. Hay formas “masturbatorias” del coito en las que el sujeto no se conecta más que con el dócil partenaire del fantasma. Lacan lo refiere en la página 88 de Aún. Por eso, cuando habla del Otro se refiere más que nada a la mujer en tanto compañero sintomático, incómodo para quien esté tomado por la lógica fálica. El hombre no podrá amar a la mujer a menos que algo diga no a ese goce. Aquí cabe demorarse en una reflexión sobre el llamado onanismo. No sólo designa la masturbación, sino también el interrumpir el acto sexual para evitar la fecundación. Onán es un personaje bíblico que derramaba a tierra (Génesis, XXXVIII, 9-10), y que, por eso, Dios lo mató, forma extrema del no. Un castigo demasiado severo y cruel para algo que ni siquiera veríamos como una falta. Sin embargo, la historia merece atención más allá del fundamentalismo religioso que condena la anticoncepción. Es algo más profundo, porque en principio Onán encarna un designio de practicar el coito sin consecuencias. Esto no implica necesariamente la paternidad, el matrimonio, el compromiso, u otras exigencias moralistas. No hay nada malo en el sexo ocasional y de fácil olvido. Acaso tampoco nada demasiado interesante. Pero la posición de quien aspira a no involucrarse nunca con el Otro, o se cierra ante la huella que el acto pudiera dejar en sí mismo, es problemática. Freud consideraba en El tabú de la virginidad que el acto sexual es algo que no debería tomarse a la ligera, algo preocupante –bedenckicher–. Si así no fuera, no hablaríamos de cuidarse y cuidar al otro. Además, si Onán no quiere embarazar a la mujer en cuestión, es porque sabe que –según las vicisitudes de la narración– la descendencia que engendre no será suya. No es entonces que no quiera tener hijos, sino que no quiere tener hijos de los que no pueda apropiarse. El relato guarda una complejidad que no se debería ignorar, porque la posición en juego es la de quien rechaza las consecuencias sintomáticas de su acto. Y un hijo es una metáfora fundamental de eso.
Un segundo nivel implica al Otro como nombre lacaniano del contexto, que siempre es un contexto simbólico. La socialización está ligada a la limitación de los goces masturbatorios. Los padres se angustian ante la inercia de hijos adolescentes –y no tanto– que llevan vidas de pantalla. Se presenta con frecuencia creciente en varones. Estudiar, trabajar, o practicar un deporte, incluso salir con amigos o chicas, son actividades sociales que implican un no a ese goce que es un goce de la facilidad. Lo tiene el sujeto al alcance de la mano. Apreciamos su importancia clínica al recordar que para Freud la masturbación representa la raíz y el prototipo de todas las adicciones. Y quien se consume en su adicción se va quedando solo. Si el goce fálico se opone al amor en el sentido más amplio, también se opone al trabajo en un igualmente dilatado sentido. Amar y trabajar son los dos pilares freudianos de una elemental estabilidad subjetiva. Trabajar no es ganar dinero, sino sostener un interés. Y amar no es tener pareja, sino dar lo que no se tiene, lo cual implica, de alguna manera, dar. Porque lo cierto es que quien da lo que tiene, lo que le es cómodo dar, no da. Por eso León Bloy dice que sólo los pobres son capaces de dar. El goce masturbatorio rechaza el amar y el trabajar. No cede nada. Es el goce del incircunciso (Lacan, La angustia) Por eso se trata de perderlo, condición necesaria para que se constituya un deseo, ya sea en el plano amoroso como en el de los intereses. En este punto la dimensión de lo político cobra relevancia. Si para el feminismo “lo sexual es político”, el psicoanálisis no niega eso en el plano de las relaciones. Pero advierte que, en lo más íntimo de lo sexual, algo no hace relación.
El tercer nivel de abordaje de la noción del Otro lleva al plano lógico. Lacan llama “Otro” al tesoro de los significantes y las reglas de su empleo. Es la batería junto con las leyes que rigen su dinámica. También lo nombra como el sistema del sujeto. Ya hemos visto que el falo (o el S1 solo) es un significante que no hace cadena con los demás –con el S2, digamos, aquí equivalente del Otro como batería de significantes–. Por ello se puede decir que es un significante que estaría por fuera de este sistema, o para decirlo en la jerga barroca de Lacan, “ex-siste” a él. Muy pronto examinaremos la razón por la que esa ex-sistencia es, a la vez, el fundamento de su in-sistencia. Porque la masturbación es algo que insiste. ¿Hay algo más insistente que lo idiota? En cuanto a la ex-sistencia, empecemos por considerar qué quiere decir Lacan cuando afirma que el goce fálico es un goce absoluto. Eso no implica que sea grandioso, o superlativo. “Absoluto” significa separado de. El goce fálico es, entonces, un goce separado del sistema del sujeto, que es lo que se postula en de De un Otro al otro. (6) Nuevamente, es algo que no se conecta con el Otro, sólo que esta vez se trata de la cadena de significantes. Se pone en juego un significante que no conecta con el significante que habría de seguir. Dicho de otra manera, es impar, y como tal, no hace pareja. Con nada. Por eso implica discontinuidad, corte. Se manifiesta como autónomo e inasimilable por el conjunto de los demás significantes. Así, en el mismo lugar (7) se dirá que el falo es el significante que agujerea al Otro.
Por esta desconexión respecto del Otro –en todos sus niveles– este goce es el goce culpable. También lleva consigo el fracaso. La situación es la del que querría salir del pantano, y se hunde cada vez más con cada intento que repite. Con cada uno. Nadie se salva solo. Lo destacable es que si esto está presente en todos y todas, la prohibición no afecta de la misma manera a varones y mujeres. Será en Causa y consentimiento (8) que J.-A. Miller reconoce que la prohibición que exige al sujeto renunciar a su goce autoerótico y abrirse al Otro (en el amor, en la inserción social, y en la palabra), “recae de manera especial sobre el varón”. ¿Por qué? Esa función parasitaria que infecta