La condición perversa
La condición perversa
Tres ensayos sobre la sexualidad masculina
Marcelo Barros
Índice de contenido
La causa sexual, siempre negada
El estatuto antisocial de la sexualidad
El significante idiota. El significante, idiota
Le mâle et le mal
La cólera
El uno y la soledad
El peón y “la zoncera madre que las parió a todas”
II. La condición perversa
El término perversión y el psicoanálisis
¿Dónde ponerlo?
El fetichismo espontáneo del varón
Las raíces pulsionales del amor
Ambigüedades del término deseo
El carácter centrífugo del deseo viril
La mística y la perversión
Sublimación y perversión
El falo y la poesía
La perversión y la “ley”
Hacer con la perversión
III. Edipo
La caída del relato
El relato de la caída
Tragedia y destino
Ortodoxias y herejías: la elección de la mujer
Ganar el nombre: el άγών
La virilidad sin Nombre-del-Padre
Las invasiones bárbaras
El padre de la horda: mítico, pero real
El incesto y sus nombres
Lo dicho primero: entre invención y premisa
El psicoanálisis, entre la lógica y la poesía
Barros, MarceloLa condición perversa : tres ensayos sobre la sexualidad masculina / Marcelo Barros. - 1a ed . - Olivos : Grama Ediciones, 2020.Archivo Digital: descargaISBN 978-987-8372-17-41. Clínica Psicoanalítica. I. Título.CDD 150.195 |
© Grama ediciones, 2019
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© Marcelo Barros, 2020
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ISBN edición digital (ePub): 978-987-8372-17-4
Resulta divertido que después de setenta años de psicoanálisis aún no se haya formulado nada sobre lo que es el hombre. Hablo de vir, del sexo masculino.
J. Lacan, De un Otro al otro, p. 361
I El GOCE DEL IDIOTA
Jackass
Una serie de fotos que circula en las redes muestra porqué ellos, los hombres, viven menos que las mujeres. Un festivo grupo de jóvenes metidos en el agua de la pileta hasta la cintura, conectan enredados cables de equipos de audio. En otra imagen el hombre repara un escape de gas mientras fuma su cigarrillo. Las demás, igualmente hilarantes y torpes, exhiben la irrisoria exposición a un peligro de muerte. Todas congelan el momento anterior al siniestro: segundos después, el sujeto muere por idiota. El fútil riesgo no tiene motivos visibles. Acaso se podría suponer en los imprudentes un desafío a la ley de nuestra condición mortal. “No va a pasar nada”, dijo él, y fue cadáver.
Desde 1998 hasta 2001, salió al aire un programa televisivo llamado Jackass. El elenco, exclusivamente masculino, se exponía a peligros innecesarios y gastaba violentas bromas con mayor o menor grado de daño corporal. Sobre un trasfondo de muerte, la risa estaba ligada a la violencia sobre los cuerpos por puro juego y sin dobles. Sonrientes, dos jóvenes se tomaban una selfie parados al borde de la terraza de un alto edificio. Al igual que los protagonistas, los entusiastas del programa fueron mayoritariamente masculinos. No es un dato menor que fuesen hombres quienes gustasen de eso. Tampoco el hecho de que el logo de Jackass fuese una bandera negra con una calavera y dos muletas blancas cruzadas. Las lesiones eran frecuentes, y los héroes del proyecto tuvieron destinos estragados. Se habló del “trágico fin de esos idiotas.” Ellos mismos se habían nombrado así, porque eso es lo que significa jackass: “idiota”, “estúpido”, “burro”, “torpe”. Su comportamiento los asemejaba a esos púberes que se hallan en la “edad del pavo”. Y si es verdad que los trastornos de la pubertad unen a varones y chicas, son casi siempre imágenes de los primeros las que ilustran ese momento de la vida signado por la zoncera.
Hay chicas que incurren en la imprudencia o maltratan sus cuerpos, pero las mujeres no son propensas a desafiar la muerte “porque sí” o a maltratar los cuerpos de otros. La competencia fálica no les es ajena, pero no suele exponerlas a la violencia o la muerte. Es infrecuente que las boxeadoras, las rugbiers, las conductoras de vehículos o las policías protagonicen hechos luctuosos. Sobre todo, absurdamente luctuosos. Habrá mujeres que incurren en violencia, pero la diferencia estadística con los varones es abrumadora y esos arrebatos no tienen peso social. No es el caso del infanticidio o la violencia contra el hijo, eso concierne a la madre y no a la mujer. Lo cierto es que es en las relaciones con los hombres donde las mujeres pueden ser más imprudentes, pero ahí el factor de riesgo, justamente, son los varones. La feminidad se extravía por no tener registro del límite. Muy otra cosa es el goce de transgredirlo, que supone ciertamente ese registro. Es del lado de ellos que vemos la tendencia a un despliegue casi lúdico de violencia, un goce sadiano. A menudo los “juegos” de muchachos terminan mal, con diverso grado de lamentación. ¿Hay