Y sucede. Que la lógica de inclusión que se deduce de las políticas de las redes, “ser en el mundo equivale a ser visto en Internet” es hoy paralela a una lógica de exclusión social, de expulsión de la mayoría (clases medias y masas movilizadas por conflictos y pobreza), a una vida precaria de trabajos cada vez menos remunerados o no remunerados. Vida que habla de una cotidianidad de tiempos de desempleo caracterizados errónamente como “ociosos”, donde la deriva en las redes propone toda una diversidad de tareas de entretenimiento, hipervisibilización del yo e interacción con los otros y con Internet, no siempre liberadoras. No al menos si agotan de antemano nuestra mayor potencia transformadora. Me refiero a la disponibilidad emancipadora de tiempo propio y de un renovado vínculo social si logramos articular nuevas alianzas políticas y éticas (en su renovada versión poshumana), y si fuera necesario, nuevas palabras y matices que nos valgan para nombrar lo que, conectados, sería un “nosotros”.
Así, lo que intentaré desarrollar en las páginas que siguen es que el exceso y las infinitas distancias que permite el ver a través de la tecnología es un nuevo hábitat que urge entender al sujeto. Sujeto que vive con el riesgo de que dicho exceso opere como forma de apagamiento de un intento de profundización. El que entendemos necesario para tomar conciencia de la opresión simbólica que repite mundos, y que favorece un tránsito epidérmico por las cosas por imposibilidad de detenernos en ellas, favoreciendo a quien tiene el control de los dispositivos. La sensación es que la máquina se vale de una estrategia fatal que agota lo que importa, saturando y haciéndonos sentir inútil la intervención.
Como cuestión añadida se trataría de preguntarnos qué implicaciones se deducen de las jerarquías de ordenamiento y visibilidad predominantes en las redes (¿qué supone un orden?, ¿qué moviliza?). Para ello se me hace preciso favorecer sombras que permitan identificar la luz del poder que circula en esta dinámica, las formas de valor que de ella se desprenden. Conscientes de que el acto de la mirada en tanto selección, se orienta a los puntos de tensión de las cosas; la sospecha de que lo muy visto posee un índice de impacto previo que retroalimentará su mantenimiento.
Sobre las deducciones que desde la ética y la política se extraen de estas dinámicas de poder y valor en las actuales materializaciones capitalistas, quisiera transitar en el segundo capítulo. En él, me gustaría hacer conversar estas ideas con lecturas derivadas de la Antropología Económica, desde formas relacionadas con el don (a partir de la obra de Marcel Mauss), incorporando conceptos como reciprocidad, derroche, gasto improductivo o lazo moral, hasta lecturas sobre feminización, patriarcado y capitalismo cognitivo.
Quisiera, a lo largo de este ejercicio del escribir pensando, especular sobre cómo el capital está unido no ya a lo más necesario, sino a lo excedentario y más visto, una revitalizada equivalencia entre valor y visibilidad. Sobre cómo este escenario se activa creando “nuevas necesidades” de vida que se valen de un mundo tecnológico excedentario en imágenes, datos y fragmentos del “yo” en las nuevas plazas/habitaciones conectadas de la cultura-red.
Fascinan estas plazas/habitaciones públicas capaces de generar sensación de compartir la cama, la mesa camilla, la luz baja, de confesar y hablar de otra manera para de pronto volvernos tan generosos en el “dar”. Pero la máquina-red nos ha convertido no solo en productores de mundo, sino en voluntarios y prosumidores6, en producto de sus empresas y trabajadores sin sueldo, mantenedores de un valor al que unos pocos sacan partido económico (¿importa además que esos pocos se parezcan tanto?), mientras nos llaman usuarios. Porque pareciera que el valor rentable lo pone el uso del dispositivo y no el contenido, porque el contenido, incluso cuando adquiere ese otro valor de ser muy visto, se desintegrará en unos días desde una lógica de caducidad extrema. Nada existe que sea capaz de permanecer en la obsolescencia de época que se apoya y renueva en la vanidad movilizada y en la demanda de ahora.
Y late la idea, es solo una sensación, de que para el equilibro de este sistema han de darse unos mínimos. En primer lugar, que la precariedad pacífica sea vivible para convertirse en algo normalizado y en aspiración resignada de la mayoría (relativamente igualados en dicha precariedad). El mundo entonces nos envolverá, nos envuelve, en la posibilidad percibida como necesidad de estar conectados y alimentar el excedente de cosas prescindibles que nos entretienen y obligan. Incitándonos a formar parte de un juego que siempre quiere más y donde nosotros somos los protagonistas (inocentemente solo para nosotros). Puede que detectar cómo para muchos, esos límites de “mínimos” se convierten en “todo está perdido” y conocer diariamente flagrantes formas de desigualdad (también visibilizadas), nos anime a apropiarnos de la tecnología como fuerza social para crear mundos mejorados. Puede que esta fuerza sea junto con la recuperación de la “atención pausada” ante las cosas que nos importan, mecanismos verdaderamente disruptivos para crear otras formas de “valor” y de alianza entre las personas. Y si bien cabe la posibilidad de que esa “atención” que a menudo añoramos sea ya cosa de un pasado sin pantallas, sí podría inspirar nuevas formas de concentración, de ser necesario con sus “nuevas palabras”, que ayuden a crear condiciones de conciencia para un sujeto abrumado por el ver.
1. OJOS Y CULTURA-RED (EXCEDENTARIA)
2
Lo parece. Parece que habitamos una época grande en la potencia de sus nuevas formas de compartir y construir, y no menos poderosa en la amenaza de fragilidad y en las formas de desigualdad y crisis que la acompañan. Habitamos, entonces, un comienzo, donde hay zonas de contraste que atraen y asustan porque son desconocidas o porque están gestándose y, justamente por ello, nos implican como agentes activos; zonas que no quieren convertirse en copias de los grandes caminos ya transitados.
Este escenario, al que llamaré cultura-red, viene definido por la convivencia y construcción de mundo y subjetividad a través de las pantallas en un contexto excedentario en lo visual (imagen, información, datos…). Contexto caracterizado en un marco donde conviven formas de capitalismo cognitivo o informacional con otras formas de economía social que surgen desde la ciudadanía. Allí donde podemos gestionar trabajos, conocimiento y vida ayudados (o condicionados) por las lógicas algorítmicas y de bases de datos que alimentamos y que nos alimentan online, organizando visibilidad y existencia. Pero esta cultura-red no solo proporciona mecanismos para lo que hoy consideramos imprescindible en una sociedad global y conectada, sino que gestiona lo excedentario, lo acumulado que se manifiesta en lo social y en lo individual, el sobrante de cosas digitales que crecen exponencialmente y que diariamente producimos, consumimos y desechamos de los otros, permitiéndonos nuevos hábitats de relación de los que se deducen condicionantes biopolíticos para ser y para poder ser, nuevas manifestaciones de la realidad social y del poder en la red.
Un asunto prioritario aquí sería el que relaciona ser visto en la pantalla con existir y formar parte de las nuevas lógicas de “valor” en el mundo. Con independencia incluso de una existencia material, lo expuesto y enmarcado en la pantalla, sea representado, presentado o creado, es lo que parece determinar hoy la nueva ontología de la cultura-red, la nueva articulación de lo real.
Claro que interesará de manera más intensa aquello que existiendo en la red alude a la materialidad de un sujeto, aquello que recorre la complejidad del habitar hoy de las personas un mundo irreversiblemente conectado. Porque lo que se deduce de esta configuración de colectividades de individuos frente a sus diversos dispositivos móviles, habla de un territorio peculiar para entender las formas de economía y política que vienen. En ellas se alza una práctica cotidiana, habituarnos a la autogestión del excedente de cosas que compartimos y que nos comprometen a través de lo que vemos.
Entender la obligatoriedad de dicha práctica, o por qué muchos la perciben como tal, implica facilitar la toma de conciencia del ver y sus repercusiones en las redes. Me refiero a la conciencia no solo como “saber y conocimiento” de afuera, sino también como gozo, descubrimiento, epifanía del uno mismo, mirada interior, liberación de la dependencia frente a lo que vemos.
Si el capitalismo