Así, pues, tu primera introducción a ellos es visual. No van a hablarte. Conmigo hicieron lo mismo. Están de pie, distantes, a lo largo del borde del mar, entre el cielo y la arena. Sólidos más que refinados. De clase media. El tipo de personas que conocerías tú. Corrientes, algunos de ellos.
La primera vez que los ves no van vestidos. Cumplen rituales sin saberlo. Pero sus baños purificadores no tienen ningún efecto.
Por ahora lo único por lo que puedes guiarte son los colores de sus bañadores y el modo en que sus extremidades, torsos, cabezas y miradas se inclinan, o rehúsan inclinarse, hacia los otros o se apartan de ellos, y cuándo lo hacen. Unas figuras en el espacio. Tan a la moda. Tan abstractas. Tendré que recortarlas para que se muevan. Hacer que se separen de los fondos revelados con procedimientos químicos, que entren en circulación con masajes y caricias. Encandilarlas. Que resulten interesantes, al menos entre sí.
Lo malo es que se descontrolaron. En cuanto se conocieron formaron un grupo. Exclusivo. Dos se quedaron fuera de inmediato. Los otros siguieron adelante. Pero no con el mismo ritmo que las olas.
Blanco y negro, horizontal.
Grupo de cinco personas jóvenes sentadas mirándose en una playa. Detrás de ellas, cielo y arena fundidos en un gris pálido. A la derecha, una cesta grande de pícnic. Hay una manta oscura, cubierta de platos de papel, otros utensilios de pícnic y latas de cerveza en el centro. Arriba a la derecha está sentado un hombre moreno, con las piernas cruzadas, hablando, tiene las cejas alzadas, la boca abierta, la piel de los pómulos tensa. Se inclina hacia una chica morena en bikini que da la espalda a la cámara. Está tumbada, casi paralela al margen inferior de la fotografía, con una cadera elevada y la cabeza apoyada en un brazo. El hombre alarga una mano con los dedos hacia arriba; la otra descansa en un libro pequeño y grueso. Otro hombre rubio, a su izquierda, también mira al libro. A su derecha una mujer más baja se inclina hacia la cámara para servirse vino de una botella alargada. La parte de arriba de su bañador queda casi oculta y el cuello de pico deja ver parte de un pecho. A su derecha, mirando lejos de la cámara, hay otro hombre, con pecas, que lleva un bañador de llamativo estampado.
A finales de los años veinte el grupo teatral ruso Vartangov dio en París una representación cuyos entreactos eran parte de la obra. Tramoyistas vestidos con monos de trabajo azules entraban en escena al salir los actores y, mientras movían los decorados, representaban una mímica silenciosa del acto precedente. Cuando los otros volvían, la leyenda china que se representaba había ascendido a un nivel más alto. Por debajo de las profusas palabras la pantomima del intermedio parecía continuar todavía.
Líneas azules unen a E con D. Distancia. Los hombres no hacen amigos fácilmente.
Líneas amarillas unen a E con A. Cordialidad. Afecto. Respeto. Exasperación.
Líneas verdes unen a E con B. Más que amistad. Un vínculo simbiótico.
Líneas rojas unen a A con D. Tanteo. Antagonismo erótico. Euforia.
Líneas negras/marrones unen a D con B. Reticencia. Atracción. Algo de recelo.
Líneas violetas unen a A con B. Sentimientos velados. Ninguna es todavía feminista.
(El nombre de A es Ariel. El nombre de B es Beata. El nombre de C ha sido olvidado. El nombre de D es Daniel. El apellido de E es Endman. El nombre de F probablemente era Fred. Ellos mismos escogieron esos nombres tan tontos.
¿Es que importa?)
Diapositiva en color, horizontal, sobreexpuesta.
Cinco figuras en una playa. La arena es muy blanca y el mar una línea azul cerca del borde superior de la foto. Una mujer joven está tumbada sobre el estómago con las piernas levantadas por detrás, el pelo corto le vuela desde la frente despejada, tiene cejas oscuras, boca fina, mentón fuerte. El hombre a su lado está de rodillas, rígido, con la cabeza levantada dos o tres dedos por encima de la línea ondulada que forman el resto de cabezas. Lleva un bañador negro y extiende una mano abierta en la espalda de la chica. Se apoya en ella. Tiene el labio inferior saliente. También los ojos. Sus muslos son delgados y musculosos. La otra mano le cuelga al costado, casi tocando la mano sobre la que se apoya un hombre rubio que tiene alzada la rodilla contraria y la otra pierna estirada al lado. La boca de este hombre es ancha, con un amplio espacio que separa el labio superior de la nariz larga y afilada, está más moreno que el hombre anterior. Sujeta una lata de cerveza bajando la vista. A su lado hay una chica morena sentada, de cuello y piernas largos, nariz aguileña y boca rellena, de perfil un gran ojo ovalado. Lleva puesto un bikini verde claro y un macizo brazalete oriental ajustado al antebrazo. Se echa hacia atrás un mechón de pelo doblando la muñeca. El hombre que está al otro lado es pequeño, de cara bermeja, y lleva un bañador multicolor.
Este libro parece tener un principio feliz. Tendrá un punto medio confuso y un final difícil de precisar. Simplemente va de aquí para allá marcando con puntos los vacíos. Basta seguir los puntos y lo que salga serán vidas.
¿Tiene este libro un final feliz? ¿Cómo puede tenerlo, si casi todo lo que sucede en él parece desdichado? Pero quizá sea porque la desdicha hace más fácil la escritura y se lee mejor. Tal vez la autora espera que la felicidad rezume entre líneas. Que se esparza por las superficies. Se infiltre en los intersticios. Quede contenida por el borde de la página.
Una de las implicaciones del nuevo descubrimiento es que los dos ámbitos de la “materia” y la “antimateria” no son, como se pensó en un principio, réplicas perfectas el uno del otro. En los últimos años se ha descubierto que por cada partícula de materia ‒electrón, protón, mesón y demás‒ existe, en el catálogo de fragmentos atómicos, una “antipartícula” idéntica en masa y tiempo de vida, pero opuesta a la primera en su carga eléctrica o sus propiedades magnéticas. Cuando las partículas de materia y antimateria se encuentran se aniquilan mutuamente, dejando solo un estallido de rayos gamma. Dado que nuestro mundo está dominado por materia, cada vez que aparece una partícula de antimateria inmediatamente se encuentra con otra de materia y desaparece. Algunos científicos creen, sin embargo, que podría haber mundos lejanos formados por antimateria, donde todo sea lo opuesto, como en el mundo detrás del espejo que visitó Alicia.
Blanco y negro, horizontal.
La arena y el cielo se funden en un suelo gris. Hay cinco jóvenes sentados formando más o menos un círculo en torno a una manta oscura, una cesta de pícnic, platos de papel, vasos de plástico y latas de cerveza. Un hombre con pecas, a la izquierda, mira lejos de la cámara. Lleva un bañador con dibujos llamativos. Junto a él una mujer pequeña se inclina para llenar una copa de vino con una botella estrecha y alargada. Al echarse hacia delante le asoma por el escote en pico del bañador la aureola de un pezón. Un hombre rubio, de cara y cuerpo huesudos, mira fijamente el libro que sostiene otro hombre. El hombre del libro es moreno. Tiene las cejas tupidas, las piernas cruzadas, gesticula con una mano mientras con la otra sujeta el libro contra el pecho. Es un libro minúsculo de tapa dura sin letras visibles. Abandonando la verticalidad dobla el cuerpo hacia una mujer morena que se halla tumbada, dando la espalda a la cámara, con un brazo debajo la cabeza y el otro entre las curvas de su cuerpo con la mano estirada sobre el muslo, como una réplica del margen inferior de la foto. Sus pies son largos y finos, las uñas oscuras.
Escucha esto: “La causa fundamental del desarrollo de una cosa no es externa,