Nadie tenía nada que decir, y tú la que menos. Ese pez gordo se ha estado riendo de ti toda la noche.
¿Que él se ha estado riendo de mí?
Odiar a los ricos está anticuado, Ariel, cariño. Úsalos. El amiguito de E lo sabe perfectamente.
¿Ese crío?
Ese crío es probablemente cinco años mayor que tú, y siente pánico de que se note.
Imagino que te las habrás apañado para que se note en tus fotos.
Ya sabes que no me gustan esas mierdas psicológicas. Yves. Vaya un nombre para ir por la vida. Su madre debe haber querido que sea gay desde la cuna.
Es un nombre francés de hombre perfectamente válido. Si nos ponemos así, también hay chicas que se llaman Danielle. A mí me ha caído bien.
Tú es que eres leal a E.
Pues tú también deberías serlo. A lo mejor es que estás celoso.
Voy a dejar pasar eso por esta noche. Aquí estamos. ¿Estás segura de querer jugar con esos trepas?
Quizá debería emborracharme con seres humanos. Y tú puedes dedicarte a documentarlo todo en una película, para que no tengas que estar presente.
Hace meses que ese sitio ha perdido puntos en mi lista. Muchos puntos. Los bares de artistas me deprimen.
Y no vamos a entrar en los motivos exactos.
Lo llevas claro con que no. Estás de un humor de perros. Si vas allí te vas a meter en problemas. Vámonos a algún sitio los dos solos. Vamos a ver una peli. Podemos ir hasta la calle 42 si eres capaz de deshacerte de las ganas de que te pellizquen el culo y quedarte boquiabierta en ese antro de...
Vale, una peli me parece buena idea, estoy cansada. Pagando él deberíamos haber ido a un restaurante más pijo.
Iba de barriobajero. Y anda que no hubiera sido un desastre si de repente decide no pagar la cuenta.
B lo habría solucionado. Se están viendo mucho últimamente.
Yo hubiera preferido que respaldase el libro a que nos cebara a foie-gras.
¿Que apoyara el libro? ¿Era eso lo que querías? Y yo que pensaba que estabas siendo excepcionalmente cortés...
Pues claro que era eso, cría inocente.
No quiero que nuestro libro se haga con esa clase de dinero.
Todo el dinero es igual. Es solo cuestión de grados, de dónde trazas la línea. Nunca lo terminaremos sin alguien que nos respalde. Tú no estás trabajando en el texto. Siempre lo dejas para ganar de comer. Estoy harto de esperarte. Y el tema no es precisamente atemporal. El material está ahí. Necesitamos unos meses para montarlo. Porque aún quieres hacerlo, ¿no?
Joder, ya sabes que sí. Pero siempre está todo lo demás.
A eso me refiero.
Pero ese hombre... ese dinero. Sabe Dios de dónde viene. No quiero que el libro nazca condicionado antes incluso de poder respirar.
Por eso lo llaman el vil metal. El dinero limpio no existe. Las flores crecen de la mierda, cariño mío. De eso depende el arte en este país. De la fotosíntesis que produce el verde.
No puedo hacerle ascos y besarlo al mismo tiempo.
¿Y por qué no? Todo el mundo lo hace. De todos modos aún no nos lo ha ofrecido. Si lo hace, lo aceptaremos. No te diré de dónde ha venido y así tu puedes mantener tu bonita y delicada conciencia tan virgen como al principio.
Oye, ¿y esto a qué viene?
Eres tan agonías... Solo ha sido un besito para quitarte de la boca el desagradable sabor del capitalismo y pasármelo a la mía. Mira, podemos ver El valle de las muñecas. Garantizado que hará tu vida más virtuosa que la de otros.
Incluso años después de estar viviendo en la gran ciudad, el sujeto Aries oirá la llamada de lo salvaje, sentirá cómo se le despierta el anhelo innato por el aire libre y los espacios amplios y abiertos, por la “sensación” de naturaleza. Atributos emocionales: ardiente, entusiasta, ágil, con propensión a las historias de amor rápidas y volcánicas. Le gusta: la gente enérgica, activa, extrovertida y segura de sí misma. Admira el coraje y la independencia. No soporta a los pusilánimes, los misteriosos y los serviles. El matrimonio ocupa casi siempre un segundo lugar respecto a la carrera. A Aries le gusta viajar por el mundo sin importarle las inconveniencias domésticas; es leal, pero no siempre muy afable con una pareja más sensible. Cuando la vida se vuelve plácida y aburrida, tiende a provocar jaleo y peleas, solo porque sí.
Copia en color, horizontal.
Vista desde arriba del cuerpo de una mujer desnuda totalmente estirada bajo el agua verde de una bañera ovalada, en cuyo extremo enlaza los pies bajo unos grifos anticuados con forma de cabezas que escupen. Sus brazos flotan sueltos a sus costados, y las tetas, con los pezones de punta emergiendo en la superficie, son de un tono rosa diferente encima y debajo de la línea del agua. Una pieza de jabón ámbar rectangular flota cerca de su rodilla. Debajo, un parche negro de vello púbico se alza hacia la superficie; el agua en movimiento le distorsiona el abdomen convirtiéndolo en un óvalo de contornos huidizos.
Me crié como hija única, pues mi hermana pequeña es quince años menor que yo y antes de que ella supiera hablar yo ya estaba fuera de casa, en la universidad. Mi padre es profesor de química de instituto y se estuvo trasladando por toda Nueva Inglaterra, cambiando de trabajo, hasta que nació mi hermana. Mi madre empezó siendo ilustradora, fue a la escuela de diseño Parsons pero no trabajó hasta después de nacer yo, salvo por algunos encargos esporádicos. Dice que nunca aspiró a una carrera, pero por el modo en el que puso todas sus energías en el voluntariado político, las juntas de biblioteca, el acondicionamiento de chabolas y la costura, no la creo. Creció en Colorado y conoció a mi padre cuando él trabajaba un verano en un puesto de guarda en Pike’s Peak. Ella dejó los estudios ese otoño y le siguió a la Universidad de Chicago, donde él estudiaba un máster. Sus padres se vieron por primera y última vez el día de su boda. El padre de mi madre era un cura presbiteriano y el de mi padre un inmigrante obrero de fábrica, que llegó a los Estados Unidos como mozo de camarote desde los muelles de Londres y nunca perdió su acento cockney. La madre de mi padre era una abuelita de cuento: vestidos de flores, pelo blanco y fino, frente suave, jardín de flores y tarros de galletas. No hablaba mucho. La madre de mi madre fue importante para mí. Solía ir a verla en verano, cuando comenzó mi pasión por los caballos. Adoraba a todo el mundo, pese a tener una horrible fijación con las genealogías, y todo el mundo la adoraba. Imagino que debió haber sido agresiva para sus tiempos: sufragista activa, buena pero agobiante esposa del cura, aparentemente mejor abuela que madre. Incluso a los ochenta años le interesaba todo lo que pasaba en el mundo, y contaba historias maravillosas sobre su primera infancia en el Territorio Dakota. Le encantaban los pájaros y las plantas y los pedigrís y los oprimidos y tener un público. Sus historias románticas y probablemente exageradas tuvieron mucho impacto en mí.
A mi padre le gusta su trabajo. Le gustan los niños y él les gusta a ellos, pero en casa siempre ha sido una figura distante, un tanto melancólico, con la nariz metida siempre en un libro, aunque mi madre dice que antes de pasar tres años en el frente europeo de la Segunda Guerra Mundial era mucho más ocurrente y sociable. En algún sitio a mitad de camino agotó sus ambiciones. No es un fracasado, pero tampoco podrías decir que tuvo éxito. La vida que llevan les funciona, pero yo no podría soportar el aislamiento. Lo saben y les duele. Mi modo de vida les parece caótico, pero al menos parecen haber dejado de soñar con que me case con un profesor de universidad. Quizá mi hermana les haga más felices. Ella es mucho más tranquila y lista que yo. Tiene una beca completa para Radcliffe. No la vemos mucho. Ella y D no se llevan muy bien y a menudo tengo la sensación de que me tiene celos, aunque no sé por qué.
El apartamento de Waverly Place. Quinto piso, pequeño y mono con una cocinita escondida entre puertas de lamas, bañera rosa y azulejos verdes, una ventana grande en el único dormitorio. Yo dormía