Filosofía del perdón. Menéxeno. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Menéxeno
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9786078676330
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humano y sus relaciones.

      Los seres humanos complicamos las cosas de más. A veces la solución es simple en teoría, pero al momento de ponerlo en práctica muchos obstáculos provocados por el humano aparecen. El caso del perdón no es ajeno a este problema. En gran parte la razón por la cual mucha gente no perdona o es perdonada es obvia en un principio. El orgullo, el dolor, el rencor, la humillación, la agresión, entre otros, impiden que simplifiquemos el proceso del perdón. No es tan sencillo como uno creería.

      Hay más de lo que uno piensa a primera instancia. Cierto es que el ser humano impide y obstruye el ejercicio del perdón en su plenitud, pero ¿por qué lo hace? ¿Qué es lo que impide dentro del hombre que se lleve a cabo? ¿Qué es lo que nos hace tan complicados para que compliquemos las cosas? Examinar la naturaleza humana ayuda a obtener algunas respuestas.

      El ser humano y su anatomía psíquica

      El hombre puede ser dividido físicamente. «Esto es un brazo. Esto es una pierna. Esto, una mano». Podría decirse que algo parecido puede hacerse con el alma (psique) humana. «Estos son los sentimientos. Esto es la imaginación. Esta, la razón».

      Esta «división» que se hace a la psique humana permite que la entendamos mejor. Nos da nombres, circunstancias y relaciones que ayudan a explicar aspectos que sin ellos resultarían ajenos. Existen diferentes teorías que dividen de diversas formas al alma humana e intentan explicarla. Podría exponer todas las diferentes teorías que conozco. Sin embargo, la teoría que utilizaré es una visión antigua: los tres estados del alma. Esta teoría me permite relacionar la naturaleza humana con la dificultad del perdón.

      De acuerdo con Platón (en su libro La República) y otros filósofos de antaño, el alma humana tiene tres estados: logistikon (la razón), thymoeides (la irascibilidad) y epithymethikon (el apetito). Cada uno de estos estados permite entender las contradicciones internas que existen dentro del hombre. En ocasiones nuestras emociones, pensamientos e inclinaciones se confrontan entre sí generando conflictos internos.

      Yo puedo sentir el deseo de comer un chocolate por antojo (el apetito), pero, a la vez, sentir el deseo de no hacerlo (la razón) porque comprendo que ya comí cuatro con anterioridad y si como el quinto, mi estómago sufrirá. Alguien puede sentir el impulso de tomar unas papas de un supermercado (el apetito), pero a su vez el impulso de no hacerlo (la razón) porque lo que cree justo y no lo hace.

      Este tipo de contradicciones las experimentamos constantemente dentro de nosotros. Pero no podemos vivir en conflicto. Es bastante desgastante y nos hace sufrir. Normalmente, siempre nos decantamos por uno u otro con la finalidad de terminar el conflicto. Eso implica que, en ocasiones, lamentemos la decisión que tomamos por las consecuencias que se generan que en retrospectiva pudieron haber sido obvias y visibles para evitarse. Yo le regreso el golpe a alguien que me pegó primero porque, de forma impulsiva, quería hacerlo; después de un tiempo siento culpabilidad porque no deseaba hacerlo.

      Tenemos entonces dos conflictos iniciales en la persona. Por una parte, tenemos el conflicto de deseos e impulsos: Tengo hambre y quiero comer. Por otro, tenemos el lamento que en ocasiones se da después de la decisión (el famoso «hubiera hecho esto…»): No tenía hambre, pero tenía antojo y le hice caso a mi antojo. Las partes encargadas de estos conflictos son la razón y el apetito. Hay una tercera parte que funge como un intermedio entre las dos, la cual es jalada de acuerdo con la parte que se actúe.

      Cada parte del alma tiene su objeto de deseo. La razón se encarga de siempre buscar la verdad y amarla. El apetito se encarga de desear lo más inmediato. La irascibilidad tiene el papel de actuar como un intermedio entre ambos. Cada una desea algo diferente que provoca que se tengan deseos encontrados. Visto en un esquema, las partes del alma quedarían de la siguiente forma:

Alma tripartita de Platón
Partes del almaDesea
RacionalVerdad
IrascibilidadAutopreservación
ApetitoInstintos básicos

      ¿Por qué deseamos? ¿Por qué cada parte del alma tiene un deseo diferente que puede chocar con otro? El deseo nos mete en problemas porque siempre está presente. Para poder aprender a ponderar deseos y decidir mejor respecto a estos, se requiere explicar su naturaleza.

      El deseo

      El alma en sí no está dividida en partes. Es un recurso analógico utilizado para comprenderla mejor. Sin embargo, lo que se obtiene de estas partes del alma es que todas desean algo. El deseo es algo natural, no solo para el humano, sino también para los animales y plantas. Incluso puede decirse que el cosmos en general desea también. Todos desean algo.

      Resumido a grandes rasgos, deseamos porque estamos incompletos y buscamos completarnos. Necesitamos eso que nos falta para seguir existiendo. Este completarse no solo puede ser entendido como añadidura, sino también como resistencia. No nos da solo hambre, también nos dan antojos. Estamos bajo un desgaste continuo y el deseo es nuestro motor para preservarnos. Por eso todo se mueve.

      El deseo se encuentra en todo. Sin embargo, hay diferentes tipos o grados de deseos. No es lo mismo el deseo del mundo no animado al animado (no corresponde por el momento tratar sobre el deseo no animado). El deseo animado, por su parte, tiene diferentes grados. Están los deseos primarios o inmediatos: la alimentación, crecimiento y reproducción; los secundarios o intermedios como locomoción, sensación y apetitos; y los terciarios o abstractos: el deseo del deseo, la verdad, el bien.

      Cada deseo es diferente en cada organismo vivo de acuerdo a su complexión. No todos los seres vivos desean por igual. El filósofo Aristóteles (en el libro De Anima) atribuye los deseos primarios a las plantas, los secundarios a los animales y los terciarios a los hombres. Los deseos no se encuentran tan tajantemente definidos, a veces se extrapolan, pero sí se pueden reconocer con facilidad. El último tipo de deseo, el terciario, en su grado más alto, es exclusivo del ser humano. Corresponde ahora inspeccionar en qué consiste el deseo abstracto.

      El deseo y las relaciones humanas

      El ser humano se distingue de los demás animales por el nivel de complexión de su deseo. Además de poseer los deseos primarios y secundarios, el ser humano posee los terciarios, desea el deseo y la verdad explícitamente. Esto no significa que los demás animales no tengan este tipo de deseo. Lo tienen, no cabe duda, pero en un grado mucho menor.

      ¿Por qué sucede esto? Una respuesta es decir que sucede por evolución. Esta respuesta no abarca todo porque, finalmente, solo contesta en sentido descriptivo. Nos va detallando el proceso. Nuestros organismos se van acomplejando y con ello sus deseos. No explica realmente por qué sucede esto. Por lo pronto partiremos de que esta suposición es evidente. Utilizaré la exposición que da el filósofo Hegel respecto al deseo.

      Según Hegel, el ser humano es tan complejo que «desea el deseo» (esto se encuentra en su exposición de la dialéctica del amo y el esclavo, un apartado de La Fenomenología del Espíritu). El «deseo del deseo» básicamente consiste en el reconocimiento. Los seres humanos buscamos ser reconocidos por otros seres humanos. Es natural. Es más natural que busque ser reconocido a reconocer al otro.

      Que seamos reconocidos, confirma que existimos. Hay una frase atribuida al filósofo Berkeley, pero que es más antigua (se puede rastrear desde el pensamiento oriental): «si un árbol cae en un bosque y nadie está cerca para oírlo, ¿hace algún sonido?» Es decir, si no percibimos algo, ¿existe? Parece obvio contestar que sí y que es independiente de nosotros. Pero realmente uno mismo asegura, hasta cierto grado, la existencia de algo hasta que lo percibe con alguno de sus 5 sentidos: «ver para creer».

      De la misma forma, para que estemos seguros de que existimos y quiénes somos, necesitamos alguien que nos perciba. Deseamos que el otro nos desee, así nos reafirmamos. Es algo natural y no está mal. El problema se encuentra en la búsqueda desmedida del reconocimiento y en no reconocer al otro. Ciertamente, el mundo actual y las herramientas1 que nos ofrecen pueden problematizar este asunto (siempre hay que recordar que las herramientas son amorales; su uso, no).

      Todos buscamos ser reconocidos antes