—Regresen inmediatamente a puerto –transmitió el comandante–. Mantenga todo su personal el más absoluto secreto sobre el accidente.
Ustedes vuelven sin novedades. Toda la tripulación quedará aislada hasta que yo me reúna con ellos. No hablen con nadie.
—Comprendido, comandante Parker. Cambio y fuera.
— ¡Izar todos los botes...! –gritó el guardia-marina que oficiaba de ayudante del capitán Reed.
—El comandante Parker pide una reunión urgente con toda la tripulación. Embolsen todos los objetos y preparen un informe escrito con el mayor detalle posible de lo que cada uno vio, escuchó y pensó. Guarden secreto absoluto sobre esto. Ninguno puede hablar en el puerto con nadie sobre lo que vimos, ni siquiera con sus esposas o amigos. Ante cualquier pregunta, este viaje no tuvo novedades. No vimos ni sabemos nada de nada. ¿Entendido?
— ¡Sí, mi capitán! – la respuesta fue unánime.
Era un cuerpo preparado para servicios especiales y sus hazañas a veces sólo las conocían ellos y sus jefes. No era la primera vez que la rutina se cumplía. Sujetaron sus botes neumáticos y giraron rumbo a la Península de La Florida. Más precisamente, a la base naval de la DEA en Miami. El mar estaba tan calmo y retinto que la enorme lancha patrullera parecía volar sobre el agua. No cabeceaba ni escoraba. La tripulación estaba contenta. Volvían a casa...
El capitán Reed conversaba con sus oficiales sobre el reciente episodio. Lo encontraban muy extraño. En su profesión, la lucha más intensa estaba en el nivel de la inteligencia, en la capacidad de los estrategas en deducir y a veces adivinar lo que piensan sus enemigos, más que en la acción directa. Muchas veces encontraban las mejores pistas en hechos no rutinarios. Éste era uno de ellos.
El capitán Reed no sospechaba ni remotamente las consecuencias que tendría el rescate que habían realizado.
Capítulo 2
Sede central de la DEA – Miami
TODOS LOS objetos recogidos fueron entregados al comandante general de la DEA en Miami, John Parker. Éste pidió a la tripulación se reuniera con él en la sala de conferencias de la sede central.
Todos conocían al comandante... Tenía fama de ser enérgico y poseer la inteligencia más sutil y aguda de la DEA. Su cara cuadrada, el corto cabello algo canoso y su mirada penetrante como los ojos de un halcón, le daban un aspecto marcadamente especial. No pasaba del metro ochenta; aparentaba ser algo bajo frente a los demás agentes, algunos tan robustos que semejaban gorilas. Pero nadie se atrevería a decir que no era el oficial adecuado para sus funciones. Su dedicación a la lucha contra el narcotráfico era total. Tenía más de veinte años de experiencia. Lo respetaban tanto sus compañeros como sus enemigos.
Con deferencia y en silencio tomaron asiento alrededor de la mesa oval de roble canadiense bruñido, de más de cinco metros de largo. El comandante en la cabecera y el capitán Reed a su derecha. Era un privilegio ingresar a esa sala, algo así como el salón de los directores de un importante banco. Sólo que allí raramente se hablaba de dinero propio. Las palabras más usuales eran clorhidrato de cocaína, heroína, opio, narcodólares y otras por el estilo. Las paredes tenían mapas del mundo y de algunos países especialmente involucrados. Bolivia, Perú y Colombia estaban en un detalle a gran escala. El sudeste asiático y los Estados Unidos eran un tema aparte...
Todos tenían clavados grandes alfileres con cabezas plásticas de diferentes colores y una banderita con un código... Cada uno de esos alfileres era un dolor de cabeza para la DEA.
—Los felicito por su tarea –les dijo con la franqueza de un jefe orgulloso de su equipo–. Necesito que cada uno de ustedes me dé su opinión personal de lo que sucedió la noche de la explosión del avión sobre el mar Caribe.
El comandante miró a sus marinos y comenzó la eterna tarea de tratar de encender su pipa. Era uno de los elementos famosos de la DEA: la rojiza pipa de raíz de rosal del comandante. Mirando como maniobraba la pipa se podía dilucidar la situación general y el carácter del comandante Parker. Más que fumarla, la usaba como talismán de meditación.
—Señor, como oficial a cargo del radar le puedo asegurar que el avión era pequeño y volaba a muy baja altura. No emitía ninguna señal de radio y su trayectoria era normal. De ello deduzco que su estado mecánico era perfecto. No fue la causa de la explosión. Creo que se trata de una ejecución. La palabra “ejecución” sonó a los oídos de todos, especialmente del comandante, como una luz roja de alerta. El tema se ponía interesante.
—Estoy de acuerdo con el oficial Steve –dijo el guardia-marina que había recogido el cuerpo del piloto–. Cuando un avión se accidenta y explota por problemas mecánicos o cortocircuitos, el explosivo es el propio combustible, que precisamente no se almacena en el asiento del piloto ni huele a explosivos militares... He recogido los restos del cuerpo. Al piloto de este avión lo mandaron al otro mundo con una bomba que podría ser de TNT. Yo lo utilicé en Vietnam y conozco tanto su olor como sus efectos. Hasta el color de la explosión coincidía con el de las bombas militares. En mi opinión fue ejecutado con una exagerada carga de trilita colocada en sus espaldas y accionada por un detonador electrónico silencioso y preciso, de los que se usan ahora. Las joyas de los terroristas.
El capitán Reed, tomando la palabra mientras tamborileaba los dedos sobre el escritorio de roble, les dijo con voz cargada de experiencia: –Coincido con mis muchachos. Son expertos y no se engañan fácilmente. Todos tenemos experiencias militares y sabemos distinguir una explosión de TNT de la de un tanque de combustible de aviación. El olor que quedó flotando sobre el mar nos recordó un campo de batalla. Sin duda, el explosivo era militar, no del tipo usado en voladuras de la industria minera.
—Debo agregar que volar como lo hacía ese piloto era suicida. Lo hacía casi a ras del agua, tanto que salió en la pantalla del radar sólo un instante antes de la explosión, al estilo de los cazas argentinos en la guerra de las Malvinas. Sin duda era un excelente piloto para poder volar con ese avioncito, de noche, sin siquiera la luz de la luna sobre el mar abierto y casi rozando las olas. Deduzco de su conducta que no era un vuelo autorizado sino del tipo de los contrabandistas y más seguramente de los narcotraficantes.
Hizo una pausa reflexiva y concluyó:
—Estoy seguro de dos cosas: primero, que el piloto era de nivel extraordinario; segundo, que el accidente fue intencional. Más que accidente fue una ejecución.
Un silencio para la meditación; todo era muy denso... El comandante mordió la pipa entre sus incisivos y preguntó: –De lo rescatado, ¿qué les llamó más la atención? mientras se quitaba la pipa y prensaba el tabaco con un dedo, sin mirarlo.
—En primer lugar, los pedazos del cuerpo del piloto. Creemos que su cabeza está completa por el casco y por haber estado más alejada del explosivo. De su cuerpo sólo tenemos los brazos unidos por los hombros y cubiertos por una campera de cuero marrón más bien oscuro, hecha tiras, con un bordado en la espalda que no se puede identificar. También tiene colocado en el cuello un crucifijo muy bonito, al parecer antiguo, sujeto por una gruesa cadena de oro, y en su mano derecha, un anillo con una piedra que brilla mucho. No sé su nombre, nunca me interesaron las joyas... En su muñeca izquierda tiene un costoso reloj que tampoco le quitó la explosión. El casco negro es fantástico; pintada a mano en la parte frontal tiene un águila real con las alas abiertas, como si fuese su emblema.
El comandante Parker sintió un aguijonazo en su cerebro al oír la palabra “águila”. Presentía algo muy importante; pero no dijo nada. Siguió escuchando los pormenores que cada marino aportaba.
Todo fue grabado para su posterior análisis.
—Comandante –interrumpió un marinero–, a mí me tocó recoger de las aguas el tablero de instrumentos del avión, separado del fuselaje por la explosión. No soy experto en aviones, pero creo que ese tablero no corresponde a un avión pequeño como cree el oficial Steve. Por su tamaño y equipamiento creo que el avión es del tipo del Falcon, del Citation o