Lencinas, Hugo Ernesto
De las negras a las rojas manos / Hugo Ernesto Lencinas. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-0683-2
1. Novelas. 2. Narrativa Argentina. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
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INTRODUCCIÓN
Desde el año 1.875 a 1.950 buscando nuevos horizontes, se ha producido una importante inmigración transoceánica proveniente de Europa a la Argentina, donde la región pampeana ofrecía todo tipo de tareas rurales. Esto se desarrollo en diversos periodos migratorios, teniendo en cuenta el contexto político-economico de los Países del viejo mundo.
Esta historia esta relacionada precisamente con inmigrantes llegados de aquellas épocas, donde se establecieron en un pueblo adaptándose a las actividades sociales y culturales aportando lo suyo que no era poco, ni despreciable.
A través del tiempo y desde épocas milenarias los mitos y leyendas formaban parte de la convivencia familiar, recorriendo varias generaciones, vulneradas quizás por la realidad que reclama insistentemente su revelación. Interpretar los misterios nos lleva a indagar profundamente un hecho, donde se busca el sujeto y el motivo especial que lo produce y lo hace extraño sin encontrar explicación algúna.
En un pueblito o como también sabemos llamarlo colonia, denominado “Las Perdices” que he seleccionado para esta historia, donde los hechos y personajes forman parte de la ficción. Hay caminos comuneros adornados por hileras de eucaliptos, trigales en los campos, chañares y centenarios nogales. Sus calles arenosas con veredas que en algúnos casos se confunden con la misma calle y otras demasiadas altas con postes para atar los caballos sobre todo en esquinas. Su plaza muy prolija adornada de pájaros, observada fijamente por la capilla y el comisionado local. No existía en el pueblo la energía eléctrica, tan solo algúnas viviendas tenían el conocido molinete que cargaban baterías y así tener luz y radio sintonizando onda corta emisoras de Buenos Aires, Córdoba o Santa Fe. También estaba la propaladora del pueblo, con propagandas, convocatorias, noticias y avisos de solidaridad. Durante el día cobraba vida el movimiento pueblerino, para pasar a una aletargada noche, el chistido de las lechuzas y de los murciélagos. En el verano expresaban su canto los grillos y las ranas después de la lluvia, pero el silencio gobernaba la noche, expuesta a ser interrumpida por algún misterio sin revelar. Así es este pueblo del cual saldrán las historias que nos acompañarán.
Corría el año 1.930 mientras la vegetación comenzaba a vestirse de primavera emergiendo la sabia nuevamente para ayudar al amor a renacer y convivir en un mapa de jardines llenos de flores, pájaros y calles con amores inspirados. Por las mañanas las chimeneas humean el calor hogareño y los obreros salen a ganarse el pan con su sudor diario, en un pueblo tan pequeño que de un pedalear se recorren todas sus cuadras.
Enamorarse en un pueblo tiene una percepción bucólica, donde a veces se hace imposible que no suceda, sería como ir detrás de nosotros mismos o relevar nuestra sombra para que descanse un rato. No seria extraño que el amor sea foráneo y entre al pueblo con su caballo coqueto sin olvidar pasar por algún boliche o almacén de ramos generales. Por eso hago referencia al amor que es llegado de otro pago con gran entusiasmo a ver su paisana, para las tortas fritas, charlas y cuentos. Donde luego se transfiere el mensaje novedoso y misterioso, que podría ir del panadero al placero o del carpintero al viajero, donde al vuelo de dos pájaros antes de posar…. se sabe todo. La inocencia de la gente se plasma en el trabajo y la vida familiar, teniendo como entretenimiento algúna novela de radioteatro, el truco y la taba.
Aquí en este pueblo humilde, se desarrolla la existencia de una mujer muy joven cuyo perfil revolucionario la lleva a desarrollar una obra de bien, ante una demanda social desconocida por ella, por su inocencia.
Carmen era una niña muy especial de bajo perfil, rebelde con un mundo interior nada fácil de descifrar. No tenia hermanos y los grandes conflictos con su padre la llevaron a mostrar su misterio, su taciturna mirada, pero que a la vez era abierta a las amigas y vecinos. Morocha, sus grandes ojos expresivos iluminaban su juventud y su felicidad que a veces se veía empañada por nubes traviesas del amor y el capricho de sus 14 años inocentes, mezclando ilusiones con alucinaciones que ella misma iba depurando sin darse cuenta. Martina (su madre) poseía una gran armonía con su hija, llevándola a los quehaceres domésticos y tratar de concretar satisfactoriamente el dialogo padre-hija que rara vez terminaba bien. El padre de Carmen (don Francisco) era un hombre rudo muy conflictivo apasionado por la corrección y rectitud. Francisco trabaja en el campo con Ceferino su patrón, ambos eran molineros hacían perforaciones. Luego estaba el sacerdote del pueblo, el padre Juan, amigo de la familia, promovía la fe al pueblo en la capilla San Cayetano. También en escena estaba Lautaro, aquel niño muy travieso que vivía con su tía Clara. Lautaro había estado en un patronato donde un día escapo y andaba por el pueblo asumiendo los daños que cometía. Por otra parte el comisario representando la autoridad del pueblo (don Miranda) también amigo, pero fiel a la ley, en una comunidad de 400 habitantes no había mucho que escribir e investigar.
CAPITULO I
En una vivienda humilde de Las Perdices (sur de Córdoba), desprende alegría la mañana, con el canto de los pájaros en la pajarera, mientras el perro en la galería se despereza y las aves salen a buscar algún resto de cereal del día anterior. Martina lava la ropa en un fuentón con el incesante refriegue de su tabla de lavar, Carmen va tendiendo las prendas mientras murmura en silencio y pregunta: Madre, ¿has pensado en mis 15 años? Martina sorprendida y terminante : ¡NO!... Quiero hacer una lista de invitados porque faltan 30 días para mis quince. Martina, si hija espero sean las amigas mas cercanas, tu padre no quiere extraños en la casa. Son apenas cinco amigas madre, mas los primos que no pasan de cuatro por este lugar, quiero una inmensa torta con mucho chocolate y bailar el vals con el acordeón de don Cortez, nuestro buen vecino y por supuesto el asado para los grandes. Desviando la vista Martina responde: niña por ahora pensemos en terminar con el lavado, veremos en estos días que coordino con tu padre y tienes que pensar que siempre hay gastos comprometidos. ¡Esta bien madre! Doña Martina ya asumía una nueva carga que la sentía simplemente por el efecto de su esposo, ella sabia perfectamente que este tema del cumpleaños necesitaba de un análisis exhaustivo por Francisco, para después poner en acción toda la actividad necesaria al evento. Es decir que Martina no estaba en condiciones de confirmarle a su hija la modalidad de la fiesta. Martina, escalando ordenes: bueno tiende eso que falta hija, y ya terminamos. ¡Estrujando con fuerza la camisa de su padre, bueno madre ya termino! Martina: hay que pelar algunas papas y preparar verduras, hoy viene a almorzar tu padre y debe venir apetitoso. -Carmen: ¿apetitoso? Y cargoso, ya me tiene cansada con eso de las uñas, yo me las pinto igual. Ya se siente el crujir de un carro, mientras mueve la cola el guardián de la casa, al rato: ¡hola niña como anda usted! ¡hola padre trabajando un poco! suena la tibiez de un beso paternal y Francisco entra a la casa ¡hola Martina que lindo huele la cocina! Un beso de llegada habilita el dialogo matrimonial. Martina, levantando la tapa de la olla: he preparado un rico puchero, presumía tu apetito. Francisco colgando su sombrero mientras se dirige al lavatorio: muy bien mujer, allá en el campo la cocina se nos hace difícil, estamos solos con Ceferino y cuando llega la hora de comer, se agarra lo que hay y a veces no hay nada. Ayer por ejemplo pusimos a la parrilla una picana de avestruz y un trozo de pan casero que había sobrado el día anterior. Martina: bueno hombre, el lunes te doy algo de carne y papas para que lleves, al menos para dos días tendrán. Francisco: ¡NIÑA A COMER! Después de un aletargado tiempo, Carmen se arrima a la mesa y antes que su padre comience sus órdenes, ella coloca los cubiertos, platos y vasos, el almuerzo transcurre silencioso y Carmen se va a la sombra de una enredadera a lavar los platos en una tina. La tarde tiene un sabor a esperanza y a un ansioso veredicto para Carmen, que no desea la llegada de nadie y que tiene en vilo la respuesta de su padre respecto a su cumpleaños. Pero