Caleb. Él había estado allí, mirándola desde arriba. Ella había sentido como su mundo se desvanecía y le había pedido. Conviérteme, se lo había rogado...
Caitlin levantó sus manos y palpó las dos marcas en el costado de su cuello, y se dio cuenta que él la había escuchado.
Eso aclaraba todo. Caitlin se paró de un salto. Estaba claro, había sido convertida. La habían llevado a alguna parte, probablemente, para su recuperación, probablemente bajo la mirada vigilante de Caleb. Se tocó los brazos y las piernas, torció su cuello, palpó su cuerpo...
Se sentía diferente, no tenía duda. Ya no era la misma de antes. Sintió una fuerza sin límites corriendo por ella. Un deseo de correr, de correr a velocidad, de atravesar las paredes, de saltar en el aire. También sintió algo más: dos protuberancias leves en la espalda detrás de sus omóplatos. Eran muy sutiles, pero las sentía. Alas. Ella sabía, sentía, que si fuera a volar, se abrirían.
Caitlin cayó embriagada por su fuerza que apenas descubría. Desesperadamente, deseaba probarla. Se sentía encerrada, no tenía idea de cuánto tiempo había estado allí - y quería saber cómo era esta nueva vida. También sintió algo más que era novedoso: el sentido de la imprudencia. La sensación que no podía morir. Que podía cometer errores estúpidos, que tenía vidas infinitas para probar. Quería llevar las cosas al límite.
Caitlin se volvió y miró por la ventana al cielo nocturno . La ventana tenía un amplio arco, no tenía vidrio, y estaba abierta a los elementos. Típico de un antiguo claustro medieval.
En el pasado, la anterior, la Caitlin humana habría dudado, habría pensado lo que iba a hacer, habría dudado. Pero la Caitlin vuelta a nacer no tenía dudas. Prácticamente al segundo que lo pensó, tomó carrera directamente hacia la ventana.
Con unos pocos pasos, Caitlin saltó al alféizar de la ventana y se lanzó en el aire.
Una parte de ella, algún instinto, le dijo que una vez que estuviera en el aire, brotarían sus alas. Si estaba equivocada, se desplomaría cientos de pies en la tierra. Pero la Caitlin vuelta a nacer sentía como si nunca más podría equivocarse.
Y no lo estaba. Cuando Caitlin saltó hacia la noche, sus alas brotaron desde detrás de sus hombros y sintió la emocionante sensación de volar, de deslizarse por el aire. Estaba encantada con sus alas anchas y largas, estaba encantada de sentir el aire fresco y limpio de la noche en su rostro, su cabello y su cuerpo. La luna estaba tan llena y tan grande que iluminaba la noche como si fuera de día.
Cuando Caitlin miró hacia abajo, se le concedió una vista de pájaro. Había sentido la presencia del agua y había tenido razón. Estaba en una isla. A su alrededor, en todas direcciones, se extendía un río enorme y hermoso, sus aguas estaban tranquilas, iluminadas por la luz de la luna. Era el río más ancho que jamás hubiera visto. Y, en el medio, estaba la pequeña isla donde había dormido. Era una pequeña isla, de poco más de una docena de acres, en un extremo se erguía un castillo escocés desmoronado, parcialmente en ruinas. Un espeso bosque ocupaba totalmente el resto de la isla.
Mientras Caitlin volaba por arriba y por debajo de las corrientes de viento, girando, bajando en picada y planeando, rodeó la isla nuevamente. El castillo era enorme, se veía magnífico. En partes lucía desmoronado, pero otras, las ocultas a la mirada, en el interior, estaban perfectamente intactas. Había patios interiores y patios exteriores, murallas, torres, escaleras de caracol, y más y más acres de jardines. Era lo suficientemente grande para albergar un pequeño ejército.
Cuando descendió, notó que el interior del castillo estaba iluminado con antorchas. Y había gente pululando alrededor. ¿Eran vampiros? Sus sentidos le dijeron que lo eran. Su propia especie. Caminaban alrededor interactuando entre sí. Algunos estaban entrenando, luchaban con espadas, jugaban. La isla estaba rebosante de actividad. ¿Quiénes eran estas personas? ¿Por qué ella estaba aquí? ¿Ellos la habían acogido?
Cuanco Caitlin concluyó su círculo, vio la habitación de la que había saltado. Se había estado quedando en la parte superior de la torre más alta que daba a una gran muralla, una terraza amplia y abierta. Sobre la terraza, había un vampiro solitario. Caitlin no necesitó volar más cerca para saber quién era. Ya lo sabía en su corazón y en su alma. Ahora, su sangre corría por ella, y lo amaba con todo su corazón. Y ahora que la había convertido, lo amaba con algo más que amor. Sabía que, aun desde esta distancia, que la silueta solitaria fuera de su habitación era Caleb.
Su corazón se disparó al verlo. Él estaba aquí. Estaba realmente allí. Esperando, justo afuera de su habitación. Debió haber estado esperando que se recuperara. Todo este tiempo.
¿Cómo saber cuánto tiempo había pasado? Él nunca se había ido de su lado. Inclusive con todo lo que había pasado, con todo lo que estaba pasando ahora. Ella lo amaba más de lo que podía creer. Y ahora estarían juntos para toda la eternidad.
Él estaba allí, inclinado sobre la muralla, miraba hacia abajo en el río, se veía preocupado y triste.
Caitlin se lanzó directamente hacia él, quería sorprenderlo e impresionarlo con su habilidad recién descubierta.
Con sorpresa, Caleb miró hacia arriba y su rostro se iluminó de alegría.
Pero al aterrizar, de repente algo salió mal. Sintió que perdía el equilibrio, perdía control. Como si estuviera entrando demasiado rápido y no pudiera reducir la velocidad a tiempo. Al posarse sobre la muralla, su rodilla topó con la piedra y aterrizó con demasiada fuerza, cayendo sobre la piedra.
"Caitlin" Caleb exclamó y corrió hacia ella.
Caitlin yacía sobre la piedra sintiendo un nuevo dolor correr por su pierna. Estaba bien. Si hubiera sido la anterior Caitlin, simplemente un humano, se habría roto varios huesos. Pero esta nueva Caitlin sabía que iba a recuperarse, recuperarse rápidamente, probablemente en cuestión de minutos.
Pero estaba apenada. Había querido sorprender e impresionar a Caleb. Ahora se veía como una idiota.
"Caitlin", él le preguntó nuevamente, arrodillado a su lado, poniendo una mano sobre su hombro. "¿Estás bien?"
Ella lo miró y le sonrió tímidamente.
"Bonita manera de querer impresionarte," dijo ella, sintiéndose como una tonta.
Pasó su mano por el costado de su pierna y palpó su herida.
"Ya no soy más una humana", le espetó. "No tienes que preocuparte por mí."
Inmediatamente se arrepintió de sus palabras, y su tono. Se escuchaba como una acusación, casi como si lamentase haberse convertido. No había querido expresarse con un tono áspero. Por el contrario, amaba sus detalles, le encantaba que aún fuera tan protector. Habría querido darle las gracias, decirle todo esto y más pero, como de costumbre, la había regado, y dijo exactamente lo incorrecto en el momento incorrecto.
Qué terrible primera impresión como la nueva Caitlin. Todavía no podía mantener la boca cerrada. Era evidente que algunas cosas nunca cambian, ni aún con la inmortalidad.
Ella se sentó, y estaba a punto de poner la mano sobre su hombro y pedirle disculpas, cuando de repente, oyó un gemido y sintió una nube peluda en su rostro. Se echó hacia atrás y se dio cuenta qué era.
Rose. Su loba cachorro, Rose saltó a los brazos de Caitlin. Rose gemía de la emoción y lamía toda la cara de Caitlin. Caitlin se soltó a reír. Le dio un abrazo a Rose, la hizo hacia atrás y la miró.
Seguía siendo un cachorro, pero Rose había crecido y era más grande de lo que Caitlin recordaba. Caitlin recordó cuando vio a Rose por última vez, en la Capilla del Rey, tirada sobre el piso, sangrando, con un disparo de Samantha. Había estado segura que Rose había muerto.
"La libró", dijo Caleb, como siempre leyendo su pensamiento. "Ella es fuerte. Al igual que su madre", añadió con una sonrisa.