Dime una adivinanza
Tillie Olsen
DIME UNA ADIVINANZA
Traducción de
Blanca Gago
Prólogo de
Jane Lazarre
Epílogo de
Laurie Olsen
las afueras
Título original: Tell Me a Riddle
© 2013 by the Board of Regents of the University of Nebraska
Con el permiso de Tillie Olsen Trust y Frances Goldin Literary Agency, a través de International Editors’Co.
Los cuentos que componen la antología Dime una adivinanza se publicaron entre 1956 y 1960 en las siguientes revistas y publicaciones:
«Aquí estoy, planchando», Pacific Spectator, núm. 10, invierno de 1956
«¿Qué barco, marinero?», New Campus Writing, Nolan Miller (ed.), Nueva York, Bantam, 1957
«Oh, sí» se publicó bajo el título de «Bautismo» en Prairie Schooner, núm. 31, primavera de 1957
«Dime una adivinanza», New World Writing, núm. 16, 1960
© del prólogo, Jane Lazarre, 2019
© del epílogo, Laurie Olsen, 2013
© de la traducción, Blanca Gago, 2020
© de esta edición, Editorial las afueras, 2020
Av. Diagonal, 534, 2º 2ª
08006 Barcelona
www.lasafueras.com
ISBN: 978-84-121457-7-9
Diseño de la colección: Hermanos Berenguer
Imagen de la cubierta: Elena Hormiga, 8 de marzo, 2019 (detalle)
Maquetación: María O’Shea
A mi madre (1885-1956)
Volver a Tillie Olsen, por Jane Lazarre
Tillie Olsen es una de las escritoras más influyentes en la literatura americana y, desde luego, en mi propia escritura; una presencia maternal tanto en su obra literaria como en nuestra amistad, que se prolongó desde 1975 hasta su muerte, en 2007. Ahora, con ocasión de esta nueva edición de su obra en español que publica la editorial Las afueras, me propongo reivindicarla. No para mí, aunque yo misma me incluya entre los destinatarios; no para el mundo entero, aunque ella pertenece legítimamente a las multitudes, sino, sobre todo, para aquellos que, en cualquier parte, lucharon contra cualquier forma de injusticia que se encontraron, ya fuera individual o colectiva. Quiero reivindicarla por todos aquellos que intentaron inclinar el arco del universo hacia la justicia, tal y como en su día defendió Martin Luther King.
La obra de Tillie Olsen se inscribe dentro de una tradición del radicalismo judío centrada en la lucha por la justicia económica, racial y de género. Una lucha que supone para los judíos una carga y un privilegio. Los dos aspectos se encuentran arraigados en el conocimiento de la historia de la opresión y la supervivencia, en la convicción de que ambas experiencias requieren grandes dosis de empatía y activismo. Por encima de los antiguos rituales, por encima de la fe religiosa, esa debe ser nuestra herencia más preciada. Al consagrar su vida literaria y personal a estos valores, Tillie Olsen se convirtió en una gran escritora de la experiencia de la maternidad. Tanto en sus ensayos, muy personales, como en la extraordinaria prosa poética de los relatos que conforman este libro, su obra sondea las capas más profundas de una experiencia capaz de conjugar el amor más inquebrantable con el trabajo más exigente y agotador, la devoción con la ira, el poder con la impotencia. Para Olsen, las condiciones de nuestra vida interior y nuestra vida en sociedad —con las actitudes sobre raza, clase y género que estas implican—, están entretejidas de forma inexorable. Como ella misma escribió en uno de sus innovadores textos periodísticos, «el siguiente gran paso de la humanidad debe ser no solo el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, sino el establecimiento de los medios —sociales, económicos, culturales y educativos— para impulsar y hacer posibles dichos derechos.»1
A través de su escritura, así como del apoyo que brindó a otros escritores, Tillie Olsen se unió a esa lucha mediante la palabra.
En «Dime una adivinanza», una extraordinaria novela corta, Eva, una mujer de sesenta y nueve años —una edad que, en esa época, la convertía en anciana—, está a punto de morir. A lo largo de la historia, su marido apenas se dirige a ella por su nombre, sino por otros nombres cargados de desdén —doña oradora sin aliento, doña iluminada—, y cuando le pregunta amargamente: «¿Aún crees que eres una agitadora de la Revolución de 1905?», ella le responde: «Mirar atrás y aprender qué es lo que humaniza a los hombres, eso hay que enseñar. Destruir todos los guetos que nos dividen —sin volver atrás, sin volver atrás—, eso es lo que hay que enseñar».
Una vez confinada en un lecho hospitalario y diagnosticada de cáncer terminal, su hija le dice que «un hombre de Dios» ha venido a su cama para darle consuelo. «El hospital les da una lista —dice la hija—, y tú estás en la lista de los judíos». Pero Eva, aunque débil, aún se guía por la pasión que la caracteriza y por su viva y valiosa memoria, y responde sin contemplaciones: «Ahora mismo ves y que lo cambien. Diles que escriban: raza, humana; religión, ninguna».
«Y a pesar de todo seguía creyendo», dice su marido hacia el final del relato, en los últimos momentos de su vida. Quizá, para entonces, ella ya no puede escuchar cómo, por fin, él la llama por su nombre, Eva, y le pregunta: «¿Acaso sigues creyendo?».
«Oh, sí» es un relato de amistad y separación racial. Una niña blanca y una niña negra son amigas hasta que alcanzan una cierta edad y entonces, con «un presentimiento de comprensión», la madre se da cuenta de «cómo las separan». La historia se escribió mucho antes de que Toni Morrison acuñara la expresión «presencia africanista» como punto de inflexión formal de buena parte de la literatura americana blanca, para describir aquellos encuentros entre personajes blancos y negros en los que «las personas de raza negra desencadenan momentos críticos de descubrimiento o de cambio o de énfasis en la literatura no escrita por ellas»2. Quizá Olsen percibiera la naturaleza de esos momentos de manera que la niña blanca, que no está acostumbrada al poder de las emociones expresadas en la iglesia de negros donde acude la familia de su amiga, se ve abrumada por una serie de sentimientos encontrados y se desmaya. Más tarde, ya en la adolescencia, cuando ambas chicas están en sus respectivos mundos separados, la hija pregunta a la madre: «¿Por qué tiene que importarme?» La madre la acaricia y trata de calmarla mientras piensa: «Que te importe implica que haces algo. Es un largo bautizo en los mares de la humanidad, hija mía. Y mejor sumergirse en ellos que vivir sin que nada te conmueva».
Mediante el uso de oraciones fragmentadas y una gramática muy específica, Tillie Olsen consiguió respecto a la sintaxis y la flexión de la lengua yidis3 lo mismo que Toni Morrison y James Baldwin lograron al desvelar la poética de la lengua de los negros. De ese modo, Olsen impele a los lectores a leer esa lengua moldeada por el uso de los siglos como una forma no solo de comunicación, sino también de poesía. La poesía, en efecto, debe considerarse, en parte, como una forma de encontrar en el habla ordinaria una imaginería y un conjunto de alusiones capaces de sumergirnos en las profundidades de la conciencia. Como esas criaturas marinas que arrastran consigo montones de conchas, algas y arena que van encontrando en su camino, las palabras exactas y las frases rítmicas se nos quedan pegadas a la piel y penetran en nuestras almas.
Las siguientes palabras acompañaron el anuncio del Premio Rea, otorgado a Olsen en 1994: «La autora [combina] la intensidad lírica de un poema de Emily Dickinson con el alcance de una novela de Balzac»4.
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