La bordadora de sueños. Lía Villava. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Lía Villava
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786078676309
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a la mesa. Con curiosidad le preguntó a doña Carmen:

      —¿Qué dicen de mí en el pueblo?

      —¿De veras quieres saber?

      —Sí, Carmen, dime por favor.

      —¡Uy! Pos ya que preguntas. Al principio pensamos que eras el clásico gringo retirado, y como acá les rinde más su pensión, seguro eras alcohólico y solitario.

      Luego que conseguiste a los perros, nos dio por pensar que eras buena gente.

      ¡Ah! Pero como dan guerra los malvados…

      —Sigue, Carmen.

      —Ya luego nos fuimos acostumbrando a tu persona, ya ni lo güero y gordo te vemos. Aunque nos seguimos burlando de tu español.

      Hasta el padre dejó de criticarte.

      —¿Me criticaba el padre?

      —¡Ay! Si te contara. Me decía que esta casa estaba maldita, porque no eres creyente. No fueras a ser el mismísimo demonio.

      —¿Y tú que le decías, Carmen?

      —Ora verás, fue a principios de año, que me le enfrenté al curita ese, y le dije:

      «Mire Padre, el gringo no es malo, si no cree en nuestro Dios por algo será, pero yo me he dado cuenta que su dios está en los libros que lee y en lo que escribe. Y pos allá él y su religión. ¿Qué no nos dice usted que seamos tolerantes con nuestros prójimos? Pos empiece a practicarlo».

      El gringo soltó una carcajada y llamó a sus perros.

      Acarició a Satanás, sentado a sus pies, y le dijo a Carmen.

      —Tú sí me conoces, mujer.

      Eternidad

      Eternidad es cuando tu hijo llora de hambre y se te han secado los pechos.

      La madrugada cuando los paramilitares nos hicieron la emboscada mientras ayunábamos por la paz.

      El momento en el que buscas a tus muertos con la esperanza de no reconocerlos.

      El lapso entre la conquista y el ahora.

      Es ser niño y desear llegar a adulto, es ser adulto y cruzar a la vejez.

      La distancia entre nuestra lengua y la de los ministerios públicos. El sendero para llegar a la armonía de nuestros pueblos.

      El espacio entre la confianza y la duda.

      El camino desde nuestras comunidades a la capital.

      Es el hermano con tuberculosis hasta llegar a un Centro de Salud.

      La brecha entre mis manos y tu sonrisa.

      El corazón y la palabra sincera.

      El puente que cruza las fronteras del racismo.

      Es el momento puntual de llegar al cielo y ser recibido por tu nombre.

      Padre

      Tú tan sólo te moriste y a nosotros nos dejas huérfanos de sueños.

      La ausencia se instala en lo cotidiano, se sienta en el sillón de orejas y fuma lentamente contaminando el espacio de la desazón.

      Ya no abres tu casita feliz, vestido de sonrisa, extendiendo con tu mano la jícama de bienvenida, te llevaste contigo, los «¿qué te ofrezco, güerita?».

      Cerraste el periódico sobre la mesa, ya tus ojos no lo leen.

      El cajero del súper te extraña, nosotros también.

      Y tu mujer come sola, se le atraganta la pregunta, «¿te tomaste tus medicinas, Fernando?», nadie le responde, el silencio se instala, habita el dolor que se apoltrona a sus anchas.

      Eres una imagen más de las tantas de familia que con amor coleccionaste.

      Se nos fue el padre, el marido, el hermano, el amigo, el abuelo de la selva impenetrable, el señorón a todo dar, a veces molesto de cargar con su vejez que nunca previó.

      Te busco en las estrellas de la noche y te saludo «hola, papucho», en una ocasión nos respondiste y luego, la nada.

      Mis piernas no saben apoyarse en la ausencia, mi hijo vuela a las dos semanas de tu muerte, nuestra muerte, algo en nosotros también murió y Arturo se lleva de equipaje la pena, para abrirla poco a poco en su nueva vida.

      Y mi mascota fallece también, después de diez años de compañía, de recibirme feliz por el simple hecho de verme; y ya no la miro, se ha ido contigo, son tantas despedidas que apenas me reconozco en medio de tanto dolor. Ya no me cobijan tus ojos azules, ni volverán a leer mi libro inédito que tanto te gustó, se queda inmóvil en tu buró, esperando que regreses.

      Siento que la muerte me observa de frente e intento darle la vuelta, pero reaparece, callada, fría, tiesa.

      Mi hermana que vive cerca, está lejos, nos asusta tanto dolor y pasé a ser «la grande» sin desearlo.

      No quiero ver a nadie, no soy buena compañía, algunos creen que mi pena es contagiosa y marcan sus distancias.

      Me pregunto ¿qué será de mí cuando falte mi madre?, ¿quién me dará la receta del pavo de Navidad?, ¿quién nos dejará los mensajes escritos a mano?

      Amores que se van, a no sé dónde. Y entre tantas pérdidas quisiera que se perdieran los recuerdos dolorosos, tirarlos al fondo del mar y encontrar una botella flotando que me indique hacia dónde seguir.

      Mientras, sobrevivo atada a la fe, la niña abandonada se aferra a sus amores que la sostienen y que aún no se desilusionan.

      Y me dejo llevar por la vida, ésa que fluye aun cuando siento que la mía está detenida.

      Pesadilla

      Durante las noches de invierno, la neblina habita el pueblo y en aquella ocasión las brazas del fogón tiritaban de frío.

      Itzel, famosa por sus sueños, tiene la facilidad de trasladarse hacia otros y a nadie extraña que se aparezca en ellos.

      Sobre su regazo descansaba el bordado.

      Esa vez salió a perseguir una pesadilla, con la intención de capturarla en los oscuros tejidos de la noche.

      Sobrevoló la choza de la comadre Valentina y fue tendiendo una fina red de hilos azules.

      El sueño desobediente se escondió junto al río, Itzel, sigilosa, siguió sus huellas, que confundió con las de un coyote que venía a cuidar a su patrón.

      Cuando estaba lista para atraparlo, el animal le peló los dientes y espantada retrocedió.

      Se sintió perdida y comenzó a caminar alrededor de la aldea.

      Quienes la vieron, dicen que estaba como ausente, parecía sonámbula y así han transcurrido varias lunas, sin dar con él.

      Hace varias semanas que duerme con un hilo amarrado a la mesa, para sujetar sus alas, y la sorprende el amanecer con los ojos en blanco.

      La fotografía

      María le toma el hombro a su madre para recordarle que cuenta con ella. Ayer la había vuelto a escuchar llorando encerrada en la habitación de costura.

      Esa noche cuando María se fue a dormir, no pudo conciliar el sueño, sabía que muy probablemente tendría otro hermanito, ya eran seis y los dos últimos que habían perdido.

      El verano anterior, cuando comenzaron los dolores del parto, la madre la mandó llamar y le dijo «no hay tiempo, pon agua a hervir y saca las sábanas de lino que están en la parte alta del ropero».

      Ella