No sé cómo animarlo, así que le suelto que todo irá bien y que tenga esperanza, que tal vez esos días vengan bien para que se echen de menos. La verdad es que me entran ganas de acompañarlo a casa y decirle que desempolve la Play para echar unas partidas al juego que sea, pero como antes decía, esas medicinas ya no curan igual que hace años del mismo modo que ahora tres o cuatro cervezas provocan que a la mañana siguiente te despiertes con una tonta sensación de resaca.
Cuando llego a casa me pego una ducha y me cuelo entre las sábanas para abrazar con fuerza a Lidia. Lo cierto es que ver tan de cerca el abismo hace que aprecies lo que tienes en casa y sepas que cada conquista del pasado no te asegura el éxito en el presente. No importan los trofeos de tu palmarés, ya que cada jornada comienza un nuevo partido para el que no puedes despistarte. Las yemas de mis dedos inician un ligero patinaje que provoca un estremecimiento en la piel de Lidia. Beso dulcemente su cuello hasta despertarla, pero el pequeño placer que la invade logra que no se enfade por robarle el sueño. Mis labios continúan resbalando por su vientre y la libero de su ropa interior. Entonces, caigo en el vaivén de sus caderas buceando entre sus muslos mientras ella se muerde una mano para evitar que un grito llame a la puerta del cuarto de Marc… y luego subo hasta su boca que muerde la mía. Después, gira y se lanza sobre mí, con las manos apoyadas en el cabecero de la cama. Está salvajemente preciosa. Yo podría quedarme a vivir ahí adentro. Eternamente. Feliz.
Aceleramos, sudamos, volvemos a girar el timón de nuestros cuerpos varias veces hasta que, finalmente, caemos rendidos con los ojos clavados en el techo, exhalando media vida a través de una respiración entrecortada que poco a poco recupera el resuello, sintiendo volver el aliento mientras nuestras cabezas se ladean para que las miradas vuelvan a besarse.
Felicidad. Pura felicidad no comparable a nada.
En ese instante, Marc rompe a llorar. Le digo a Lidia que descanse, que ya voy yo para compensarle el haberla despertado. Ella me dice que tengo que quedar más con Hugo si voy a volver así de animado, y se duerme con una sonrisa.
Me siento junto a Marc y extiendo el brazo para que tome mi mano. Eso le relaja. No tarda en volver a dormirse más de diez minutos, pero yo tengo la historia de Hugo grabada en la cabeza. Aquello podría pasarme a mí. Da igual tus años de experiencia en la pareja, ya que, de pronto, a pesar de creerte con contrato indefinido, te ves en la calle sin saber por qué… Demoledor desahucio sentimental del que cuesta recuperarse.
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