—Ya, bueno, las cosas no van bien, ¿me entiendes?
—No, no entiendo nada hasta que no me expliques. A nadie le van del todo bien las cosas, pero… ¿Ha pasado algo con Nuria?
—Yo que sé, no sé, me parece que se ha desenamorado o algo de eso. Quiero buscar a alguien que tenga la culpa de todo. Un compañero de trabajo guaperas, unos cuernos que yo le haya puesto, una traición de algún tipo…Y la verdad es que no sé, pero noto en su mirada que cada vez estamos más lejos, que ya no ve en mí al chico de quien se enamoró hace años.
—Joder, Hugo, qué putada… pero, vamos a ver, ¿dices que no hay ningún motivo especial?
—No, eso es lo peor. El otro día me acordé de esa canción que tanto nos gusta de Extremoduro, la de Dulce introducción al caos. Recuerdo que estuvimos analizando cuando dice algo así como que él, si está con ella, no necesita nada más, no tiene ambición ni nada que reivindicar…
—Ya, sí, me acuerdo, pero eso está bien, a su lado es feliz y… Sí, pues ponme una cerveza también. ¿Alhambra? Perfecto, gracias. Pues eso, que...
—¿Y si me he acomodado? ¿Y si se me ha olvidado empatizar con lo que ella quería al estar yo a gusto?
—Pues, puede ser, no sé, pero os conocéis de toda la vida, lleváis saliendo desde que teníamos dieciséis o diecisiete años. Tiene que existir una explicación.
Supongo que hablo por llenar el silencio. Sé que quiero ayudarle en algo, pero quienes hemos pasado por algún corte de esos que tardan en cicatrizar sabemos que la búsqueda de un porqué es el ojo del huracán que arrasa la razón, el triángulo de las Bermudas por donde se pierden para siempre los barcos en pleno desvarío.
Cuando no hay una respuesta que encuentras en menos de diez segundos, un causa-efecto fácil de entender, es que la relación está llena de notas con indicaciones que se te pasó ir leyendo hace años y por mucho que te devanes los sesos a diario, despertaras cada día tan perdido como el protagonista de Memento, intentando encontrar hilos de los que tirar, cuerdas que nunca llegan hasta tu regalo de feria, sino a tristes premios de consolación que no resuelven nada ni te ayudan a salir del laberinto. Y cuando una relación se rompe sin claros culpables estoy convencido de que tiene que ser así, de que aunque volvieras atrás para no levantar la voz en aquella cena, prendiendo la mecha a esa dinamita de reproches, o te teletransportaras a algún momento amargo para cambiarlo por la intención de sorprenderla con algo que le hiciera ilusión… todo sería en vano. Ambos universos, el del pasado y el del presente, volverían a cruzarse deviniendo en la triste realidad actual. En esa ventana rota por la que se cuela el gélido destino, en la sensación incómoda de que cuando las cosas suceden es por alguna razón.
—No creo que haya una respuesta concreta. Tal vez no hice caso a aspectos que para ella eran importantes, quizá la lluvia de los años me ha ido destiñendo y ahora soy un tipo gris al que Nuria no…
—Eres una de las mejores personas que conozco, Hugo, siempre te lo he dicho.
—Ya ves de qué sirve, las tías se van con los malos…
—No me jodas, las tías se van con los malos cuando tienen quince años, lo mismo que hacíamos nosotros, pero a nadie le mola salir con una mala persona.
—Pero es lo de esa canción, joder, que yo me he conformado, como un perro tirado a sus pies… y las mujeres son inteligentes y… tienen inquietudes… y sus ojos se abrirían y ella vería que yo no podía darle más.
—Oye, una cosa te voy a decir, si algo se rompe es cosa de dos, no me jodas, que una cosa es que seas buena gente y otra que cargues tú con todas las maletas.
—No sé… y pienso en Lucía… y me vengo abajo, tío… ¿Qué hago yo sin mi hija?
—Bueno, Hugo, tranquilo, lo primero es intentar arreglar las cosas si es que se puede, me refiero, en qué punto está exactamente todo porque no me estoy enterando bien… ¿Hay un desencadenante de todo, o lo habéis dejado, o es tomarse un tiempo o qué?
—Perdona, es verdad, no estoy muy centrado. Resulta que este verano fuimos al chalé de sus padres y estuvimos unos días con ellos, que la cosa estuvo bien… y luego tres días los tres solos…
—Ajá.
—Pues resulta que Lucía estaba en casa de unas amigas y nosotros nos quedábamos solos. Se supone que era de puta madre para intentar bañarnos, hablar, tener cierta intimidad, hacer alguna locura. Pues nada, apenas hablábamos y, de lo otro, pues me fui dando cuenta de que siempre le entraba yo y ella no quería ni darme un beso…
—Joder, claro, si no había ni comunicación, pues como para echarse a nadar sin agua…
—Ya, no sé, empezamos a discutir y a echarnos un montón de cosas en cara. Luego me disculpé, pero ella se quedó llorando y yo me fui a pasar la cortadora de césped apretando los dientes para no romper a llorar también.
—¿Y al final qué, pudiste intentar arreglarlo?
—Sí, bueno, somos personas civilizadas y educadas, desde luego, guardamos las formas en cuanto apareció Lucía, pero sé que el final está cerca.
—Vamos, no me jodas, pero… pero entonces, ¿no habéis roto ni nada, no? Quiero decir, que todavía estamos a tiempo de reconducir este meteorito y que no explote en la Tierra, ¿no? Habla, tío, estamos a tiempo, ¿no?
Hugo sonríe sin ganas ante lo que pretende ser tan solo un modo de animarle un poco al utilizar la jerga de esas películas de acción que tanto habíamos parodiado hace años.
—Creo que esta vez no hay quien nos pueda salvar, Capitán.
—¿Te acuerdas de que cuando éramos unos chavales cualquier problema lo arreglabámos nosotros mismos como El equipo A?
—Sí, pero ahora ya ni siquiera nos vemos, tío, cada cual tiene sus historias. No sé nada de Jota ni de Mike y de ti de milagro, la vida nos atropella y luego nos arrastra.
—Lamentable que tengamos que vernos por este motivo, sí, pero oye, me refiero a que puedes contar conmigo para lo que necesites, estoy seguro de que podemos hacer algo, pero tiene que ser rápido, seguro que existe algún resquicio por el que volver a ella...
Mientras le estoy diciendo aquello, pasa de puntillas por mi memoria una estrofa de Sin ti a mi lado, de Ismael Serrano, que siempre baila triste en mi cabeza:
Mañana será tarde si vienes a buscarme.
Mira en tu buzón, dejé un mensaje.
No todo está perdido, encuéntrate conmigo,
tú bien conoces el camino.
—¿Un resquicio? Joder, chaval, parece que hablemos de encontrar el punto débil del monstruo de un videojuego en plena última pantalla…
—Oye, que Nuria no es tan fea, Hugo —digo intentando arrancarle la muela de una sonrisa.
—Ja, ja, bueno, está bien. Yo me animo a subirme a cualquier tren que me lleve de regreso a casa.
—¿El tren de la bruja, tal vez?
—¡Cabrón! ¿Tú no estabas aquí para ayudarme?
—¿Yo? Ni de coña, yo venía para tomarme una cerveza con un colega, ja, ja.
Por fin consigo hacerle reír. Está muy jodido. Solo recuerdo haberle visto una vez así, cuando perdimos un partido de fútbol sala en cuartos de final en la Semana Deportiva que organizaba el polideportivo cercano a nuestra urbanización. Sí, fueron unos veinte minutos duros de aquella tarde de verano. Después, fuimos a su casa a jugar a la consola y se nos olvidó rápidamente. Claro, teníamos quince años y en esa época bastaba distraernos con otra cosa para que se borrara de nuestra mente por qué «llorábamos». Vaya, ahora que caigo es lo mismo que hago con Marc, lo que me indica que somos unos críos hasta como mínimo los veinte,